Dramaturgos / Isidora Aguirre  

 

 


Mi primo Federico

de Isidora Aguirre

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Si usted desea obtener los permisos para el montaje de esta obra contactar a: isiaguirre@hotmail.com
I
II
Versión de impresión

 

 

La acción tiene lugar en Granada, España, 30 años después de la muerte de Federico García Lorca (1966)

Personajes:
Doña Rosa: (mujer mayor, bien conservada)
Lena: Joven vecina de Doña Rosa
Un personaje masculino:  (evocado por Rosa, que actúa en las escenas de García Lorca que las
dos actrices interpre­tan)

Escenografía:
Es importante una transparencia a un costado y luego algo que sirva para colgar sábanas que actúan como paneles, y para tender prendas de ropa que Lena ha lavado, faldas, pañuelos que se usan en la actuación. Hay a la derecha un sillón para Rosa y piso para Lena a sus pies. Utilería se describe en el texto.
Música incidental: guitarra española, canciones recopiladas por García Lorca. (Pueden o no ser cantadas)
La obra, cuyos personajes fueron tomados de las obras de García Lorca (Rosita la Soltera, y una nieta (supuesta) de Bernarda Alba), fue estrenada en 1997 en la Sala Nuval. Con dirección de José Ramón Pérez, (director español, de paso en Chile), por el Naná Teatre, producción de Patricia Cuadros. Actuaron Muriel Cornejo, (Doña Rosa). Alejan­dra Garrido, (Lena). Pedro Dinamarca (el Galán), con música de guitarra en vivo, por el músico Fernando Bravo.


I

 

Doña Rosa lee en su sillón del jardín. Son las 3 de la tarde, sol fuerte. Sobre una mesilla junto a ella, hay un jarro con limonada y un quitasol.

Voz de Lena: ¡Ya vengo, tía!. ¡Si me necesita estaré donde la vecina!

Entra Lena, una joven de bella presencia, viste falda negra y blusa gris, calza alpargatas. Trae una cesta con ropa blanca.

Lena: Buenas tardes, doña Rosa. ¿Puedo pasar?
Rosa: Ya estás adentro. (Le sonríe) Adelante, Lena.
Lena: Vengo a tender sus sábanas para que se terminen de secar. (Se acerca y baja la voz). Me regañó mi tía, ayer, por quedarme aquí hasta que oscureció. ¡Son tan lindas sus historias, doña Rosa, que no sabe una cómo pasa el tiempo!
Rosa: Gracias por el lavado, Lena. Esta vez, te pagaré.
Lena: Dije que no y es no. (Tiende unos visillos de tela transpa­rente al costado derecha). Mi única diversión en este pueblo dormido y en mi casa, que parece una cárcel, es charlar con usted. No me canso de escucharla. Mi tía eso no lo compren­de. Lo llama "habladurías".
Rosa: No le agrada que trabajes como una sirvienta.
Lena: Es orgullosa. Me dice "no eres su Criada". Y yo le digo: es mi amiga y me gusta ayudar, más ahora que no tiene ella para pagar una sirvienta, y está delicada del corazón... Son celos, doña Rosa.
Rosa: ¿Quieres desgranar maíz?
Lena: Sí. Y luego yo misma se lo doy a las gallinas. (Se instala junto a ella, en el taburete a desgranar maíz). Y ¿qué tal la boda?. ¿Celebraron hasta muy tarde?
Rosa: (Coge su bordado de la mesa y pregunta con malicia). Pero ¿no te enteraste?
Lena: ¿De qué?
Rosa: De lo que ocurrió anoche.
Lena: Me fui temprano a dormir. Mi tía me hizo desmalezar el huerto ¡quedé cansadísima! ¿Ocurrió... algo?
Rosa: Un muerto.
Lena: ¡Un muerto!. ¿Y tiene que ver con la boda?. (Rosa asiente) Vaya... ¿quién murió?
Rosa: No murió: lo mataron.
Lena: ¿Un crimen?. ¿En este pueblo?
Rosa: Si a esta calle de campo la podemos llamar "pueblo", sí. ¿Tu tía tampoco se enteró?
Lena: ¿Ella?. Está sorda y casi ciega. Lo que no le impide enterar­se de todo. Pero no me lo mencionó. Bueno ¡ya está bien de tenerme en ascuas! Cuente, doña Rosa.
Rosa: Es una historia larga. Y voy a empezar por el comienzo. Ya sabes que me gusta contar despacio, y en orden. Te hablaré de los novios. Primero, la Novia no era ya tan joven.
Lena: ¿Qué?. ¿Dura para tener hijos?
Rosa: No. Joven para eso. Quiero decir que antes había tenido otro novio.
Lena: Entonces, ¿sin honra?
Rosa: ¿Por qué sin honra?. Fueron relaciones de Noviazgo. Formales. Esas de visitarse. Pero, después de dos años, el padre no le permitió casarse.
Lena: ¡Seguro que El Novio no tenía tierras!
Rosa No las suficientes.
Lena: Dígame ¿por qué los padres siempre miran más por las tierras que por la persona?
Rosa: Tal vez, porque la persona no tenía buen nombre. Uno de los Félix. Familia de cuchilleros, hombres que matan en penden­cia.
Lena: Félix Aguarde... se lo oí nombrar a mi tía. Leopoldo Félix. (Rosa niega) ¿No? Pues, Leoncio...
Rosa:  Leonardo Félix.
Lena: Eso. Leonardo Félix. Y la Novia, quiero decir, la Novia de ayer ¿cómo se llama?
Rosa:  No lo sé. Es hija del viudo Parra, uno que vive lejos, en una casa que más parece cueva. Allí pega fuerte el sol. La madre murió. Dicen que vino de tierras fértiles y no resistió los calores. Parece que nunca quiso al marido.
Lena: (Vacila) ¿Una... mujerzuela?
Rosa:  ¡Tonterías! ¿De dónde sacas eso?
Lena: Lo dijo mi tía de una que vino de otro pueblo y que andaba con hombres.
Rosa:  Era una mujer decente. Pero, ya murió. Te hablaba de la Novia.
Lena: Con un nombre para no confundirme.
Rosa: ¿Te gusta... Eloísa?
Lena ¡Precioso!. Ay, ¡cómo se ha de sentir una Novia con ese nombre!
Rosa:  No es el suyo, lo acabo de inventar.
Lena: (Suspira). Me quita la ilusión.
Rosa: La boda fue por la mañana. La fiesta por la tarde, y por la noche, la muerte.
Lena: ¡Ahora recuerdo!. Anoche oí alboroto. Voces. Ladridos, tiros.
Rosa:  No hubo tiros.
Lena: Bueno, voces y ladridos.
Rosa:  Y llantos.
Lena ¿Quién lloraba?
Rosa: La hermana de la novia.
Lena Ah, la novia tenía una hermana. Doña Rosa, está entrando mucha gente al baile.
Rosa: Y más, porque la hermana es casada y tiene marido. En su casa era la fiesta.
Lena Espere, dé un nombre a esa hermana, o me voy a enredar.
Rosa:  (Soñadora) Antonia. (Dulce). De haberme casado y tenido una hija, la llamo Antonia.
Lena "De haberse casado"... (Rosa la hace callar con el gesto). ¡Usted lo mencionó, doña Rosa, no diga después "no se hable de eso"!

Un silencio

Rosa:  (Tensa) ¿No se hable de qué?
Lena: De aquel Novio suyo. ¿Dónde fue que se marchó?
Rosa: ¿Quieres saber de la Novia y del crimen, o de ese novio?. (Luego de una pausa). A la América.
Lena: ¿A cual?. Dicen que hay dos.
Rosa: Y tres. Dos grandes y una chiquita al centro. Donde antes había un istmo. Y ahora, un canal.
Lena: (Con admiración). ¡Vaya que sabe!. Es... ¿por las cartas que recibía de ese novio suyo? (Rosa vuelve a estar tensa). Las que guarda, encintadas, en el arcón. (Suspira). Han de ser tan finas... De alguien instruido, lo mismo que usted. ¿A cuál de las Américas se marchó?
Rosa: Muy lejos. ¿Has visto alguna vez un globo terráqueo?. (Lena niega). Pues, al sur del mundo: Buenos Aires.
Lena: Buenos Aires ¿qué es eso?
Rosa: Una ciudad, mujer. Con gente que habla nuestra lengua. Y no por casualidad: todo aquello, bueno, media América era nues­tra.
Lena: (Sorprendida). ¿Nuestra?
Rosa: De España. ¡No sabes nada, de nada!
Lena: (Luego de un silencio). No es justo.
Rosa: ¿Qué...?. ¿El que no te hayan enviado a la escuela?
Lena: No el que ese hombre se haya ido tan lejos prometiendo regre­sar, y sabiendo, quizá, que no regresaría. ¡La entrampó en una promesa!. De no ser así, estaría usted casada. Y tendría una niña preciosa, ¡que se llamaría Antonia!
Rosa: Calla, Lena.
Lena: ¿Por qué no se casó con otro?. Debió tener muchos pretendien­tes. Usted es bonita. Y su familia tenía dinero.
Rosa: No me gusta hablar de eso.
Lena: Es que ya estamos hablando.
Rosa:Tenía ese compromiso.
Lena: Pero ¡ya no lo tiene!. Ahora puede casarse...
Rosa: Estás loca. Tengo cuarenta y cinco... (Suspira). Cincuenta y un años.
Lena: Se ve muy joven. ¿No puede una mujer casarse a esa edad?
Rosa: Se ha de casar entre los 15... y los 30, como mucho. Si no, dirán: "esa ¡ya se quedó soltera".
Lena: Vaya, doña Rosa... ¿Por qué una mujer ha de casarse antes de los treinta?
Rosa: ¡Qué sé yo!. Porque siempre fue así. Es la costumbre.
Lena: (Enfática). Eso responde mi tía, y respondía mi madre, y todas en mi familia cuando yo preguntaba: "por qué esto, o por qué lo otro": "Porque siempre fue así, ¡y tú, a callar!" (Suspira) ¿Usted quería a ese hombre?
Rosa: Lo quería.
Lena: ¿Por qué no lo siguió?. ¿O le rogó que no se marchara?. ¿O es que no la quería él, como para llevarla a la América?
Rosa: (Desviando la conversación). Se hace tarde, Lena y no le has dado el maíz a las aves. Ve al corral. (Ella vacila) Anda. Luego te seguiré hablando de esa boda.

Lena sale de escena, llevando la cesta con maíz.

Cambio de luz: tonos suaves, dominando el color malva.
Se escucha una guitarra, para una escena tomada de la obra de García Lorca
"Doña Rosita la Soltera". Rosa, identificándose con el personaje, se levanta, abre el quitasol,
suelta su moño, se echa una puntilla de seda sobre los hombros que toma del respaldo de
su sillón de mimbre. De espalda a público, muy erguida, escucha la canción grabada con
fondo de guitarra:

La Canción:
Granada, calle de Elvira
donde viven las manolas,
las que van a la Alhambra
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva y la otra
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.

Se muestra en silueta tras los visillos transparen­tes, el galán, como El Novio de doña Rosita.

Rosa: ¿Por qué tus ojos traidores
con los míos se fundieron?
¿Por qué tu manos tejieron
sobre mi cabeza, flores?
¡Qué luto de ruiseñores
dejas a mi juventud!
pues, siendo norte y salud
tu figura y tu presencia
¡rompes con tu cruel ausencia
las cuerdas de mi laúd!
El Novio: ¡Ay, prima, tesoro mío!
ruiseñor en la nevada
deja tu boca cerrada
al imaginario frío:
no es de hielo mi desvío
que aunque atraviese la mar,
el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me voy a quemar...


El actor se retira, continúa el punteo de la guita­rra. Rosa se sienta, ahora con gesto fatigado, toma el libro de la mesa: primero lee luego sigue recitando de memoria el parlamento de doña Rosita:

Rosa:"Me he acostumbrado a callar. A vivir muchos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos. Y ahora estas cosas ya no existen, pero yo sigo dando vueltas y más vuel­tas, (Se deja caer de rodilla, apoyada en el sillón)... vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no de he de encontrar nunca. Yo sabía todo. Sabía que él se había casado. Y estuve recibiendo sus cartas con una ilusión lLena de sollozos..."

La Voz de Lena, fuera, hablando a las aves, rompe el encantamiento.

Voz de Lena: Tiquitiquití... ¡se acabó!. Se terminó el maíz, se fueron las glotonas...

Se vuelve a la iluminación anterior.
Rosa, como cogida en falta, se arregla el pelo,cierra el quitasol, se sienta.
Aguardando el regreso de Lena, que entra enseguida...

Lena: ¿Rezaba, doña Rosa? (Indica el libro que ella conserva en sus manos). ¿Es de oraciones?
Rosa: Es el libro con los escritos de mi primo Federico.
Lena: Por cierto: su primo el “escribidor.”
(Va hacia su cesta con la ropa para colgar)
Rosa: El gran poeta Federico García Lorca. ¡Qué es eso de “escribi­dor”!
Lena: (Tendiendo una sábana). No es por faltarle, doña Rosa. Es ignorancia. Pero sé que su primo es un héroe.
Rosa: Lo asesinaron. Durante la guerra civil del año 36.
Lena: ¿Guerra civil?
Rosa: ¡Tampoco sabes de eso!
Lena: Bueno, sí. He oído hablar. Pero, hace mucho ¿no?
Rosa: Han pasado ya... treinta años.
Lena: ¿Cómo puedo saber, entonces?
Rosa: Dime, Lena ¿nunca saliste de Granada?
Lena: Ni de este pueblo, ni de esta calle... o casi. Pero queda­mos en que me seguiría contando de esa boda, doña Rosa.
Rosa: De la boda y el crimen.
Lena: Oiga, lo del crimen ¿no será invención suya?
Rosa: Sólo invento los nombres.
Lena: Hábleme de Leonardo Félix.
Rosa: ¿Cómo te lo imaginas?
Lena: ¡Un hombre hermoso!. Mi difunta madre, cuando se refería a mi difunto padre... (se santigua las dos veces de prisa) decía: ¡era un hombre flor-en-la-boca!
Rosa: Pues, ¡así!
Lena: ¿Y El Novio?
Rosa: Algo tímido, tranquilo. De pocas palabras. Tenía un terreno, y viñedos.
Lena: ¿Le sabe el nombre?
Rosa: No más nombres. Novio, y punto.
Lena: Novio y punto. ¡Con razón Eloísa prefiere a Leonardo Félix!
Rosa: ¿Quién dijo?
Lena: Eso pensé, doña Rosa. Es que todavía no me cuenta usted lo que ocurrió.
Rosa: Porque no me dejas. Verás, en mitad de la fiesta ¡la novia desaparece!
Lena: (Se levanta, alterada). ¡La mataron!
Rosa: No A ella no.
Lena: Al novio, al tímido de pocas palabras (Rosa niega). ¿A quién?
Rosa: No me dejas contar "despacio y en orden".
Lena: Perdone. Es que quisiera saber a quién matan, porque empiezo a confundirme con tanta gente. Mire, tenemos ya al viudo Parra y su difunta que era honrada, aunque no lo quería. A la Novia Eloísa, que vive en esa cueva donde pega fuerte el sol. Y que tiene una hermana, a la que usted llamó Antonia­... como a la hija que le hubiese gustad tener... Y no me mire así, que no voy a mencionar a ese huidizo novio suyo que se fue a la América, (Toma aliento y sigue). Bueno, y tenemos al novio sin nombre y al otro, el hermoso que había pretendido antes a la Novia, Leonardo Félix...
Rosa: ¡Basta! Él es el muerto.
Lena: ¿Leonardo Félix? .¡Que lástima! Era el que más me agradaba. Espere, doña Rosa, yo he oído esa historia... La Novia tuvo amores con Leonardo Félix, pero se casó con otro y la noche de bodas El Novio descubre que ya no es virgen. Esto es, que no dejó marca en las sábanas para que él las pusiera como ban­dera en el balcón. ¡Qué costumbre bárbara!. Ignorante seré. pero me doy cuenta de que eso no está bien. La virginidad es cosa íntima de la mujer... Entonces El Novio la devuelve a la familia, y los hermanos, furiosos, salen a matar a quién sea que la deshonró. (Pausa) ¿Qué me mira?
Rosa: Tienes pájaros en la cabeza, lo confundes todo: esa es otra historia, la de Marianita la Blanca.
Lena: ¡Cierto!. ¡Es que son todas iguales!
Rosa: (Ofendida) ¿Cómo que "todas iguales"?
Lena: Mire usted: siempre hay una mujer con la honra perdida, y con tantas desgracias como le caen encima. (Se queda un instante pensando). La culpa es de los hombres que andan detrás de las donce­llas. Y si Eloísa perdió la virginidad fue por amor a Leonardo Félix. Quién sabe si él la convenció.
Rosa: Despacio. ¿Quién dijo que la Novia había perdido su virginidad?
Lena: Ocurre en las historias que usted cuenta, doña Rosa.
Rosa: No en todas, ni en ésta. Ni en otra que conozco muy­ bien,
Lena: Yo nunca dudé de su honra...
Rosa: ¡Calla! (Ríe). No pensaba en mí.
Lena: Estamos en que la Novia, en mitad de la fiesta ¡desaparece!
Rosa: Pues, sí. Y la busca el viudo Parra cojeando, porque andaba mal de las piernas. Y la busca el novio, mudo, ya sabes, de pocas palabras. Pero, lo peor del caso es que Leonardo Félix tampoco está en ningún sitio.
Lena: (Maliciosa, junta sus dedos índices). O sea que...
(Gesto de echarse a volar)
Rosa: Eso suponen los de la boda. Entonces salen al camino y ven las huellas del caballo, luego la corona de azahares con el velo tirada, en el polvo.
Lena: (Aplaude) ¡Bravo por esa Novia!. ¿Qué camino?
Rosa: El que lleva al bosque, y no preguntes cuál bosque, porque no hay más que uno, en la loma.
Lena: ¡Esto si que es grande, doña Rosa!. Se le montó a la grupa, se fue con el hombre que quería y tiró lejos el velo y los azahares.
Rosa: ¿Por qué dices que se le montó a la grupa?
Lena: ¡Es lo que yo hubiera hecho! (Pausa) No. No hubiera tenido el coraje. No es decente. Quizá ese hombre la raptó.
Rosa: No lo creo. Ella llevaba mucho quemándose por dentro.
Lena: Y callando. Porque una siempre tiene callar ¿no es así?
Rosa: Sí, mujer. No te burles de la gente honrada.
Lena: No me burlo. La compadezco. La pasión la fue quemando hasta que tuvo qua estallar. Entonces se olvidó de todo lo que, por años, le habían prohibido.
Rosa: Cuando un volcán despierta, deja escurrir torrentes de lava.
Lena: ¡Lo dice usted muy lindo! (Se queda un instante, pensando con aire soñador). Y El Novio ¿qué dijo?
Rosa: Dijo: "es un mal sino".
Lena: ¿Nada más?
Rosa: Nada más
Lena: ¿Y no salió a matar al que le robó a la esposa?
Rosa: No le correspondía. Mientras los esposos no han dormido juntos la primera noche, aun si están echadas las bendiciones, no son marido y mujer. De modo que no le co­rrespondía al novio lavar la honra, sino al padre. O a los hermanos.
Lena: Y el padre andaba mal de las piernas. ¿Tenía hermanos la Novia?
Rosa: No. Pero sí, un cuñado: José. El que estaba casado con la hermana de la Novia. Ya te hablé de esa hermana ¿no?
Lena: Vaya ¡ahora aparece otro!. El cuñado. Y tiene un nombre, José. Diga cómo era.
Rosa: Hermoso. Tanto o más que Leonardo Felix.
Lena: (Con malicia) Hermoso ¿cómo?
Rosa: Pues... grande, con brazos fuertes. El mismo mataba las reses en el campo. Y cuando iba a segar el trigo, torso desnudo, el sol le relumbraba en la piel morena. Ojos color de uvas... (Se ha dejado llevar por el encantamiento de un recuerdo y se da cuenta que Lena la mira fijo). ¿Qué me miras?. ¿No puede una mujer mayor hablar de un hombre hermo­so? (Suspira). Sírveme un poco de limonada ¿quieres?
Lena: (Le sirve del jarro en la mesa). Se acaloró, doña Rosa.
Rosa: (Abanicándose) Pega fuerte el sol.
Lena: A veces se siente un calor muy grande, sin que pegue el sol. Puede ser hasta con Luna.
Rosa: Sigamos.
Lena: Entonces, el cuñado, José, el hermoso, parte en busca de Leonardo Félix, para vengar la ofensa.
Rosa: Tal como dices. Y lo encuentra. Y lo mata.
Lena: (Se desplaza, molesta) Ah, no. Así no vale: "lo encuentra y lo mata". Diga algo más, doña Rosa. Diga si ese hombre fue solo, o con otra gente. Si Leonardo se defendió.
Rosa: Fue solo. Leonardo no se defendió.
Lena: ¡No es de creer!. ¡Uno de los Félix!
Rosa: Es que cuando vio que se acercaba, no pensó que venía a matarlo. Y recuerda que aunque Leonardo era fuerte, José estaba hecho a matar reses.
Lena: ¡Debió ser alguien muy fiero, ese José!
Rosa: No lo creas: tenía unos ojos bien dulces.
Lena: Y la Novia ¿qué?. ¿No se le fue encima al cuñado para impedir que matara al hombre que amaba?
Rosa: Se sentía culpable.
Lena: Si quiere mi opinión, doña Rosa ¡esa Novia es una tonta!. Mire que dejar plantado a un marido nuevo... (Pensativa, para sí). Un marido recién ganado con el que podía tener hijos y convertirse en una señora decente. Respetada por todos. No se crea que es fácil conseguir un buen marido. Porque además de tener viñedos, era un buen hombre ¿no es así?
Rosa: ¡Ella amaba a Leonardo Félix!
Lena: Pudo aguardar un tiempo, casarse como Dios manda y luego, con discreción, a escondidas, ver al hombre que tanto amaba. Y no, huir el mismo día de la boda. Debió imaginar que a él lo matarían por eso.
Rosa: ¡Qué quieres!. Así son las mujeres de Andalucía: no echan cálculos cuando las embarga la pasión. O se tragan para siempre lo que las está quemando, o estallan. Pero no hace las cosas "a escondidas". Y te aseguro que esa Novia, Eloísa, nunca tuvo que ver con Leonardo. Ni con nadie.
Lena: ¿Y por qué guardarse así los sentimientos hasta que queman?
Rosa: Ya empezamos con los "por qué".
Lena: Es que... de veras me importa saber.
Rosa: (Preocupada, la mira). ¿Hay algo que te guardas?
Lena: (Nerviosa, mintiendo). No... Nada.
Rosa: Quieres saber "por qué". Bueno, supongo que es porque esta tierra tan ardiente nos lLena de pasiones. Y luego, la gente ¡nos va llenando de reglamentos!
Lena: ¿Y por qué tanto reglamen­tos?
Rosa: Ya sabes la respuesta.
Lena: (Con pasión). Porque "siempre fue así. Y a callar". Ay, doña Rosa, si usted supiera... (Calla, con súbita melanco­lía. Rosa la mira con preocupación, retoma su tono nor­mal). Y dígame ¿qué hizo la Novia al ver a Leonardo muer­to?
Rosa: La Novia se quedó ahí, sosegada, después de estallar. Y dicen que vistió luto por el resto de su vida.
Lena: Querrá usted decir que "juró" vestir luto por el resto de sus días... ¿Y José?
Rosa: Pobre José... Lo condenaron a treinta años de prisión por haber matado, como se dice, "con premeditación y alevo­sía". (Al ver que Lena la está mirando, incrédula, el ceño fruncido, pregunta) ¿Qué hay?
Lena: ¡Usted me mintió, doña Rosa!
Rosa: ¿Por qué lo dices?
Lena: Al cuñado lo condenaron a treinta años... Un juicio es lar­go, requiere tiempo. Y lo que me cuenta, ocurrió sólo anoche... usted imaginó eso del crimen.
Rosa: (Burlona). ¿No oíste tiros anoche?
Lena: No se burle. Siempre en las bodas la gente bebe, hay pendencias, alboroto. Y anoche aquí hubo una fiesta por una boda. Eso es lo único cierto. ¿Por qué me engañó, doña Rosa?
Rosa: No lo tomes así, Lena. No te mentí del todo. Verás: lo que te he contado ocurrió, pero sólo que hace ya... ¡qué sé yo!, más de treinta años. Como siempre te cuento historias vie­jas, pensé que para ti sería más interesante creer que aquello hubiera ocurrido anoche. Y en este lugar. La verdad de la verdad, uno de los que vino a la fiesta, me contó lo que había pasado antes, cuando mataron a Leonardo Félix.
Lena: (Le sonríe) Bueno. Eso ya está mejor. Diga entonces qué pasó “antes”, en esa boda.
Rosa: Lo dicho: que al cuñado le dieron condena de treinta años.
Lena: (Burlona). Preso el del torso denudo, ojos de uva, que mataba las reses en el campo.
Rosa: Ahora eres tú la de la burla. Bien, confieso que el José que describí, lo conocí de niña. Era el que llevaba a casa los costales de harina. Un hom­bre que hacía volver la vista a cualquiera. Yo lo espiaba por las rendijas de los postigos... Pero sigamos. La pobre Novia vistió luto para siempre, y va a menudo al cemen­terio a llevarle flores a su Leonardo. Y El Novio... pues, se encerró en su viña y sigue lo mismo. De pocas palabras. Cuando alguien le preguntó no hace mucho, por lo ocurrido en su boda, sólo dijo: "fue un mal sino".
Lena: Sí que es parco el hombre... ¿No se volvió a casar?
Rosa: Ni él ni la Novia. En verdad quedaron casados, pero no volvieron a verse nunca. Y en esta historia la que peor queda ¿sabes quién es? La hermana, la que llamamos Antonia.
Lena: ¿Cómo así?
Rosa: Figúrate. Visitando desde entonces a su marido en la cárcel. Con el esposo tras las rejas, ya no es soltera, ni viuda ni tiene marido. Ni un hijo alcanzó a dejarle. Y bien... eso es todo.
Lena: Lástima que no haya más.
Rosa: Si tanto lo sientes, hay más.
(Toma el libro)
Lena: ¡No me diga!. ¿Está todo eso escrito en su libro?
Rosa:  Sí. Mi primo Federico escribió esta historia, con algunos cambios de su invención.
Lena: Y él ¿cómo se enteró?
Rosa:  Por el periódico. O por uno de esos versos de ciego, no estoy segura. Lo supo, como supo tantas otras historias y las fue escribiendo. Y con eso, escucha bien, “dejó un testimonio de lo que nos ocurre a las mujeres de esta tierra. Federico era de Granada, como tú y yo. A esta historia la llamó: "Bodas de Sangre".


Poco a a poco baja la luz. Lena tomando el canasto con las sábanas va hacia el costado izquierdo. Se escucha el punteo de una guitarra. Rosa se echa un chal sobre los hombros y queda descalza para actuar como la Criada, y Lena vuelve a entrar en enaguas, el largo cabello suelto, y trae una corona de azahares para actuar como "La Novia" de "Bodas de Sangre". Se sien­ta en un escaño, y Rosa, como "La Criada", a su espalda, le cepilla el cabe­llo. Se escucha (a media luz) su diálogo mientras se preparan.


Lena: Bodas de Sangre... ¿me va a leer?
Rosa: Algunos pasajes.
Lena: ¿Figura Leonardo Félix?
Rosa: Con ese mismo nombre.
Lena: ¿Y la Novia se llama Eloísa?
Rosa: Mi primo a la Novia sólo la llama "Novia", y a la Criada "Criada". Es una campesina de aquellas que no se andan con remilgos para hablar. Y ahora, imagina cómo fue la mañana de aquella boda, en esa casa como una cueva, donde pegaba fuerte el sol. Los invitados están por llegar. Vienen a casa de la Novia, para seguir con ellos a la iglesia.

Luz cálida.
Escena de "Bodas de Sangre" (con algunos cortes o agregados de la misma obra)
La guitarra cesa.

La Criada: Aquí te acabaré de peinar.
La Novia: No se puede estar dentro, del calor. Nos consumiremos todas.
Criada: Dichosa tú que vas a abrazar a un hombre, que vas a sentir su peso.
Novia: ¡Calla!
Criada: Y lo mejor es cuando despiertes y lo sientas al lado y que él te roza los hombros con su aliento.
Novia: ¡Te quieres callar!
Criada: Pero niña, ¡una boda, no son los dulces, ni los ramos de flores!. ¡Una boda es una cama relumbrante y un hombre y una mujer!
Novia: No se debe decir.
Criada: ¡Pero es bien alegre!
Novia: O bien amargo.
Criada: (Indica su cabeza). Aquí te voy a poner la corona de azahar. (La Novia baja la cabeza, abatida). ¡No son horas de ponerte triste! (La Novia tira la corona que tiene en su falda). ¡Niña! ¿Qué castigo pides tirando la corona?. Levanta esa frente, ¿Es que no te quieres casar?
Novia: Son nublos. Un mal aire en el centro. ¿Quién no lo tiene?
Criada: ¿Tú quieres al novio?
Novia: Lo quiero. Pero ¡este es un paso muy grande!
Criada: Hay que darlo.
Novia: Sí, ya me he comprometido. (Se oyen aldabonazos) Abre. Deben ser los primeros que llegan. (Se retira la Novia)

Se ve al galán tras la transparencia. Luego entra, como "Leonardo".

Criada: ¡Leonardo!
Leonardo: Yo. Buenos días.
Criada: ¡El primero!
Leonardo: ¿No me han convidado?
Criada: Sí.
Leonardo: Por eso vengo.
Criada: ¿Y tu mujer?
Leonardo: Yo vine a caballo. Ella se acerca por el camino.
Criada ¡Vas a reventar ese caballo con tanta carrera!
Leonardo: Cuando muera, muerto está. ¿Por qué lo dices?
Criada: Lo digo porque lo vi anoche y otras noches, ese mismo caballo, y no era de la manda porque traía jinete. Y ese jinete eres tú (indicando hacia donde salió la Novia), y ella lo sabe. Siéntate. Todavía no se ha levantado nadie.
Leonardo: ¿Y la Novia?
Criada: Ahora la voy a vestir.
Leonardo: Estará muy contenta.

Se oyen voces, de los que vienen cantando:
"Despierte la Novia
la mañana de la boda... "

Leonardo: Despierte la Novia, la mañana de la boda...
Criada: (Mirando) Vienen lejos todavía.
Leonardo: ¿Y trajo El novio el azahar que tiene que ponerse en el pecho?


Entra la Novia en enaguas y con la corona:

Novia: La trajo.
Criada: ¡No salgas así!
Novia: ¡Qué más da! (A él). ¿Por qué preguntas si trajeron el azahar?. ¿Llevas intención?
Leonardo: ¿Qué intención iba a tener? (Se le acerca). Tú que me conoces, sabes que no la llevo. ¿Quién he sido yo para ti?. Abre y refresca tu recuerdo. Pero... dos bueyes y una mala choza son casi nada. Esa es la espina.
Novia: ¿A qué vienes?
Leonardo: A ver tu casamiento.
Novia: ¡También yo vi el tuyo!
Leonardo: Amarrado por ti, hecho con tus manos. A mí me pueden matar pero no me pueden escupir. No quiero hablar, no quiero que todos estos cerros oigan mis voces.
Novia: ¡Las mías serían más fuertes!
Criada: Shhht. No hables cosas de lo pasado.
Novia: Tienes razón, yo no debo hablarle. Pero me calienta el alma que venga verme y a atisbar mi boda y preguntar con inten­ción por el azahar. (A él). Vete y espera a tu mujer en la puer­ta.
Leonardo: Después del casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa. Y cada vez que pienso, sale una culpa nueva y se come a la otra, ¡pero siempre hay una culpa!
Novia: Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo, por eso me caso. Y me encerraré con mi mari­do, a quién tengo que querer por encima de todo.
Leonardo: El orgullo no te servirá de nada. (Se le acerca)
Novia: ¡No te acerques!
Leonardo: Tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quién las arranque!
Novia: (Temblando). ¡No puedo oírte!. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de Rosas. Y me arrastra. Y sé que me ahogo, pero voy detrás.
Criada: (A Leonardo) ¡Debes irte!
Novia: Y sé que estoy loca, y sé que tengo que aguantar, y aquí estoy, quieta, por oírlo, por verlo...
Leonardo: Yo me casé. ¡Cásate tú ahora!


Las voces se oyen ahora más próximas.
“Despierte la Novia
la mañana de la boda... “


Novia: ¡Despierte la Novia! (Escapa, deprisa)
Criada: Ya está aquí la gente: ¡no te vuelvas a acercar a ella!
Leonardo: (Saliendo) ¡Descuida!


Mientras baja la luz se oye la canción:
Despierte la Novia
la mañana de la boda
ruede la ronda
y en cada balcón una corona
Despierte la Novia
la Novia, la blanca Novia,
hoy doncella, mañana señora.

Baja la luz hasta el apagón.
Lena junto a Rosa, está ovillando lana.

Lena: Ay, qué lindo cuenta usted, doña Rosa... Me hizo llorar su primo.
Rosa: Federico García Lorca.
Lena: ¿Cómo era?
Rosa: Dulce, muy alegre, querendón. (Sonríe) Me decía: "Prima, tu novio ya no regresa de las Américas. "Cásate con otro." Y escribió la historia de "Doña Rosita la Soltera", como si lo hubiera imaginado así, tal como sucedió. (Un silencio). Es que ese novio que tuve, también era primo nuestro. Y cuando Federico anduvo por Buenos Aires...
Lena: ¿Buenos Aires?
Rosa: La ciudad que te dije, en América del Sur. Federico viajó mucho, y allá encontró a ese novio mío. Lo halló en harapos. (Ríe) Tuvo que vestirlo: era su pariente.
Lena: ¿Cómo?. ¡No tenía que vestir a uno que la dejó a usted "para vestir santos". (Se cubre la boca) Ay, disculpe. Es que siempre estoy pensando en eso. Oiga, doña Rosa, quizá ya no pueda casarse, los hombres las buscan jóvenes. Pero sí... (Baja la voz) puede, como se dice, tener un hombre.
Rosa: ¿Un hombre?
Lena: Lo dicho. Un hombre, sin las bendiciones, qué importa... no faltará alguno.
Rosa: Calla. (Se levanta. Pausa). No es que no pueda yo encontrar a ese hombre, Lena. Es que ¡no lo voy a tener!. Aunque golpee la puerta de noche y sea uno hermoso, y que nadie nos vea.
Lena: ¿Por qué? Sé de uno que siempre está hablando de usted.
Rosa: No podría. (Se quiebra su voz). Me imagino a quién te refie­res. Pero la respuesta es ¡no! Y ya basta, Lena. Por favor no me hagas hablar.
Lena: Usted misma dice que ya está bien de callar.
Rosa: Es la frase que mi primo Federico pone en boca de una tía de Rosita la Soltera (Toma el libro). Dice: "ese es el defecto de las mujeres decentes de esta tierra. No hablamos y tene­mos que hablar. ¡Sal de tus cuatro paredes, hija!. ¡No te ha­gas a la desgracia!"
Lena: (Dramática, arrodillándose a sus pies). Sí ¡no nos hagamos a la desgracia, doña Rosa! (Pausa). Usted sabía que su novio, allá en la América, se había casado ¿verdad?
Rosa: (En su rol de la obra doña Rosita la Soltera). "Pero si la gente no hubiera hablado, si no lo hubiese sabido nadie más que yo, sus cartas y sus mentiras hubieran alimentado mi ilusión".
Lena: De modo que él se casó y le seguía escribiendo como novio.
Rosa: Sí. (Se lleva el pañuelo a los ojos) "Cada año que pasaba, era como una prenda íntima que me arrancaban. Hoy se casa una amiga, y otra; mañana tiene un hijo y viene a enseñarme sus notas. Y yo... igual. Con el mismo temblor. Igual. Lo mismo que antes, cortando el mismo clavel...


Rosa se levanta y tomando nuevamente el libro, recita. Se escucha al fondo una guitarra.

Rosa: Mi primo a su personaje, Rosita la Soltera, a una Rosa:
Cuando se abre en la mañana
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta al mediodía
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blanco cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se va,
en la raya de lo oscuro
se comienza a deshojar.


Rosa termina las últimas estrofas sin mirar el libro. Lo cierra y se seinta.

Rosa: A deshojar, como yo.
Lena: No siga. Ese libro la pone triste.
Rosa: No siempre. Hay historias en que la mujer estalla, como la novia que huyó con Leonardo Félix.
Lena: Quemarse y callar es un infierno. (Apasionada) ¡Ay, doña Rosa, si usted supiera!
Rosa: Supiera ¿qué?
(La observa, preocupada)
Lena: Lo que debo callar. Quemarse y callar. Quizá un día también yo estalle como esa Novia... Por favor, léame esa parte en que ella estalla y se deja guiar por su amor. ¿Cómo ocurrió?

Baja la luz y sube luego dando una atmósfera de luz Lunar, mientras ellas se transformar para actuar la siguiente escena. Se las oye dialogar aún como Lena y Rosa.

Rosa: Huyeron al bosque y había una Luna grande, rondan algunos leñadores y esa "perra". ¡La Muerte! La muerte viste de Mendiga.

Lena se muestra como la Luna y Rosa como la muerte, con harapos.

Luna: Dice la Luna: "¡El aire va llegando duro, con doble filo!"
Mendiga: Ilumina el chaleco y aparta los botones -dice la Muerte- que después las navajas ¡ya saben el camino!
Luna: Pero que tarde mucho en morir,
que la sangre se ponga entre los dedos
su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza
despiertan en ansias de esta fuente
de chorro estremecido!
Mendiga: No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!
Luna:¡Allí vienen!

Queda un instante la escena a oscuras.

Mendiga: Luna, de prisa ¡mucha luz!

Intensa luz Lunar: en el centro están Leonardo y la Novia.
Se escuchan las voces grabadas de unos leñadores.

¡Ay, muerte que sales!
Muerte de las hojas grandes.
¡No abras el chorro de la sangre!
¡Ay, triste muerte!
Deja para el amor la rama verde.
¡Ay, muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!
Luego de un silencio, se animan Novia y Leonardo
Leonardo:¡Calla!
Novia: Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!
Leonardo: ¡Calla, digo!
Novia: Con los dientes, con las manos, como puedas
quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a vívora pequeña
pon en mis manos de Novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios me clavan en la lengua!
Leonardo: Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.
Novia: ¡Pero ha de ser a la fuerza!
Leonardo: ¿A la fuerza?. ¡Quién bajó primero las escaleras?
Novia: Yo las bajé.
Leonardo: ¿Qué manos me calzaron las espuelas?
Novia: Estas manos que son tuyas.
¡Te quiero!, ¡Te quiero!. ¡Aparta!
Leonardo: Yo puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.
Novia: ¡Ay, qué sin razón!. No quiero
contigo ni cama ni cena
y no hay minuto del día ¡que estar contigo no quiera!
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta,
para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola!. ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.
Leonardo: Vamos al rincón oscura
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente,
ni el veneno que nos echa.
(La abraza con fuerza)
Novia: Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo.
(Drástica)
como si fuera una perra.
¡Porque eso soy! Que te miro
Y tu hermosura me quema.
Leonardo: Se abrazan lumbre con lumbre,
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!
(La arrastra)
Novia: ¿Adonde me Llevas?
Leonardo: A donde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!
Novia: ¡Llévame de feria en feria
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de la boca
al aire como banderas!
Leonardo: Clavos de Luna nos funden
tu cintura y mis caderas.
Novia: ¿Oyes?
Leonardo: Viene gente.
Novia: ¡Huye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua,
espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas,
mujer perdida y doncella.
Leonardo: Silencio. Que no nos sientan.
Tú delante. ¡Vamos, digo!
Novia: ¡Los dos juntos!
Leonardo: ¡Cómo Quieras!. Si nos separan será porque esté muerto.
Novia: ¡Y yo muerta!

Salen abrazados.
Apagón
Puede Haber aquí un Intermedio.



II

       

Al volver la luz, Lena está tendiendo una sábana y luego seguirá tendiendo faldas, delantal, puntas para echarse sobre los hombros. Rosa parece dormitar en la silla. Lena se le acerca y la mira, sin hacer ruidos.

Rosa: ¿Qué me miras?. ¿Por si me han aparecido nuevas arrugas?
Lena: Usted siempre pensando en su edad. Es fuerte y se muy joven. Yo sí, estoy avejentada. Por lo que no duermo.
Rosa: (Tomando SU labor de costura). ¿Cómo es eso, que no duermes?
Lena: Es que me pongo a pensar y pensar. (Suspira). Ganas ciento de dormirme ¡y no despertar nunca!
Rosa: Estabas alegre. Y ahora ¡tan deprimida!
Lena: Es que decidí contárselo, doña Rosa. Tiene razón esa mujer que le aconseja hablar a su sobrina, la Rosita de la historia.
Rosa: (Preocupada). Te escucho, Lena
Lena: Tendré que salirme de mi casa. Y quiero que usted sepa la razón: ¡es que ya me empieza a notar en el cuerpo! (Indica su barriga)
Rosa: ¿De qué hablas¡
Lena: De tener un hijo.
Rosa: (Luego de un silencio). ¿De cuánto estás?
Lena: Tres meses y seis días. No, tres y siete días. (Rosa se la queda mirando, con extrañeza). Es lo que ha transcurrido desde que aquel hombre... (Cubre su rostro con las manos) ¡Pero no me arrepiento, doña Rosa!. Me dijo que me quería, para que yo me dejara. Yo sabía mucho, aunque nunca había tenido hombre. Usted sabe, una se las arregla para saberlo todo. Y cuando él me dijo, "pero si eres virgen", me avergoncé de que lo notara. Es que le había hecho creer que tenía experiencia. (Pausa) ¡Ay, qué desgracia, doña Rosa!
Rosa: Una envidiable desgracia... (Sin mirarla, para sí). Un hijo. Qué diferente hubiera sido mi vida de tener un hijo, una hija alguien por quién vivir. Algo tuyo. Y no estar viviendo de recuerdos. De las vidas de otros. LLenando los vacíos con historias, esas que te gusta tanto escuchar. ¡Envidiable desgracia la tuya!
Lena: Es lo que se dice cuando no se lleva en el vientre algo prohibido. Tendré que visitar a la Vieja que vive junto a la noria. La que quita las semillas...
Rosa: ¡No! No puedes hacer eso, estás muy avanzada, tres meses y más.
Lena: ¿Qué puede ocurrirme?
Rosa: Una infección y te mueres.
Lena: Morirme no me importa.
Rosa: ¿Y si se lo dices a tu tía?
Lena: Me echa a la calle. Aparte de que no tengo donde ir, me he acostumbrado a vivir a la sombra de esta tía, y de las otras que ya se han ido muriendo. La quiero, aunque usted no me lo crea.
Rosa: Inténtalo. Quizá le guste la idea de tener un chico en la casa.
Lena: Es que no la oyó usted hablara de una mujer que parió un hijo sin padre. Una que estranguló con sus manos al hijo recién nacido, luego... fue horrible.
Rosa: Aguarda... ¿Cuándo unos perros desenterraron el cuerpo de la criatura y hubo gran escándalo?
Lena: Ah, lo sabía usted. Ocurrió cerca de aquí.
Rosa: Mi primo lo dejó escrito en una obra de teatro.
Lena: Pues, sepa que mi tía maldijo a aquella mujer, no por asesina del hijo, sino por atreverse a pararlo siendo soltera. La pobre mujer tuvo que huir.
Rosa: Así lo cuenta Federico en "La casa de Bernarda Alba"
Lena: (Sorprendida) ¿Alba? Bernarda, dijo?. ¿No es Frasquita Alba?
Rosa: Frasquita era su verdadero nombre. ¿Cómo es que sabes de ella? fresquita Alba era vecina de mi primo Federico.
Lena: (Sentándose, ansiosa a sus pies). Por favor, ¡cuénteme de esa mujer!
Rosa: Más vale que lo leamos, porque esta vez, mi primo contó la vida sin cambiar nada. (Toma el libro). Todo empezó cuando muere el marido de Bernarda Lo están velando en la iglesia. Verás cómo se expresa de ella su Vieja criada, La Poncia. Dame eso. (Indica un chal oscuro que Lena le pasa, se lo echa sobre los hombros y representa a La Poncia). Has cuenta que soy La Poncia. (Dejando el libro). Sé de memoria lo que está escrito.
Lena: ¿Y yo, doña Rosa?
Rosa: (Sonríe) Tú, como la criada, responde lo que quieras. (Actuando con énfasis, como La Poncia). "Llevan ya más de dos horas en la ceremonia. Han venido curas de todos estos pueblos. La iglesia se ve hermosa. En el responso se desmayó la MagdaLena. (Como explicando a Lena, saliendo algo del rol de La Poncia). De las cinco hijas de Bernarda ésa era la única que quería al padre. (Retoma el rol). Ay, ¡gracias a Dios que estamos solas tú y yo en la casa!. Me salí de la Iglesia porque quería comer, y que ella no se entere.
Lena: ¿Le parecía mal a Bernarda?
Rosa: Muy mal, porque ella está ayunando por duelo. Y si no come, quisiera que todos se mueran de hambre. ¡Ah, dominante!. Pero, que se fastidie. ¡Comeré de sus chorizos!
Lena: ¡Qué clase de mujer ha de ser esa Bernarda!. Me asusta.
Rosa: "Tirana". Capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre la sonrisa, esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia vidrios, limpia esto, limpia lo otro!
Lena: Como mi tía Vieja, la que murió.
Rosa: Porque ella es la más aseada, la más decente, la más alta, ¡buen descanso ganó el pobre de su marido!
Lena: Ay, ¡me recuerda mucho a esa tía Vieja que, en verdad, era mi abuela!
Rosa: (Actuando, brazos en jarra). ¡Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras, noches en vela cuando tose, días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento! ¡Mal dolor de clavo le pinché los ojos!
Lena: (Se cubre la boca) ¡Por Dios!
Rosa: (Saliendo del personaje, ríe ante la sorpresa de Lena). Pues ¡así era!. Y ¿cómo es eso de que te recuerda a una tía que en verdad era tu abuela?
Lena: Mi madre se casó contra la voluntad de la abuela y ella la corrió de su casa. Entonces se vino a vivir aquí, con esta tía. Y cuando me llevaban a visitar a la abuela, me hacían decirle "tía Vieja". Mi madre tuvo que cambiar su nombre. La odiaba por tirana, decía.
Rosa: Y esa mujer con la que vives ahora, la que se convirtió en tu carcelera y está medio ciega y medio sorda...
Lena: Es hermana de mi madre. Nunca se casó. Sí, está ya bien Vieja, pero tiene fuerzas para regañarme y prohibirme esto y lo otro todo el santo día. Es como una enfermedad, y la compadezco.
Rosa: Así se van amargando las que no disfrutaron de sus años mozos, Lena Y tú ¿por qué siempre llevas luto, mujer?
Lena: Ahí puso usted el dedo en la llaga. Mi luto. Bueno, ya tengo costumbre. Somos pobres y sólo tengo estas ropas.
Rosa: Debiste decirlo. Puedo darte algunos de mis vestidos.
Lena: La verdad ¡tengo uno precioso!. De fiesta.
Rosa: ¿De "Manola"?
Lena: No. Para bailar. De "faralaes", vuelos desde aquí hasta el ruedo. Color verde esmeralda. Pero nunca pude llevarlo, doña Rosa. El día en que me lo compraron, al cumplir los 13 años ¡murió mi padre!. ¡Mal rayo lo parta! (Se santigua automática­mente)
Rosa: ¡Cómo puedes hablar así de tu padre!
Lena: Digo "mal rayo lo parta por haberse muerto."
Rosa: Eso está mejor.
Lena: ¡Mal rayo lo parte por morir justo cuando no debía!. (Se santigua de prisa). Tenía el vestido puesto para celebrar mi fiesta y vienen a decir que murió al caer del caballo. Una borrachera... Mire qué poco oportuno. "Son ocho años de luto" dijo mi madre. Luego murió ella: son ocho años de luto", dijo mi tía la Vieja. Y a poco muere ella. Y la que vive conmigo... pues, lo mismo. Ahora yo le digo, doña Rosa para qué me hace usted hablar!
Rosa: Entonces ¿nunca pudiste llevar tu vestido de faralaes?
Lena: ¿Por qué lo pregunta?
Rosa: Según los escritos de mi primo, Adela, la menor de las hijas de Bernarda, lucía un vestido así bailándole a las gallinas. El mismo lo vio en la casa del lado.
Lena: Pues, esa pobre niña era yo. Aunque nunca se me ocurrió bailarle a las gallinas. Pero sí, a solas en mi cuarto. Me lo ponía y bailaba. ¡Ni siquiera tenía un espejo para verme!. ¡Odio con toda mi alma a los difuntos de mi familia... que se pudran en la tierra (Se santigua). Que me perdonen ellos, pero ¡son tantos!. Cada año moría alguno.
Rosa: Es que en estos pueblos pequeños, todos están emparentados, Y vaya que se lleva la cuenta de quién casó con quién, o del que, sin lazos de sangre, viene a ser tu tío o tu primo. Y aún si el parentesco es lejano, lo mismo has de afligirte y llevar luto. Bueno, son los reglamentos.
Lena: ¿Hasta cuándo, doña Rosa, vamos a callar y obedecer a los reglamentos?
Rosa: Me lo preguntas, pero los obedeces: no te atreves a tener ese crío.
Lena: Pero ¡los rompí una vez!. Cuando me monté a la grupa del caballo de aquel desconocido. Y él tenía esposa, yo lo sabía. Me quería sólo por diversión.
Rosa: Dijiste "no me arrepiento"
Lena: ¿Está mal?. ¡No quería morirme virgen!. Una mujer, al menos que entre a un convento, tiene que conocer la vida ¿no?. Ya sé que usted no piensa así, doña Rosa.
Rosa: Esta Rosa ya está deshojada. (Pausa) Ten ese hijo. Aquí, en mi casa.
Lena: ¡No! ¡No me atrevo!. Mire usted, sólo conozco una clase de vida, ésta, la que llevo con mi tía. Me asusta empezar una vida diferente, en la que todos me señalen con el dedo, la de "ahí va la mujerzuela, la sin honra, la vergüenza de este pueblo". Porque no lo voy a estrangular... para que lo desentierren los perros. Pero tenerlo ¡tampoco!

Se queda en el suelo, cabeza entre las manos, sumida en su depresión.

Rosa: Quizá cambies de idea escuchando lo que cuenta mi primo... ¿Quieres escuchar más de Bernarda Alba? (Lena asiente) ¡Qué sabio era Federico!. Si tal parece que estuvo metido dentro de esas casas, volando por sobre los patios clausurados, que se iban cargando de silencio, de rencores. Nos muestra a esas mujeres que perdían su vida ¡como si quisiera sacudirnos de una vez por todas!

Ha bajado la luz. Guitarra española. Por un instante se ve en silueta a un gitano. En la penumbra, Rosa y Lena dialogan antes de tomar sus personajes en la Obra "Bernarda Alba".

Rosa: Se llamaba Pepe el Romano. Las hijas de Bernarda suspiraban todas por él. Su verdadero nombre era... Pepe la Romilla.
Lena: ¿Cómo supo de eso su primo?
Rosa: Te dije que era vecino de Bernarda. Y descubrió que bajando al pozo seco que había en su patio, podía escuchar las con­versaciones en casa de la tal doña Frasquita. Era terri­ble con sus hijas. Las tenía encerradas. Federico les veía brillar las pupilas por entre las rendijas de los postigos, espiando siempre lo que ocurría en la calle. ¡Pobre Bernarda!. Quizá ella misma fue criada en esa ley. Víctima de los reglamentos.
Lena: ¿Eso de "siempre fue así y tú a callar"?
Rosa: (Echándose sobre los hombros el chal marrón) Ya oiste que La Poncia la soportó treinta años.
Lena: ¿Por qué seguía con ella?
Rosa: (Ahora, actuando como La Poncia) ¡Porque soy buena perra!. Ladro cuando me dicen y, muerdo cuando ella me azuza. ¡Pero un día me hartaré!
Lena: (Aún en penumbra, desde el rincón) ¿Y ese día?
Rosa: ¡Me encerraré con ella en un cuarto y la estaré escupiendo un año entero: Bernarda por esto, Bernardo por aquello. (Se sienta) Y las hijas de Bernarda peleándose porque ya sien­ten la necesidad de hombre, y ella les ahuyenta los novios. A Pepe el Romano, que las traía locas a todas, sólo lo dejó pretender a la mayor, Angustias, ya cuarentona. Adela, la más joven, terminó entregándosele.
Lena: ¿Cómo... dónde?
Rosa: Entre los juncos, en un corral de paja. Adela era la que se ponía su traje verde de fiesta para bailarles a las aves. Una de las hermanas pregunta por Adela, creo que es MagdaLena... (Lena ahora ha tomado una falda y se ha puesto una cinta en el pelo, para representar a MagdaLena). Y la otra responde: "se ha puesto el traje verde que tenía para estrenar el día de su cumpleaños, y ha comenzado a dar voces "¡gallinas, mi­radme!"

Rosa cuelga de la cuerda una falda verde con vuelos, y la dispone junto a las otras faldas o trapos de colores, que simbolizan las hijas de Bernarda.

Lena: (Como magdaLena, dirigiéndose a las faldas). Pobrecilla, es la más joven de nosotras y tiene ilusión. Yo ya sé que no me voy a casar, pero lo mismo tendré que bordar sábanas. (To­cando las faldas colgadas). Martirio... Amelia ¿sabéis ya lo cosa?. Vamos... ¡mejor que yo lo sabéis! Siempre cabeza a ca­beza como dos ovejitas. Pero sin desahogarse con nadie: ¡lo de Pepe el Romano!. (A modo de respuesta se escucha un rasgueo de guitarra). ¿Cómo, que, "ah"?. Ya se comenta por el pueblo: Pepe el Romano viene a casarse con nuestra hermana Angustias. Anoche estuvo rondando la casa. (Guitarra). ¿Así es que te alegras, Amelia? (Tocando las dos faldas). ¿Y tú también Martirio?. ¡No es verdad!. Si viniera Pepe el Romano por el cuerpo de Angustias, por ella como mujer, pues sí, me ale­graría. Pero viene por su dinero, Y ya que estamos en fami­lia debemos reconocer que Angustias está Vieja, es enfermiza y ha sido la que menos méritos ha tenido. Si a los 20 años parecía un palo de escoba, ¡qué será ahora a los 40!. Y Pepe tiene 25 años. Y es el mejor tipo de estos con­tornos. Lo natural es que te pretendiera a ti, Amelia, o a nuestra pequeña Adela, que sólo tiene 20. (Pausa) ¡No seas hipócrita Martirio!. ¿Para qué la defiendes?. Ah, ya viene Adela. (Lena toca la falda verde con cariño y pregunta). Dime, hermana ¿te vieron ya las gallinas?. Cuidado, si te ve nuestra madre, te arrastra por el pelo. (Rasgueo de guitarra. Ríe) ¡Oigan­la!. Le regalaron unas cuantas pulgas... Olvídate de ese vestido. Tíñelo de negro, o regálaselo a Angustias para su boda con Pepe el Romano. (Guitarra dramática para la res­puesta de Adela). Sí, eso dije. ¿Qué te ocurre? Ah: no lo sabías. Pues, ya lo sabes. ¿Cómo que no puede ser?. El dinero lo puede todo. Pobre. Sí. Te entiendo. Este luto te ha cogi­do en la peor época de tu vida: en tus ardientes veinte años. Pero ¡ya te acostumbrarás, Adela!.

Sale como MagdaLena y regresa con la falda verde, como Adela. Dice con enojo:

Lena-Adela: ¡No, MagdaLena!. No me acostumbraré. Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras. No quiero perder mi blancura en estas habitacio­nes. Mañana salgo, con mi vestido verde, a pasear por la calle. ¡Quiero salir!

Guitarra breve, Lena se retira.
Entra
 Rosa como Bernarda, con un chal negro.

Bernarda: (Hacia afuera) ¡Angustias!
Voz Lena: ¿Sí, madre?
Bernarda: ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la cara?. Y tuviste el valor de lavarte la cara el día en que murió tu padre.
Voz Lena: No era mi padre. El mío murió hace tiempo.
Bernarda: Más debes a ese hombre, padre de tus hermanas que al tuyo.
Voz Lena: Madre ¡déjeme salir!
Bernarda: Después que te hayas quitado esos polvos de la cara.

(Por el otro costado entra Lena, con el chal café de la Poncia.)

Bernarda: ¿Qué hay, La Poncia?
La Poncia: No deberías ser tan inquisitiva con ellas. (Pausa) ¿Puedo hablar, Bernarda?
Bernarda: Supongo que oiste la discusión por lo del retrato de Pepe el Romano. Se han llamado unas a otras perversas, y no sé qué más. Martirio lo tenía escondido, pero confesó que era una broma.
La Poncia: Y tú ¿qué le has dicho a tus hijas?
Bernarda Las mandé callar. Silencio, les dije. Todavía no soy una anciana y tengo cinco cadenas para vosotras, y esta casa, levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. Y las mandé salir, a todas. Tendré que sen­tarles la mano. Es mi obligación. Y si algo tienes que decir tú, La Poncia, te recuerdo que nunca está bien una extraña en el centro de la familia.
La Poncia: Pero lo visto, visto está. (Se sienta)
Bernarda Angustias tiene que casarse enseguida.
La Poncia: Claro: hay que retirarla de aquí.
Bernarda: A ella no. ¡A él!
La Poncia: Sí. Piensas bien.
Bernarda: No pienso: lo ordeno.
La Poncia: ¿Y crees que él querría marcharse?
Bernarda: (Con recelo) ¿Y qué imagina tu cabeza?
La Poncia: Claro, se casará con Angustias. Pero, te prevengo: abre bien los ojos, y verás.
Bernarda "Verás", ¿qué?
La Poncia: Bernarda, ¡aquí pasa una cosa muy grande!. Yo no te quiero echar la culpa, pero no has dejado libres a tus hijas. Martirio es enamoradiza, ¿por qué no la dejaste casar con Enrique Humañas?
Bernarda: Porque mi sangre no se junta con la de los Humañas, el padre fue gañán. Y no creo que pasen cosas tan grandes, La Poncia... Ya se olvidarán de ellas. Y si algo ocurre ¡no traspasará estas paredes!
La Poncia: Óyeme: ¿sabes quién es la verdadera novia de Pepe el Romano?, Adela.
Bernarda: Mis hijas respetan mi voluntad.
La Poncia: Me contaron que Pepe estuvo aquí hasta las cuatro de la madrugada. Y según dijo Angustias, de platicar con ella terminó a la una y se marchó. ¿Qué pasa entre la una y las cuatro?
Bernarda: Calla. Habrá que vigilar mejor. ¡Aquí en esta casa no se vuelve a dar un paso sin que yo lo sienta!

(Salen ambas. Guitarra.)

Una Voz: (Llamando de afuera) ¡Adela!... ¡Adela!

(Entra Lena, ahora con el traje verde, como Adela)

Adela: (Hablando a una de las faldas tendidas) ¿Por que me buscas, Martirio?. Siempre vigilándome. Oye, no voy a dejar a ese hombre. ¡Qué me importa no ser una mujer honrada!. ¡Con las ganas que tienes de ocupar mi puesto!. He tenido la fuerza de Adelantarme. Con el brío que a ti te falta. He visto la muer­te debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío. Pepe vino por Angustias, por el dinero de Angus­tias, pero sus ojos ¡los puso siempre en mí!. No se casará con ella, todas sabemos que no la quiere. (Se escucha la guitarra a modo de respuesta). Ah ¡tú también quieres a Pepe!. Lo siento, Martirio, no tengo la culpa y aquí ya no hay ningún remedio. ¡La que tenga que ahogarse, que se ahogue!. Pepe el Romano es mío. Me lleva a los juncos de la orilla. ¡Es que ya no aguanto el horror de estos techos, des­pués de haber probado el sabor de su boca!. Seré, lo que él quiera que sea. ¡Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre. Perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen las que son queridas de un hombre casado... (Avanza, haciendo la mímica de apartar a Martirio de su camino). ¡Quítate de la puerta, Martirio!. ¡Déjame pasar!

Se muestra, saliendo de las sombras, Rosa como Bernarda

Bernarda: (Autoritaria) ¡Martirio... Adela!. Quietas. Adela tiene las enaguas llenas de paja de trigo. Esa es la cama de las mal nacidas. (Alza su bastón)
Adela: Pues aquí se acabaron las voces de presidio. Esto hago yo con la vara de la dominadora. (La tira lejos). No dé usted un paso más. En mí no manda nadie más que Pepe el Romano. Soy su mujer. ¡Entérense todas!. ¡Ahí fuera está, ¡respirando como si fuera un león!
Bernarda: ¡La escopeta... traedme la escopeta! (Sale)
Adela: (Se lleva la mano al pecho) ¡Nadie podrá conmigo!

Se oye un disparo.

Voz de Bernarda: ¡Se acabó Pepe el Romano!
Adela: (Inmóvil, se cubre la boca) ¡Dios mío! (Sale corriendo)

Entra Bernarda y grita hacia afuera:

Bernarda: ¡Atrévete a buscarlo ahora!

Entra Lena, como La Poncia:

La Poncia: Bernarda, ¡mataste a Pepe el Romano!
Bernarda: No. No le di. Salió corriendo en su jaca.
La Poncia: ¿Por qué lo has dicho, entonces?
Bernarda: Es mejor que lo crea muerto. (Llama) ¡Adela!. (Hay un silencio, y se escucha luego la guitarra dramática. A La Poncia) ¡Ve por Adela!

Sale La Poncia. Se escuchan rasgueos de guitarra. Vuelve a entrar, desesperada:

La Poncia: ¡Vengan!. ¡Dénme un martillo!. ¡Ay, nunca tengamos ese fin!... (Lleva sus manos a su garganta) Adela... ¡se ha ahorcado!
Bernarda: ¡Calla!
La Poncia: Fue culpa tuya, Bernarda. Tenía ya a ese hombre en la san­gre. ¡Se ahorcó porque le hiciste creer que había muerto!

Un silencio.

Bernarda: (Hacia afuera) ¡Pepe, tú iras corriendo por las alamedas. pero otro día caerás. ¡Descolgad a mi hija Adela!. ¡Mi hija ha muerto virgen!. Llevadla a su cuarto y vestirla como doncella. (La Poncia sale) ¡Nadie diga nada!. Ella ha muerto virgen. Avisad que al amanecer den dos clamores las campa­nas.
Voz de Lena: (Suave, oculta tras las ropas del cordel) Dichosa Adela que pudo tener a Pepe el Romano.
Bernarda: Calla, Martirio. ¡No quiero llantos aquí!. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio Vosotras! Oíd: las lágrimas cuando estéis solas. Nos hundiremos en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído?. Silencio, he dicho. ¡SILENCIO!

La música subraya su voz.
O
scuro
Silencio. Entra, suave, la guitarra.
Al volver la luz, Lena, con una blusa de color, acomoda las sábanas en el cordel donde estaban las faldas. Habrá tres sábanas, como cortinas, que permiten el juego de pasar entre ellas.
Entra Rosa. La mira y sonríe:

Rosa: Vaya, ¡qué bien! te pusiste la blusa. Te daré también una falda de color. Te ves más alegre. Y a quién le importa el luto.
Lena: Tiene razón. Mi tía ve poco y a la calle no salgo nunca. Que el luto por todos los muertos lo siga llevando ella.

Un silencio.

Rosa: Quedaste impresionada con lo que te leí ayer, ¿verdad?
Lena: Mucho. ¡Mire que esa niña, Adela, atreverse a tanto!. Quitar­se la vida. ¿Cree que eso ocurra?. Porque en un libro se pue­de escribir cualquier cosa.
Rosa: Pasó tal cual, mujer. Doña Frasquita Alba era así de tirana. Y quiso matar a Pepe la Romilla, pero no le dio. Y también es verdad que le dijo a Adela que estaba muerto, y entonces, ella, en la vida real ¡se colgó de una viga!
Lena: (Soñadora) Oiga, señora Rosa, ¿una de las hijas se llamaba MagdaLena?
Rosa: En el libro, sí.
Lena: Es que así se llamaba mi madre. Y yo. No sé... pero todo lo que me leyó me resulta tan... familiar. ¿No cree que esa doña Frasquita pudo ser mi abuela?. No, ¡no puedo ser nieta de aquella fiera!
Rosa: Qué te preocupa, tu abuela debió ser otra como ella, si no fue ella misma. Hay tantas Bernardas, tantas como Adela y como Angustias.
Lena: Yo no hubiera tenido el valor de quitarme la vida...
Rosa: Pero se la vas a quitar a tu hijo.
Lena: Calle. Es sólo quitar del vientre una semilla.
Rosa: ¿No has pensado en la dicha que es estrechar en tus brazos una criatura?. Son puro amor, pura inocencia... Debí leerte lo que dice Yerma, la casada estéril. ¿Estás decidida a hacerlo?
Lena: Soy cobarde. No soportaría ser señalada con el dedo.
Rosa: Sé valiente. Ten esa criatura. Bien quisiera yo dar a luz, pero a mi edad no es posible. Pasó el tiempo. ¿Sabes a qué locura llegó esa pobre mujer estéril?. Pues, a estrangular a su marido que no pudo darle hijos.
Lena: No... ¡lo mató?
Rosa: Estrangulándolo mientras él la besaba.
Lena: Perdone, doña Rosa pero eso, ¡no se lo creo!
Rosa: Estaba trastornada. Loca.
Lena: ¿Y enloqueció, sólo por no poder tener hijos?
Rosa: Piensa que una mujer sin hijos no sabe qué hacer. Eso tam­bién es algo que nos han metido en la cabeza durante genera­ciones. Sin el hombre, no somos nada. Primero manda el padre, luego el marido, y después tiene que haber un hijo para que merezcas ser considerada.
Lena: ¿Lo de Yerma también lo cuenta su primo? (Ella asiente). ¿Y ocurrió de verdad?
Rosa: No estoy segura. Pero sé que existen las romerías a las que él se refiere, a las que van las mujeres estériles. Y en un lugar, al parecer, instalan detrás de la pirca de piedra a los "romeros". Así los llaman, pero en verdad son hombres que fingen ir allí a rezar, y hacen el amor con las romeras. Por supuesto más de alguna concibe luego. "Milagro" dicen de la romería. (Empieza a bajar la luz). Lo que importa es que nadie se entere de la superchería. Se trata de guardar las apariencias. Es el remedio cuando el estéril es el marido.

En este cuadro Rosa ha entrado con alpargatas, falda y blusa, con un vestuario que le permita interpretar a Yerma. Se arregla el cabello, cubierto con un pañuelo para mostrarlo luego suelto, o con una larga trenza. Puede tomar el pañuelo de la ropa tendida.
Guitarra. Luz especial.
Rosa se instala (como Yerma) a coser una tela blanca. El galán es primero Victor, el pastor. Luego será Juan, el marido. Lena interpreta los otros roles. Al bajar la luz, Lena ha salido.
(Las escenas de Yerma están sintetizadas)

Victor: Buenas tardes, Yerma.
Yerma: Pasa. Víctor.
Victor: ¿Tu marido no está en casa?
Yerma: Juan anda en el campo.
Victor: ¿Qué coses?
Yerma: Unos pañales.
Victor: (Sonriendo) ¡Vamos!
Yerma: Los voy a rodear de encaje.
Victor: Si es niña le pondrás tu nombre.
Yerma: (Tiembla) ¿Cómo?
Victor: Me alegro por ti.
Yerma: No son para mí. Son para el hijo de María.
Victor: Bueno pues, a ver si con el ejemplo te animas.
Yerma: (Con angustia) ¡Hace falta!
Victor: Pues, Adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar dinero ¿pero
a quién se lo va a dejar cuando muera?. Me voy con las ovejas. Dile a Juan que recoja las dos que compró. Y en cuanto a lo "otro", ¡qué ahonde! (Sale, sonrien­do)

Baja la luz, sale Yerma. Se escucha una canción grabada:

"Te diré niño mío, que sí,
tronchada y rota soy para ti.
¡Cómo me duele esta cintura
donde tendrás primera cuna.
¿Cuándo, mi niño, vas a venir?
Cuando tu carne huela a jazmín.
"

Lena , como vieja campesina, entra trayendo una canasta.

Entra Yerma trayendo también una canasta.

Vieja: Buenos días. ¿Dónde vas, Yerma?
Yerma: Vengo de llevarle la comida a mi esposo que trabaja en los olivos.
Vieja: ¿Llevas mucho tiempo de casada?
Yerma: Tres años.
Vieja: ¿Tienes hijos?
Yerma: No.
Vieja: Ya tendrás. También yo vengo de traer comida al esposo. Ten­go nueve hijos, como nueve soles. ¿De qué familia eres tú?
Yerma: Soy hija de Enrique, el pastor.
Vieja: Buena gente. ¡Pude haberme casado con un tío tuyo!. Yo he sido una de esas mujeres faldas al aire... ¡te vas a reír!. He tenido dos maridos y catorce hijos.
Yerma: Hace tiempo que estoy deseando tener conversación con mujer Vieja. Porque quiero enterarme. Usted me dirá.
Vieja: ¿Qué?
Yerma: Lo que sabe. ¿Por qué estoy yo seca?. ¿Me he de quedar para cuidar aves, o poner cortinitas en las ventanas?. ¿Qué tengo que hacer?
Vieja: No sé. Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar. Los hijos llegan como el agua. No me hagas hablar.
Yerma: ¿Por qué no?
Vieja: Oye, ¿a ti te gusta tu marido?
Yerma: ¿Cómo?
Vieja: Que si lo quieres, que si deseas estar con él.
Yerma: No sé.
Vieja: ¿No tiemblas cuando se acerca a ti?. ¿No te da así como un sueño cuando te acerca sus labios?
Yerma: No. No lo he sentido nunca.
Vieja: ¿Ni cuando has bailado?
Yerma: (Recordando) Quizá una vez... Victor...
Vieja: Sigue.
Yerma: Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez, el mismo Victor, tenía yo catorce años, me cogió en brazos para saltar una acequia, y me entró un temblor que me sonaron los dientes. Pero es que he sido muy vergonzosa.
Vieja: ¿Y con tu marido?
Yerma: Es... otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría, pues el primer día que me puse de novia con él, pensé en los hijos.
Vieja: Quizá por eso no hayas parido. Los hombres tienen que gustar. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca.
Yerma: Yo me entregué a mi marido por ver si me llegaba un hijo. Nunca por divertirme.
Vieja: Y resulta que estás vacía. (Desaparece tras las sábanas)
Yerma: Vacía no... ¡LLena de odio! (Hacia las sábanas). ¿Tengo yo la culpa?. Las que nos criamos en el campo tenemos cerradas todas las puertas. Todo se vuelve medias palabras y gestos. ¡Y tú también te callas!

Se queda quieta. Se escucha la guitarra. Entra Juan,

Juan ¿Qué haces aquí todavía?. Debías estar en casa.
Yerma ¡Juan!. Me entretuve.
Juan: No comprendo en qué.
Yerma: Oía cantar los pájaros.
Juan: No quiero que mi esposa dé qué hablar a las gentes.
Yerma: ¡Puñaladas les den a las gentes!
Juan: No maldigas, que eso está feo en una mujer.
Yerma: ¡Ojalá fuera yo una mujer!
Juan: Vamos a dejarnos de conversación. Vete a casa.
Yerma: ¿Te espero?
Juan: No. Estaré la noche regando. Te acuestas y te duermes.
Yerma: (Dramática) ¡Me dormiré!

Salen cada uno por un extremo. Guitarra.

Voces cantando

En el arroyo frío
Lavo tu cinta
Como un jazmín caliente
Tienes la risa.

Escena de las lavanderas
Lena, cambiando de pañuelo en su cuello, o cabeza, asoma por un lado de las sábanas como Lavandera I. Por el otro, como Lavandera 2, mientras, atrás, se oyen risas y una tercera Voz , como si hubiera 3 Lavanderas.


Lavandera 1: A mí no me gusta hablar, pero aquí, se habla.
Lavandera 2: La que quiera honra, que la gane.
Lavandera 1: Yo planté un tomillo
Lo vi crecer
El que quiera honra
Que se porte bien...
 (Ríe)
Lavandera 1: (Mientras simula lavar con los piés en el arroyo, brazos en jarra) Lo cierto es que Juan, el marido de Yerma, se ha llevado a vivir con ellos a sus dos hermanas, esas soltero­nas, ya mayores, para que cuiden de ella mientras está en los campos.
Lavandera 2: (Aparece de entre otras sábanas, lava arrodillada, cambio de pañuelo) Y así el marido se va a sus tierras. Dicen que anoche, Yerma se lo pasó sentada afuera de su casa, a pesar del frío.
Lavandera 1: Es que le cuesta trabajo quedarse en casa.
Voz atráz: ¡Es de las que se echan polvo y colorete, y salen en busca de otro que no es su marido!
Lavandera 1: ¿La has visto tú?
La Voz : Yo no, pero las gentes sí.
Lavandera 2: ¿Y qué hacían?
La Voz : Hablaban.
Lavandera 2: ¿Es pecado hablar?
Lavandera 1: (Indica) Miren, ya salen los rebaños... (Se escuchan las campanitas con badajo de madera de los rebaños) Falta el rebaño de Victor.



Canto a 2 voces, mientras lavandera 1 lava.

En el arroyo frío
Lavo tu cinta
Como un jazmín caliente
Tienen las risas
Quiero vivir
En la nevada chica
De ese jazmín.

 

Lavandera 1: Ay, de la casada seca...
ay de la que tiene los pechos llenos de arena

(Saliendo)

¡Dime si tu marido guarda semilla
para que el agua cante por tu camisa!



Baja la luz.
Entra Yerma por costado derecho, seguida de Juan

Juan: ¿Vienes de la fuente?
Yerma: Para tener fresca la boca. ¿Cómo están las tierras?
Juan: Ayer estuve podando árboles.
Yerma: Esta noche ¿te quedarás a dormir?
Juan: He de cuidar el ganado. Tú sabes que eso es cosa del dueño.
Yerma: Lo sé. No lo repitas.
Juan: Cada hombre tiene su vida.
Yerma: Y cada mujer la suya. No te pido que te quedes. Tengo aquí lo que necesito. Tus hermanas me cuidan bien.
Juan: ¿Es que te falta algo?
Yerma: Sí.
Juan: Hacen cinco años. Casi lo estoy olvidando.
Yerma: Pero yo no.
Juan: Si tanto quieres un hijo, trae uno de tu hermano.
Yerma: No quiero cuidar hijos ajenos.
Juan: Entonces debes resignarte.
Yerma: Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.


Salen. Música para la escena del cementerio. Entra Yerma con velo y la sigue Lena como Vieja, con manto oscuro, encorvada. Se ven primero detrás de la transparencia.

Yerma: Sólo me importa el resultado. No tengo miedo.

Se desplazan hacia el centro, se muestra Juan tras la transparencia.

Vieja: Pero mientras aguardas la gracia de Dios, para tener ese hijo, debes ampararte en el amor de tu marido.
Yerma (Suspira) Ay...
Vieja Pero tu marido es bueno.
Yerma: ¿Y qué?. ¡Ojalá fuera malo!. El va con sus ovejas por los caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre, cumple su deber, pero yo le noto la cintura fría. Como si tuviera el cuerpo muerto. Y yo, que siempre tuve asco de las mujeres calientes, quisiera ser en ese instante una montaña de fuego.
Juan: (Se muestra) ¿Qué haces mujer en el cementerio?. ¡Mira donde va la honra de mi casa!
Vieja: Juan, tu mujer no ha hecho nada malo.
Juan: Lo está haciendo desde el día de la boda. Mirándome con los ojos como agujas, pasando las noches en vela, llenando de malos supiros mi almohada.
Yerma: ¡Cállate!
Juan: No puedo más. Se sale de noche fuera de la casa. Las calles están llenas de machos.
Yerma: ¡Acércate y huele mis vestidos, a ver si encuentras un olor que no sea el tuyo!
Juan: No sé qué busca una mujer a todas horas fuera de su tejado.
Yerma: (Abrazándolo con pasión) Te busco a ti, es a ti a quién busco día y noche, sin encontrar sombra donde respirar. ¡Es tu sangre y tu amparo lo que deseo!

La Vieja sale de escena.

Juan: ¡Apártate!
Yerma: ¡No me apartes y quiere conmigo!
Juan: ¡Quita!
Yerma: ¡Maldito sea mi padre que me dejó su sangre de padre de cien hijos!. ¡Maldita sea mi sangre que los busca, golpeando en las paredes!

Apagón
Música para la romería. Cánticos monótonos. Lena, como otra Vieja, con una greñas grises que le caen sobre los hombros, entra y llama a Yerma que viene con un velo. Le habla en voz baja:

Vieja: Yerma, cuanto te vi en las romerías de las estériles, me dio un vuelco el corazón. Ven... la verdad es que a esta rome­ría vienen las mujeres a conocer hombres. (Yerma se aparta con miedo, ella se le acerca). Sí, ese es el "santo" que hace los milagros. Ven, Yerma, mi hijo está sentado detrás de aquella pared, esperándote. (Yerma vacila). Mi casa necesita de una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Y en cuanto a tu marido ¡mi hijo es fuerte!. ¡No lo dejará cruzar la calle! Ven...
Yerma: ¡Calla!. Nunca lo haría. ¿Te figuras que yo puedo conocer a otro hombre?. ¿Dónde pones mi honra?
Vieja Pues, sigue así, como los cardos ¡pinchosa y marchita!

Se ve a Juan acechar tras la transparencia desde hace un instante.

Yerma: Marchita, lo sé. Pero es la primera vez que oigo esa pala­bra. Que me la dicen. (Ve a Juan). ¡Estabas ahí, Juan!
Juan: Estaba.
Yerma: Acechando. Vete con los de la romería.
Juan: Es hora de que hable y me queje. No resisto tu lamento por cosas que no han pasado.
Yerma: Sigue, sigue.
Juan: Por cosas que no me importan, ¿Lo oyes?. No tenemos culpa.
Yerma: Esposo ¿qué buscabas en mí?
Juan: A ti misma.
Yerma: La casa, la tranquilidad, una mujer. ¿Y tu hijo?
Juan: ¡No me importa!. No podré esperarlo. Resígnate. Vivamos en paz. Abrázame. (Pausa) Con la luna ¡estás Hermosa!
Yerma: Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
Juan: (Abrazándola) ¡Bésame... así! (La retiene en us brazos)
Yerma: ¡Eso ¡nunca! (Empieza a apretar su garganta, a ahogarlo con fuerza, van cayendo ambos hasta quedar ella sobre él. Sobre los coros de la romería a lo lejos, ella habla y va subiendo la voz ). ¡Marchita, marchita, pero segura!. Ahora sí voy a descansar, sin despertarme sobresaltada para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. (A personas que están lejos, de pié) ¿Qué queréis saber?. ¡No os acerquéis, porque yo misma he matado a mi hijo!. ¡Yo misma he matado a mi hijo! (Escapa corriendo)
(Esta última escena ocurre tras la transparencia)

Apagón
Un espacio con música de guitarra
.
Al volver la luz, Rosa está en la silla, leyendo. Entra Lena. Lleva falda y blusa de color. Se echa a los pies de Rosa visiblemente emocionada.

Lena: ¡Se lo he dicho a mi tía!
Rosa: ¿Lo del hijo?
Lena: Sí.
Rosa: ¿Cómo se lo dijiste?
Lena: Recordando las palabras de lo que leyó usted, doña Rosa
Rosa: (Cerrando los ojos, acaricia su cabeza con ternura) Bien, eso está muy bien, amiga. Por favor, repíteme esas palabras.
Lena: Ay... fueron tantas, ¡no podré recordarlas todas!. Pero, empecé con mis propias palabras: "tía, voy a tener un hijo sin padre. Y no es necesario que me eche usted de la casa, pues me iré de todos modos. Por si alguna vez necesita ayuda, estaré donde la vecina. Porque ella me ha dicho: ¡ten esa criatura y volveremos las dos a nacer de nuevo con ese hijo tuyo! (Le sonríe) ¿estuvo bien?
Rosa: Muy bien. Sigue.
Lena: (Apartándose, con Voz vibrante) La hubiera visto. Se quedó tan espantada que sólo atinó a alzar su bastón como si me fuera a castigar...
Rosa: ¿Y tú?
Lena: Se lo quité y lo tiré lejos, diciendo, como Adela a Bernarda "aquí se acaban las voces de presidio. No dé un paso más. Porque ahora en mí manda... en mi manda..." (Mira a Rosa)
Rosa: "En mi manda la sangre"... (Enfática) "Porque de mi sangre ha de nacer una criatura. Espero que sea una niña. Y no quiero que crezca encerrada entre cuatro paredes,
Soportando tiranas y convirtiéndose ella misma en tirana".
Lena: ¡Sí!. Que crezca lejos de esta casa, eso le dije. Y ella parecía ahogarse en su rabia. Dio voces, que debía sacarme del cuerpo ese pecado, al menos para guardar las apariencias de una mujer honrada. Y resignarme a lo que en la vida me tocó, como lo había hecho ella, la abuela y todas las mujeres de nuestra familia. Nada más respondí, como Yerma: "Sólo cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado."
Rosa: (Murmura) Bien, bien...
Lena: Y ella siguió dando voces, que cómo, que cuándo y dónde... "Me llevó a los juncos de la orilla", le dije como Adela. Y mi tía: "¡Ay, desvergonzada!. ¿Cómo darás que hablar a las gentes!". Y yo, como Yerma: "¡Puñaladas les den a las gen­tes!" (Va hacia el costado, por donde llega de su casa, Indica) Y cuando ya estaba aquí, cruzando a su patio, doña Rosa, me tira de las faldas, gimiendo: "¿Pero por qué lo hiciste, perra?". Muy tranquila me volví, respondiendo, como si yo fuera Yerma: "Lo hice para tener un hijo. ¿No es hermoso tener un hijo?. Sólo por eso, tía, se lo juro." (Besa su pulgar, luego se acerca a Rosa y le sonríe). Y entonces, ella me dejó en paz.
Rosa: Y ahora dime la verdad, ¿lo hiciste con esa intención?
Lena: Sí, doña Rosa. No supe entonces que me asustaría tanto tener ese crío. (Rosa toma su mano y la acaricia. Lena, continúa, como transfigurada). Pero ya no siento temor y estoy muy alegre. ¿Se lo puede usted figurar?. Una criatura, tan nuevita, tan limpia, recién llegada a este mundo. Una que nunca, jamás, haya escuchado esas palabras que nos martiri­zan: "Silencio, a callar. Resígnate, porque siempre ha sido así." (Pausa) ¡Y no las escuchará nunca! (Impulsiva, toma la mano de Rosa, que se ha levantado y la besa). ¡Y a usted se lo debo!
Rosa: A mí, no. Las dos se lo debemos ¡a mi primo Federico!

Baja la luz, lentamente, hasta el Fin

 



Desarrollado por Sisib, Universidad de Chile, 2006