José Luis Olivari Reyes
 

Teatro, educación y cultura

Desde hace algún tiempo venimos observando como el teatro ha cobrado interés en los jóvenes de nuestro país. Ya no sorprende que junto a compañías teatrales establecidas, existan noveles grupos con espectáculos exhibidos en breves, e intermitentes "temporadas". Si agregamos además el surgimiento in crescendo de Escuelas y Academias privadas junto a centros de formación universitarios del arte escénico, el fenómeno en su conjunto, hacen creer al visitante extranjero, y a nosotros mismos, que estamos en presencia de un Chile con una tradición en creación y producción teatral sólidamente unida y desarrollada, de acuerdo a una mirada cultural ilustrada compartida por la comunidad nacional, y que se visibiliza a través de modelos fabricados por la cultura de masas y sus consecuencias culturales, léase festivales y otros eventos que empezamos a ver cada verano ¿Es acaso el teatro un producto cultural popular y /o masivo en el Chile actual? La realidad es otra, y mas fuerte.

Los planes y programas de estudio para la enseñanza Básica y Media, señalan al teatro, en sus objetivos fundamentales y contenidos mínimos obligatorios. como parte de un subsector de aprendizaje artístico, donde "en la medida de lo posible" sirva para proyectar una visión amplia de la cultura artística. Sin embargo, conscientes del esfuerzo realizado desde la División de Cultura, como del Departamento de Educación Extraescolar del Ministerio de Educación, aún no se ha logrado instalar un cultura de educación teatral, en su más amplio sentido. En buenas cuentas, abrir un espacio para la formación de espectadores teatrales infantiles y juveniles, donde la producción teatral dialogue con públicos aún mudos como sujeto consumidor y que interpele culturalmente al teatro, es tarea pendiente.

Esto significa colocar de manera explícita el rol del teatro como dinamizador educativo en el proceso de formación de niños y jóvenes. Indudablemente el desafío se abre a dos posibilidades estratégicas diferentes, primero, qué es educar para el teatro y segundo, que es educar por el teatro. La primera apunta a la construcción de una democratización cultural, tarea nunca del todo asumida (e inconclusa) por un Estado Benefactor democratizador legendario, al período dictatorial, y que hoy dada la situación de un Chile, con Estado heredero de un modelo que reubica a la cultura en función de un proyecto de educación para la eficiencia y eficacia laboral, y que relega la demanda de creatividad social a iniciativas individuales, diluidas en micro actividades locales al servicio de programas de Municipios que miran al teatro como un factor "civilizador" para los habitante de la Comuna.

En cuanto a la segunda posibilidad, la formación de una cultura teatral en las generaciones actuales, (una democracia teatral) es igual a la formación de una manera de mirar la vida como "acto vivo" y no como simulacro audiovisual Hoy asistimos a la irrupción de emergentes sociales juveniles divorciados de una tradición cultural oficial, y que incorporan sensibilidades productos de una segunda oralidad. han llevado al teatro a embarcarse en la cultura de la videosfera, y que conlleva nuevos desafíos en lo que respecta a formación de los nuevos público reeducados por el cine y la televisión. Frente a esta situación, cabe preguntarse entonces ¿Existe una cultura de la interacción teatral, donde el espectador dialogue, interactuando consigo mismo, con los hechos y sus personajes, y en referencia a su situación existencial de ciudadano inmerso culturalmente en un ecosistema audiovisual ? Sin negar los goces estéticos que pueda producir un espectáculo teatral en grupos sociales de diferente origen socioeconómico, corresponde inaugurar instrumentos e instancias que promuevan como política un diálogo formativo y pedagógico, especialmente en los segmentos infantiles y juveniles. Hacen falta caminos metodológicos que nos permitan rastrear cuanto avanzamos en esta tarea y que compromete no solo a niños y jóvenes sino además la formación profesores, padres y apoderados.

Una última reflexión en torno a la creación dramática nacional. Vemos que con enormes esfuerzos y dificultades han nacido iniciativas, y que son resultado más de una constancia soñadora de pocos, que de una convicción producto de una política institucional en lo que a cultura se refiere. Por otro lado, el nuevo marco legal e institucional para la cultura, que se inaugura a partir del próximo año, al menos abre otras expectativas revitalizadoras al histórico y agotador debate entre artistas y políticos mediado a través de cabildos y otras instancias de participación ciudadana no del todo comprendidas y asumidas por la comunidad nacional. Esto significa que está pendiente acercar a nuevos públicos a la producción nacional, mas allá de las modas o la contingencia de la farándula mediática.

En otras palabras, la producción dramatúrgica debiera estar engranada a la construcción de no solo una democratización del teatro, sino que también al estímulo de una democracia de participación creadora en su sentido más amplio en nuestra población.

Santiago de Chile, Octubre de 2005

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