Dramaturgos / Isidora Aguirre  

 

 


El lazarillo de Tormes

de Isidora Aguirre

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Si usted desea obtener los permisos para el montaje de esta obra contactar a: isiaguirre@hotmail.com
Primera parte
Segunda parte
Versión de impresión

 

 

Adaptación para teatro de la novela anónima española del mismo nombre de


Isidora Aguirre

La acción transcurre en la España del siglo XVI.

Personajes:

Lázaro (El Lazarillo)

Su Madre

Los amos del Lazarillo:

El Ciego

El Clérigo

El Escudero

El Arcipreste

La Lavandera, luego esposa de Lázaro

Otros personajes:

El Calderero

El Alguacil

Dos muchachas cerca del río, los ropavejeros, y los que forman el CORO, vecinos, pueblo y gente que se acerca a Lázaro


La obra puede ser montada con cuatro actores y 2 actrices. Exceptuando al actor que interpreta al Lazarillo, los otros cinco interpretan distintos personajes en cada escena, y forman el CORO Popular que va narrando la historia.

La obra no requiere escenografía, sólo elementos escénicos y utilería. Mesas, escaños, un simbólico confesionario, una vieja arca de madera, etc.. Elementos que son instalados por el Coro entre escenas.

Es importante la música incidental. Se dan aquí las letras de las canciones. Dos de ellos son tomadas, letra y música, del Romancero Español.

El Lazarillo de Tormes se estrenó en 1981, con la dirección de Edgardo Bruna, y ha tenido desde entonces numerosas re­posiciones, en Santiago, por la Compañiía de Teatro para escola­res de Patricia Cuadros, y en provincia por otras compa­ñías.


Primera parte

 

Lázaro, llamado el Lazarillo, un muchacho, se presenta:

Lazarillo: Dicen que cuando la fortuna nos es adversa, remando se llega a buen puerto... pero, os aseguro, que no es fácil. Rogamos paciencia y atención porque ahora, entre todos, vamos contar la historia,

Entran los demás actores. Música y coreografía. Cantan:

Coro: El Lazarillo de Tormes
Le dieron a él por nombre
Naturales son sus padres
Son sus padres naturales
De la aldea de tejerse
En las orillas del río
Cuidaba el padre de su molino:
¡háblanos del río Tormes
Del que le dieron el nombre
Pues tú, madre, lo parías
Mientras el padre molía!
Ña madre: Al cumplir los ocho años
Sufre el primer desengaño
Su padre, por malas gentes,
Fue acusado, injustamente:
Por castigo le apresaron
Y a la guerra lo enviaron.
Coro: Leal súbdito, peleó
Y la vida allí perdió.
Hombre bienaventurado
Dios la gloria le haya dado

Lázaro: Por remediar su amargura
Con un negro piel oscura
Mi madre, triste, casó,
Lo que a mí pesar me dio.
Su color me sorprendía
Y el mal gesto que tenía.
Más, al ver yo que el comer
Mejoró con llegar él,
Sin asustarme su piel
Fusile yo queriendo bien.
Lázaro: (hablado) y hablando de mi negro padrastro, por él tuve la primera lección: un día vi a mi hermano, el negrillo que mi madre de él parió. Eché a correr asustado, al vernos a ella y a mi blancos y a su padre oscuro, gritando: "madre, el cuco, el cuco..." y él negro, riendo, me decía ¡hidepu­ta!... yo pensé: "cuántos hay en este mundo que de otros huyen porque a sí mismos no se ven".
Coro: No mucho duró el contento
De tener techo y sustento:
Las ganancias eran pocas
Donde había cuatro bocas.
Y ese negro enamorado
Al verse desesperado,
A robar presto acudía
Para el pan que nos traía.
¡Mal parado lo dejaron
Cuando un día le apresaron!

La madre y los del coro forman la posada, con mesón y una mesa y escaños al costado. la madre se instala tras el mesón a atender a los parroquianos, algunos del coro. Luego entra el ciego.

Lazarillo: pero mis andanzas y penurias empiezan cuando hube de apartar­me de quién me trajo al mundo esto ocurrió en una posada de salamanca, donde mi triste madre servía...
Madre: hijo, da de beber al cuidado ciego y arrímale un escaño.
Ciego: (por el agua que él le sirve) gracias. ¿Cómo te llamas?
Lazarillo: Lázaro me dicen, o Lazarillo.
Ciego: me agrada tu voz ¿qué años tienes?
Madre: diecisiete cumplió mi hijo, y lo tengo de mandadero.
Ciego: ¿lo mantienes con tu trabajo, buena mujer?
Madre: por fuerza, al quedar sin marido, sola me he de valer. Sirvo en la posada por evitar peligros y quitarme de malas lenguas.
Ciego: ¿es hábil el mozuelo... tiene entendederas?
Madre: (mirando a Lázaro con ternura) tonto no es.
Ciego: ¿acaso es un pillo?
Madre: no, gracias a dios: hijo es de buen hombre y eso ya es mucho.
Ciego ¿me lo darías para adiestrarlo? como mozo le quisiera.
Madre: (asustada) no sé, en verdad... si volvieseis mañana...
Ciego: aquí encontré flaca ganancia, señora. debo seguir camino.
Madre: aguardad... ¿le daréis buen trato?
Ciego: como a un hijo ¡si lo merece!
Madre: no tenerlo conmigo, me aflige. Más, si como a un hijo os lo puedo encomendar...
Ciego: les dejo entonces, para que a solas se despidan.
Madre: ay, mi Lazarillo... ¡confío en dios que bien te trate!, mil infortunios padece la mujer sin marido ¡y no pienses mal de tu pobre padrastro, que por tan leve falta sufre tan gran castigo... No nos maravilla que un clérigo, o un fraile hurte para ayudar a los necesitados ¿por qué asombrarnos de que un esclavo negro, por amor a los suyos se anime a ello?
Lazarillo: yo a él ¡siempre le quise bien, madre!
Madre: (abrazándolo) dios te bendiga!, puede que no nos veamos más, hijo. Arrímate a los buenos, así dios te querrá bien, con buen amo te pongo, y ahora te digo, lo que a mí siempre me dije: ¡"válete por ti"! (se lleva un pañuelo a los ojos)

Sale Lázaro. Llevando al ciego. Los otros se retiran, La madre canta una canción del siglo xv.

Madre: es por vos si tengo vida,
si muero vos lo causáis
Pues, muerte y vida me dais
Ved con cual sois mas servida
Escoged, pues, escogida
Vida o muerte, cual queráis
Pues muerte y vida me dais
Ved con cual sois más servidas...

Ha vuelto a entrar el ciego. Los del coro, al retirarse se llevan el mesón, mesa y escaño donde se sentó el ciego.

Lázaro entra y reunirse con el ciego. se queda quieto, y escucha el canto de su madre con melancolía. el ciego hace un ademán para que echen a andar, él lo guía, sin dejar de escuchar. Mientras, guiando al ciego, ca­minan en círculo, la voz se va alejando hasta que se apaga un actor, que tiene en sus manos una cabeza de toro, ase instala en un extremo.

Ciego: ¿salimos ya de salamanca, muchacho?
Lazarillo en la puente estamos, señor.
Lazarillo ¿ves, en un extremo un animal de piedra con forma de toro?
Lazarillo: a fe mía, que junto a él estamos.
Ciego arrímate a él. (Se acercan) ahora allega tu cabeza a la del toro y oirás un gran ruido dentro de ella. (al hacerlo, lázaro, le da un fuerte empujón, golpeándose él. cae, sobándose la frente, el ciego le dice, riendo), ¡que sea ésta tu primera lección, muchacho! aprende que un mozo de ciego, un punto más que el diablo ha de saber.
Lazarillo: (aparte) no bien se apagó la dulce voz de mi madre ¡el maldito me despierta de aquella simpleza en que, domo niño, dormido estaba! con éste me cumple avivar el ojo y mirar, no sólo por él, sino por mí...
Ciego: ¿qué murmuras entre dientes?
Lazarillo: ¿yo?, son los pájaros con su piar y las gentes que cruzan.
Ciego mientes, granuja. Rezongas por la cornada del toro. ¿Mucho te dolió?
Lazarillo: si me duele, es cosa mía.
(Vuelven a caminar)
Ciego: yo, ni oro ni plata te puedo dar, pero avisos para vivir ¡muchos te mostraré! dirás un día: "éste, siendo ciego, harto me alumbró....

Al fondo, los actores dejan un portal y salen. Lázaro acerca a él al ciego.

Lazarillo: sabed que, en su oficio era un águila. Sabía cien oraciones, una para cada menester. Ved, sin embargo, su rostro humilde su aire devoto...
Ciego: Lázaro ¿hay alguien en la plaza?
Lazarillo: no, tío.
Ciego: te daré unas lecciones. Simula ser tú una mujer que está al parir y pasa cerca mío. (El echa hacia adelante su barriga y pasa, pisando fuerte, junto al ciego) señora, presiento que para vos, la hora difícil se acerca.
Lazarillo: cómo, siendo ciego, lo echáis de ver?
Ciego: estúpido. Para eso estás: para prevenirme.
Lázaro: os prevengo.
(Retoma su rol, actitud y voz)
Ciego: ¿cuántos meses ya, mi señora? shhht, os lo diré: por el resonar de vuestros pasos, nueve son.
Lazarillo: (con cómica voz de mujer afligida) ¡ay, sí, cuidada de mí! pésame el vientre. ¡Gran temor me acomete!
Ciego: diré por vos una oración de bien parir. (Por lo bajo a Lázaro) haz cuenta que la dije. Ah, y cuida de darme aviso si se alejan cuando rezo, par no gastar voz y tiempo. (Toca la barriga de Lázaro) señora, palpando vuestro vientre, puedo decir si será varón o hembra.
Lazarillo: (mientras el ciego le palpa la barriga, ríe, retorciéndose, exageradamente). ¡Me hacéis cosquillas, buen hombre. Anhelo un varoncito... (Sale del rol y anuncia, por lo bajo) atento: una mujer viene hacia acá.

En efecto, entra una dama, rica, enlutada.

Ciego: ¡pronto, descríbela!
Lazarillo: (tierno) luto trae. Joven, bella, tristísimo...

Entra la mujer descrita. El ciego tiende su mano:

Ciego: compadeceos de este pobre ciego, señora, y dios aliviará vuestra desgracia...
Mujer: ¡triste de mí! ¿Sabéis oraciones que alivien a una mal casada?
Ciego: ¡viuda os creí!
Mujer: como si tal, que una mujer perversa me robó a quién tanto quería... (Le da unas monedas, el ciego las guarda)
Ciego: (tono piadoso) ¡diré por vos una oración!, pero también puedo daros, por unas cuantas monedas más, unas yerbas mila­grosas. (Las saca de entre sus ropas) molidas, mezcladas en su ali­men­to, dadlas a vuestro señor marido ¡volverá a vos, amantí­si­mo!. ¡Siempre que tengáis en ello, mucha fe!
Mujer: ¡por fuerzas he de tenerla, ya que siendo ciego, viste mi alma enlutada. Di, pues una oración, que entro a la iglesia a decir las mías. (Le da las monedas y entra al portón de la iglesia, saliendo de escena)
Lazarillo: ¡vaya, tío... ¿de yerbas también sabéis?
Ciego: (friendo) más que un galeno, sobrino. Sé curar maleficios, dolores del alma y del cuerpo, desmayos, mal de muelas...
Lazarillo: ¿y, en verdad, las sanáis?
Ciego: ellas solas se curan, Lázaro... y con la ayuda de dios. a las mujeres me arrimo, pues son las más crédulas, y les deleita contar sus cuitas. Más que las yerbas, es su fe la que las sana. y ahora voy a comer que, de hambre, me sue­nan las tripas. (Saca de una bolsa que trae, pan y longa­niza; se sienta en el suelo a comer) ya has visto, en el tiempo que llevas conmigo, que gano en un mes lo que otros en un año.
Lazarillo: (mirándolo comer, lo que despierta su apetito, a público:) verdad dice. ¡Pero nunca supe de otro que guardara tan ce­losamente su comida!
Ciego: (le tira un trozo de pan) ¡esta es tu parte!, el pan no está fresco, pero tienes mejores colmillos que yo. Busca una fuente y lo remojas, Lázaro.
Lázaro: (a público) lo dice para que me aleje ¡ha sentido más de una vez mi mano en su bolso en cuanto lo abre!, porque luego lo cierra con muchos nudos. (al ciego:) sí, tío: a la fuente voy.

Simula su partida, pisa fuerte, y luego con suavidad, como si se alejara. se acerca sigilosamente al ciego: con su cuchillo abre bajo la bolsa, saca con rapidez un trozo de queso y con una aguja le da la bolsa unas puntadas para cerrarla. El ciego, inquieto por algo que nota. Mueve la bolsa. Lázaro ladra, para que crea que un perro se le ha acercado.

Ciego: ¡vete, perro de los demonios!, esto es lo malo de comer en la calle. ¡Lázaro, ven a espantar a este perro!
Lazarillo: (con voz que simular la lejanía) ¡voy, tío! (se le acerca y da de patadas y gime como perro), ¡hecho! este ya no vuelve.
Ciego: toma este pan fresco, Lázaro, y cómelo despacio para que te aprove­che. No dirás luego que no soy generoso.
Lazarillo: ¡dios me libre de ello, tío!
(se sienta junto a él a comer el pan y el queso)
Ciego: a menudo maldices a mis espaldas. Tengo el oído fino. (Luego de una pausa) y también el olfato: ¿qué comes, granuja?

(Aferra uno de sus brazos) ¡Abre el hocico!

Lázaro: sólo el pan, tío... ¡ay, vuestras manos son como tenazas!
Ciego: (le saca comida de la boca) es pan, pero huele a queso.
Lázaro: tomaría ese olor en vuestra bolsa.
Ciego: ¡mientes! el queso está bien abajo. ¡Queso hay en tu boca! (lo sacude con fuerza) ¡me robas, tunante!
Lazarillo: os diré la verdad, tío... me lo dio una anciana, cuando iba a la fuente, compadecida de mi pan duro.
Ciego: lo que te dan, debes compartirlo conmigo. Dame quedo.
Lazarillo: tragado está, tío. ¡Cuidado! viene un gran señor hacia acá.
Ciego: (al oir que se acerca) gran señor, compadeceos y diré unas oraciones para que dios os conserve vuestra fortuna.

El señor rico deja caer unas monedas que Lázaro coge al vuelo y, con gran presteza, las sustituye por una de menor valor, para ponerla en la mano del ciego. El señor, que nada ha visto, sale de escena.

Ciego: ¡gracias, señor! (palpa la moneda), ¡media blanca!. ¡Qué avaros se han puesto los ricos, ¡Lázaro!, antes me daban buen dinero. (Pausa) oye, ¿por qué desde que andas conmigo sólo me dan monedas de media blanca, y no maravedíes como solían?. ¡En ti ha de estar esta desdicha!

Lazarillo: al veros bien acompañado, se compadecen menos, tío.
Ciego: ¡ya no eres tan tonto como cuando tu madre se deshizo de ti!
Lazarillo: no se deshizo: ¡a vos me encomendó!, (avanza, habla a público) forzoso me fue aprender este truco para no morir de hambre con su mezquindad. (Juega con las monedas en su mano), junto monedas sin mucho valor, las de media blanca, para sustituir­las por las blancas y maravedíes que le tiran los ricos ¡y en ello nunca me ha atrapado! aunque, en otras faenas no salí muy bien parado. (el ciego ahora bebe vino en su jarra, Lázaro se le acerca, con una pajuela en su mano:). Tío ¿por qué cu­bres la boca de la jarra con tu mano mientras bebes?. ¿Para que no caiga en él alguna mosca?

Ciego: para moscas ¡tú, granuja!, ya palpé anoche la pajuela con que lo sorbías... (Lázaro se adelanta, habla a público)
Lazarillo: pero, como ya estaba yo hecho al vino, busqué otro modo de procurármelo: hice un agujero en la base del jarro y lo tapé con cera. Arrimaba un pequeño brasero bajo la jarra, sin que él lo notara. Al calor de la lumbre, se derretía la cera y arrimaba mi boca a aquella deliciosa fuente. Así lo hice muchas veces, hasta que él sintió la merma y descubrió el truco. pero el maldito guardó silencio para mejor vengar­se, y esto ocurrió: (va hacia el ciego, se instala entre sus piernas abiertas) ¡siento frío, hacedme un lugarci­llo, tío! (hace la mímica de beber)

El ciego lo golpea con el jarro hasta aturdirlo.

Ciego: ¡Pillo, malvado!. ¿Creías poder engañarme? (palpa la frente de Lázaro que yace tendido) ¡sangre! malherido parece... (Va­ciando vino sobre su frente). ¡Que el mismo vino que te aca­rreó el daño te procure remedio, sobrino!

Pasa una pareja de anciano de pueblo y hacen grandes aspavientos.

La vieja: ¡Pobrecillo, el mozo!. ¡Sangrando está!. ¿No te avergüenzas de darle tan mal trato?
Ciego: ay, buenas gentes, el pillo se aprovecha de mi ceguera para robarme el vino y mi comida!. ¡Este mozo es mi desgracia!
La vieja: ¿quién lo diría?, ¡mozo ruin!. ¡Castigadlo, que de dios lo habréis! (se alejan ambos)

Lázaro se incorpora y comenta hacia público:

Lazarillo: desde aquel jarrazo, mal quise al ciego. Bien vi cómo se holgaba en los castigos. Por nada, me golpeaba y luego hacía burla, contándoles mis chascos a las gentes. ¡Furioso me tenía el maldito ciego! pero no quise dejarlo entonces. Urdí con astucia, mi desquite. Una tarde se descargó un fuerte aguace­ro...

Lázaro y el ciego caminan cubriéndose sus cabezas. Lázaro busca modo de hacerlo tropezar, una y otra vez, luego lo ayuda a levantarse,

Ciego: ¡Dios, que mal camino!. ¡Destrozadas están las calles de la aldea!
Lazarillo: paciencia, tío...
Ciego: qué porfiada lluvia, Lázaro. y mientras más se va cerrando la noche, más arrecia. Guíame hacia una posada. ¿ves alguna?
Lazarillo: a lo lejos veo unas luces, tío. (Pasa un señor con un para­guas, Lázaro le hace una seña de complicidad) pero, me temo que está al otro lado del arroyo.
Ciego: ¿un arroyo... en plena calle?
Lazarillo: ya dejamos la aldea, tío. Y a fe, que el arroyo viene crecido con el aguacero.
Ciego: ¡ay de mí! ¡Hecho sopa estoy!
Lazarillo: aquí el arroyo está más angosto, creo que lo podemos saltar.

Un actor se instala en un extremo, marca un farol. Lázaro hace que el ciego dé vueltas en redondo, emborrachándolo, mientras guiña, riendo, hacia público. Lo hace detenerse frente al farol, a cierta distancia como la que puede él cruzar saltando.

Ciego: ay, Lázaro ¿tantas vueltas da el maldito camino?
Lazarillo: así es, pero aquí podemos saltar para cruzar el arroyo.
Ciego: colócame justo en la orilla: saltas y me das aviso.

Lázaro salta y colocándose tras el poste, le grita:

Lazarillo: ahora, tío: ¡saltad con ganas para no caer en el arroyo!. ¡Y ole!

El ciego toma impulso, da el salto, y estrella su cabeza contra el farol: cae, aturdido. Lázaro salta, jubiloso.

Lazarillo: ¡Ole, tío!. ¡Con ésta, todas juntas me las pagas!. ¿Cómo fue que saltaste, cabrón? oliste el queso, pero no oliste el farol. Ah ¿y no escuchaste "un gran ruido dentro de él"? (a sus gritos entra un grupo de gente: en el acto él se inclina y simula atender al ciego). ¡Acudid, buena gente! es ciego, y al parecer, se ha aturdido contra el poste. Soco­rredlo, os lo ruego pues, me aguarda mi amo, y me dará de palos si llego con atraso de su mandado... (Avanza hacia público, mientras los actores levantan al ciego y se lo llevan en vilo) así es que déjelo, entonces, en poder de esa buena gente que quiso darle auxilio. ¡Tomé las puertas de la villa, en los pies de un trote! no volví a saber del ciego, ni me curé de saberlo.

Trota en el sitio, cantando, alegre: (música acompaña)

Tres morillas me enamoran, en Jaén,
Decid quién sois, señoras,
De mi vida robadoras...
(Sale, se pierde su voz, cantando)

Entran los actores, a medio caracterizar para la próxima escena: hablan por turno, mientras preparan el escenario. Música suave, religiosa. Los del coro instalan un confe­sionario, mesa, escaño y una vieja arca de madera.

Coro: ved cómo Lázaro asentó enseguida con un clérigo.
y las cosas que con él pasó...
a fe que, escapando del trueno, ¡con el relámpago dio!
pues con el ciego, por ser avaro, mal le fue, pero con éste... ¡por poco feneció!

Coro: cantando:
Uno no sé si de su cosecha
O por hábito que había
Entre los hombres de iglesia,
Gente de clerecía.
Tenía, éste, un arca vieja
Que cerraba con cuidado
Y en llegando su comida
En el arca la guardaba...
Coro: y así en la casa no había
Ni un tocino, pan o queso
Que, mirando, el podía

Solazar la vista d'ello...


Se retiran los del coro y el clérigo, que tiene una gran barriga entra y se instala a comer. Lázaro entra. Indicándolo, dice a público:

Lazarillo: finalmente allí, con dicho clérigo ¡me finaba de hambre!, pero si con su mozo (se indica), usaba poca caridad, consigo usa­ba mucha. Cinco blancas de carne era su ordinario para cenar, y el vino que de las ofrendas le sobraba. A mí, apenas me da­ba caldo, o un hueso para roer.

El clérigo le tira un hueso.

Clérigo: toma, Lázaro. Come, triunfa, hijo, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes tú que el Papa. (Mientras Lázaro chupa el hueso, el clérigo guarda el resto de su comida en el arca y le echa llave)
Lazarillo: ved como hasta las migas guarda. y a mí, las piernas casi no me sostienen de tanta debilidad. (Al clérigo:) no he visto, mi amo, migas sobre el mantel, o trocitos de queso sobre una tablilla. menos aún, sobrados de carne, como en otras casas se suele ver.
Clérigo: hijo, los sacerdotes han de ser muy moderados en su comer y beber. Por eso no me excedo yo, como otros lo hacen.
(Sale)
Lazarillo: ¡mentía, el falsario! en las cofradías y mortuorios, donde íbamos a echar los rezos ¡como lobo comía y bebía a costa ajena!, por ello, sólo cuando había muertos, podía yo llenarme el buche, pues esa comida, siendo de otros, él no la cuidaba. Puedo decir, que en aquel tiempo ¡a los pobrecillos muertos, les debía la vida! y así se lo dije, a voces, cuando me invitó a confesar mis pecados. ya que era su deber guiarme por buen camino.

Música: se colocan en el confesionario y entre cantado y hablado, a la manera de una letanía, dialogan:


Lázaro: confieso, piadosamente.
El rezar con devoción
Porque mueran los enfermos
A quiénes dais extremaunción.
Clérigo: ¿porque mueran y no sanen,
Por ello imploráis a dios?
Lázaro: gracias a estas defunciones,
Como yo, de cuando en cuando.
De otro modo, extremaunciones
¡A mí me estaríais dando!
y en el tiempo que aquí llevo
Sólo veinte han fallecido:
Al echar cuentas, parece
¡Que un día en diez yo he comido!
Clérigo: pecas, hijo, gravemente
¡Dios estará enfurecido!
Lázaro: no tal, pues si esos muertos
Por mis rezos fallecían,
¡Es que dios, al ver mi suerte,
los mató por darme vida!

Cesa la música, sale el clérigo del confesionario:

Clérigo: blasfemas, hijo, blasfemas. Cierto es que manda la costumbre, que al rezar por difuntos se ha de preparar una que otra co­silla para confortarnos. Más ¡no es ése motivo para pecar de gula! o de mala intención con los pobrecillos que agoni­zan. ¡Cien padrenuestros te doy de penitencia! y ahora, sal­dré un momento, a tomar el aire fresco de la tarde.
Lazarillo sí, amo ¡que el aire nada os cuesta! dios os lo da de balde.
Clerigo No por ello, he de abusar de él. (Sale)

Lázaro, de rodillas, reza con enojo:

Lazarillo: padre nuestro, que estás en los cielos ¡dame el pan de cada día que este avaricioso guarda bajo siete llaves!

Se escucha el grito de un calderero que pregona:

Calderero: ¡calderero... el calderero!. ¿Tienen las buenas gentes, algo que adobar?, calderas llevo, cerraduras, llaves... ¡calderero!
Lazarillo: eh, pssst... ¡calderero! aquí...

Entra el calderero, tiznado, mal vestido, un hombre ru­do, bonachón y cordial.

Calderero: ¿hay aquí algo que adobar?
Lazarillo: sí, ¡yo! que estoy en las últimas y no haría poco quién logre remediar mi mal.
Calderero: (riendo) ¡el diablo te entienda, muchacho!. ¿No está en casa el clérigo?, dame, entonces un pan de las sobras: malo está el trabajo y no he comido en todo el día.
Lazarillo: y yo ¡apenas! que aquí sobras no hay. Pero si me ayudas, algo encontraremos. Escucha: perdí la llave del arca donde mi amo guarda lo que recibe: limosnas, dinero y también ¡la cara de dios! esto es, el pan de cada día. ¡Me dará una paliza si se entera que la perdí!
Calderero: y escuálido te ves como para aguantar palizas. No tienes que darme nada si alguna de mis llaves entra en aquella cerradu­ra. (Empieza a probar, Lázaro reza en silencio, ojos en blan­co) ¡Pero, qué afligido estás!, oye ¿si tan mal trato te da, por qué no te largas?
Lazarillo: por dos razones: una, porque mis piernas no me han de llevar, otra, porque me digo: dos amos con éste he tenido, el primero tríame muerto de hambre y este otro me tiene al borde de la sepultura. si busco un tercero, y más bajo doy, pues de segu­ro los he de ir hallando más y más ruines, ¿qué será de mí?. ¡Sólo me espera, fenecer!
Calderero: mira, ¡esta llave le hace al arca! (Lázaro se abraza, dichoso, de sus piernas), ¿qué dices que tu amo guarda aquí?
Lazarillo: ¡un deleitoso paraíso para el hambriento!. ¡Dios te bendiga!
(Abren el arca) ¡Toma lo que apetezcas!
Calderero: ¿y cómo es que, teniendo tú la llave, nada tomas?
Lazarillo: lo hago de vez en cuando, para no finar. Pero ¡date prisa! toma este pan, un trozo de longaniza, algo de queso...
Calderero: (tomándolo) pero no quisiera que tu generosidad te valga una paliza: si es avaro ¡ha de llevar bien la cuenta!
Lazarillo: come, que ya veré modo de evitarla.
Calderero: ¡cierto es el dicho que más discurre un hambriento que cien letrados! (saliendo, le grita:) ¡si te niega un pan, tómalo de prestado! que más peca un avaro en darlo, que un hambrien­to en tomarlo... ¡calderero, el calderero!. ¿Algo que ado­bar?
(se pierde su voz al alejarse)
Lazarillo: (comiendo) acomodemos aquí, que no se noten las mermas...­ quizá convenga que no tome nada por hoy.

Oye pasos, y cierra de prisa. Para disimular, finge estar limpiando el arca. Entra el clérigo.

Clérigo: ¿qué haces ahí, pegado al arca?
Lazarillo: limpiaba el polvo, mi amo. Más, si la vais a abrir, presto me retiro.
Clérigo: no, por ahora. (Lázaro respira, aliviado, pero el clérigo vacila, si abrirla o no. Lázaro cambia de actitud cada vez, de alivio o de miedo) o, más bien, sí... no, o quizá sí... mas ¿por qué había de abrirla? ah, sí: debo contar el dinero de las limosnas.
(La abre: Lázaro en un rincón, reza bajito.)
Lazarillo: ¡ciégale, señor san Juan! ¡Que no vea las mermas!
Clérigo: Lázaro, ven acá. si no estuviera aquí todo a buen recaudo ¡juraría que han tomado un pan! los he contado y...
Lazarillo: ¡juro, por mi madre, que yo no lo he comido!
Clérigo: quizá el arca tiene un agujero y entró un ratón.
Lazarillo: (aparte) ¡concédeme uno, dios mío! uno pequeñito ¡y os tendré por milagroso!
Clérigo: nada. Quizá me falla un tanto la memoria.
(Sale)
Lazarillo: gracias, dios mío ¡igual te lo tendré en cuenta!... ¡un ra­tón! no es mala idea. si deseo comer, debo hacerlo como un diligente ratoncillo. (Pausa, se adelanta, a público) así es que me dije: este arquetón es viejo, blanda es su madera. con mi cuchillo ayudaré a que aparezca aquel agujero. Comeré luego de abrirlo con mi llave, dejando trazas como las que dejan aquellos animalitos. lo hice, pues, aquella misma noche. y por la mañana, lo escuché dar voces...

Entra el clérigo, camisón y gorro de dormir, abre el arca y grita, afligido, a Lázaro que entra:

Clérigo: ¡Lázaro!. ¡Mira qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan! y también por nuestro queso ¡qué desgracia!
Lazarillo: ¡maravíllome!. ¿Qué ha de ser?
Clérigo: ¿qué ha de ser si no los ratones, que no dejan cosa buena?

(Con un cuchillo recorta los trozos roídos del queso y del pan, y se los entrega a Lázaro) toma, hijo.

Lazarillo: ¿es la parte roída?
Clérigo: come, que el ratón, cosa limpia es, y lo tendrás por añadidu­ra a tu ración.
(Examina el arca)
Lazarillo: yo asco jamás les tuve. (los guarda, riendo)

El clérigo sale y regresa con una tabla y un martillo, para tapar el agujero, mientras trabaja, Lázaro avanza y habla a público:

Lazarillo: oh, señor mío, ¡a cuánta miseria estamos expuestos, y cuán poco duran los placeres de esta vida! le he puesto ágora a mi amo, tanta diligencia cerrando cada día los agujeros. y sólo por mi hambre a medio saciar, pues no debo engullir más de lo que puede un ratón. Pero, como se empeñó en dejarles trampas y viese que al otro día desaparecía el queso de la ratonera, sin que quedase ninguno de ellos preso, dábase al diablo preguntándose qué podía ser...

se retira, y entran por el fondo, a los costados, unos vecinos que traen unos marcos de ventana con postigos, los que abren para que asomen sus cabezas, mirando, mientras el clérigo sigue examinando el arcón, del que toma una trampa vacía, que les enseña.

Vecino: en vuestra casa, bien recuerdo, solía verse una culebra.
Vecina: ¡una "bicha", dios mío... (Se santigua) ¡Esa ha de ser la que come vuestro queso!
Vecino: sin duda, pues siendo larga, aunque la coja la trampilla, como no entra toda, luego de tomar el queso, vuelve a salir.
Vecina: ¡eso! búscala, vecino. ¡No sea que anide y nuestras casas invada! que mi pobre marido, sólo al oirlas nombrar, pierde los sentidos.

Cierran los postigos, y permanecen quietos... el clérigo y Lázaro se retiran y regresan trayendo unos palos.

Clérigo: vamos, ¡golpea Lázaro, para que asome la maldita! (ambos golpean el arca)
Lázaro: (a público) de este modo, seguí yo hurtando y el clérigo haciéndome perseguir a la ladrona, pues, cualquier crujido en la casa, a ella se lo achacaba.
Vecino: (abren sus postigos) ¡qué ruido es ése!
Vecina: ¡un ruido infernal que no nos deja dormir!
Vecina: ¡ya ni vos ni nadie en el vecindario logra ningún sueño!

Ambos cierran, con enojo los postigos. Clérigo y Lázaro se retiran.
Regresa Lázaro trayendo un jergón, sobre él que se instala y, mientras va bajando la luz, dice a público:

Lazarillo: y yo, por mejor hacerlo, dormía con la llave del arca en la boca, temiendo que me registrara las ropas. ¡Esa fue mi des­gracia! una noche, dormido, se me escapa por la llave hueca, un silbido. y como acudiese el clérigo, a oscuras, pensó que en mi lecho anidaba, buscando el calorcillo... ¡tomó mi cara por la maldita!

Se acomoda para dormir, dejando escapar silbidos. entra el clérigo que sigue en camisón, y empieza a golpearlo.

Clérigo: ¡al fin te atrapo! (cesa el silbido), ah... dejó de silbar. voy por un candil. (Sale y regresa con una vela encendida. ve a Lázaro) ¡ay de mí!. ¡Presto, socorredme! he dado muerte a mi pobrecillo mozo ¡vecinos, venid en mi ayuda!

Los vecinos abren los postigos, ven lo ocurrido::

Vecina: ¿qué habéis hecho?. ¡Muerto parece! (entran ahora los dos)
Clérigo: ¡dios no lo permita! (se santigua), ved si aún tiene aliento.
Vecina: vive ¡loado sea dios!, pero traed vendas, que sangra mucho. (Sale, de prisa, el clérigo y regresa con vendas). Algo de fiero tiene, apretado entre los dientes. ¡Una llave!

El clérigo le da las vendas que ella le pone a Lázaro y tomando la llave, ve si le hace al arca. Lázaro, que ha vuelto en sí, se queja fuerte.

Clérigo: vecinos ¡sabed que al ratón y a... la maldita, que me daban guerra y me robaban mi hacienda, ágora he atrapado! (a Láza­ro). ¡Pillo, desvergonzado!. ¡Más palos debía yo darte!

Lazarillo:(se incorpora, cabeza vendada, con inocencia) ¡a mí?. ¿Por qué, mi amo?

Los vecinos retienen al clérigo que persigue a Lázaro con el palo, tratando de retenerlo: Lázaro escapa.

Clérigo: ¡a fe que bicha y ratón ya los he cazado!. ¡Con esta llave el mal nacido día a día me robaba!
Vecinos: ¿puede concebirse tal ruindad?
¡y con qué aire inocente!
¡si él mismo simulaba buscar al ladrón!
¡despedidle, por dios, despedidle... pero no lo matéis!
malhaya de mozos deshonestos!. ¡Peste sea de ellos!

Entran los del coro, el clérigo, le tira a Lázaro su morral, gritándole mientras él, aturdido se tambalea

Clérigo: Lázaro, ¡desde hoy eres más tuyo que mío!, busca un amor y vete con dios.

Ahora todos junto con entrar la música religiosa:

Coro: busca un amo, busca un amo
¡y vete con dios!
Busca un amo y vete de aquí
Clérigo: ya no quiero en mi compañía tan diligente servidor.
Coro: no respeta la clerecía
Pillo y redomado ladrón:
Busca un amo, busca un amo
Y ¡vete con dios!
Desvergonzado, peste de ti,
¡Engañando así
A un hombre de dios!

Lázaro sale huyendo y ellos, tras él, al terminar la música.

 

Fin de la primera parte


Segunda parte

Los del coro tienden, al fondo, un lienzo con un grabado de la ciudad de Toledo, siglo 16, o algo que la identifique. (Puede ser un esbozo basado en tela del greco).
Entra Lázaro, cabeza vendada aún, y tiende su mano, algunos del coro le dan una moneda.

Lazarillo: y ahora os digo cómo asenté con mi tercer amo, y lo que con él me acon­teció. Mientras sanaba de la herida que me hizo el clérigo, las buenas gentes se compadecían y algo me daban. y así, andando y gastándome los pies, que chinelas aún no cono­cía, llegué a la insigne ciudad de Toledo. (Se detiene ante el afiche de Toledo y tira lejos la venda) y las gentes, viéndome ahora, sano, me decían:
Uno del coro: Limosna piden los ancianos y los enfermos.
(Sale)
Otro del coro: eres joven, ¡búscate un amo a quién servir!. (Sale)
Lazarillo: y yo me preguntaba ¿dónde hallarlo si dios no lo cría para mí? y tompéme, entonces, con un gentil escudero.

Se muestra el escudero: aunque no es muy elegante, se planta ante el público con actitud vanidosa: con aires, de gran señor, se pavonea como un pavo real, luego echa a andar. Se detiene al ver a Lázaro:

Escudero: muchacho ¿acaso buscas un amo?
Lazarillo: sí, mi señor.
Escudero: vente tras de mí: dios te ha hecho merced.
Lazarillo: viéndole el porte, le seguí sin más. y crucé media ciudad a la siga de este mi nuevo amo.

En marcha simulada caminan ambos, el escudero con gran ánimo, Lázaro empieza a dar muestras de cansancio, (puede haber acompaña­miento de música).

Lazarillo: ¿necesita mi amo hacer alguna compra?, con gusto cargaré lo que sea.
Escudero: (sonriente) no por ahora, muchacho. (Sigue caminando)
Lazarillo: le vi entrar por una puerta de iglesia, y allí se tardó más de una hora. le seguí, sintiendo aquella tristeza que produce el hambre, y al ver que nada compró, me dije: ha de tener los manjares en su casa, pues su aspecto y su traje indican un buen vivir.

Mientras ellos caminan en primer plano, los del coro colocan, al fondo, una caja larga que cubren con ropas el lecho del escudero que marca el lugar de su casa.


Lazarillo: se detuvo, al fin, frente a una lóbrega casa. Entró allí como si su vivienda fuera un palacio, con gesto altivo se despojó de su capa.
Escudero: (dejando la capa sobre la caja) ¿tienes limpias las manos?
Lazarillo: sí, señor, de cuando bebí en la fuente.
Escudero: toma mi capa y antes de doblarla, ayúdame a sacudirla. ponla luego sobre la cama. (indica la caja y se sienta sobre ella, cruzando las piernas con finura) di, ahora, qué has hecho de tu vida hasta que te encontré.
Lazarillo: nací en una aldea de salamanca... ¿no deseáis que os caliente la cena?
Escudero: no todavía. Prosigue.
Lazarillo: fui mozo de ciego y de un clérigo... ¡con el que aprendí a prepa­rar platos muy sabrosos! decid donde se halla la cocina, que yo, presto...
Escudero: (interrumpiendo) ¿qué años tienes?
Lazarillo: diecisiete tenía, cuando mi madre me encomendó al ciego, y van ya... ¿acaso no vive nadie en esta casa tan grande? algún otro criado... ¿un cocinero, tal vez?
Escudero: tú, mozo ¿no has comido?
Lazarillo: (alegre) no, señor, pero con cualquier bocado me contento.
Escudero: pues, yo sí. Pásate como puedas y a la noche cenaremos.
Lazarillo: (triste) sí, señor. No debéis preocuparos por mí. No me fatigo mucho por comer. Apenas lo hago.
Escudero: virtud es ésa por la que os querré yo más. Hartarse es de puercos, comer con mesura es de hombres de bien.
(sale)
Lazarillo: maldita sea la bondad que todos mis amos hayan en pasar hambre. Pero algo me queda, de las limosnas que me dieron.

Saca de sus ropas unos trozos de pan y come. vuelve el escudero y se queda un instante mirándolo comer.

Escudero: ¿qué comes? por mi vida... parece pan.
Lazarillo: no muy fresco, mi amo.
Escudero: (tomando de su mano el trozo más grande) ¿estará amasado con manos limpias? probando se sabe. Confío en que así sea, pues soy estricto tocante a la pulcritud. (Come, Lázaro lo mira, asombrado). ¿Tienes más?
Lazarillo: no, señor, era todo. (El escudero le tiende una jarra) no, gracias, no bebo vino.
Escudero: es agua del río, bebe sin temor. y ahora ve cómo hacer esta cama. (quita las ropas de la caja, Lázaro lo observa atónito) mira, para que aprendas.
Lazarillo: sí, mi amo. Más, decid dónde guardáis las mantas.
Escudero: ¿mantas? frío no padezco.
Lazarillo: (golpea sobre la caja) ¿no os parece muy dura, así?
Escudero: es más saludable. Puedes echarte a mis pies.
Lazarillo: lástima me da veros dormir sin cenar, mi amo. Puedo ir hasta la plaza por un pollo...
Escudero: de aquí a la plaza hay gran trecho. y peligro de ladrones. Pasemos como podamos hasta mañana que, venido el día, dios hará merced. (Se tiende en la caja, se acomoda para dormir)
Lazarillo: sé pasarme una noche, y aún más, sin comer.
(Se echa a sus pies, para dormir)
Escudero: (entre bostezos) así vivirás más... y más sano. (Ronca)
Lazarillo: (se incorpora y va hacia público), entonces ¡nunca moriré, pobre de mí, porque he guardado, celosamente y por fuerza, esa regla!, pero en mi amo el hambre no parecía hacer mella. despertó muy alegre, y me enseñó su espada. (el escudero se levanta, blandiendo su espada con garbo)
Escudero: no diese mi espada por todo el oro del mundo: me obligo con ella a cercenar un copo de lana.
Lazarillo: ¡Mejor cortar un buen trozo de carne!
Escudero: Mira por la casa en tanto voy a misa. Harás la cama y luego irás al río por agua. Cierra con llave, que nadie hurte alguna cosa. Deja la llave en el quicio, por si vuelvo antes que tú.
(Se pone la capa y se aleja, digno)
Lazarillo: (Ventilando las ropas con aire despectivo) quién le viera con tal porte y altivez, pensara que es pariente del conde de arcos. O al menos, un camarero que le da el vestir. Gran­des secretos son, mi dios, lo que hacéis, y que las gentes ignoran. Así es que me fui, calle abajo, buscando el río, diciéndome entre mí "cuántos de apuestos habrá por el mundo, que padecen, por la honra, lo que por vos, señor, no sufri­rían. (Sale con la jarra)

Entran dos vendedoras, trajes escotados y muy coquetas. Traen un lienzo azul que tienden, simbolizando el río. Un actor con ramas verdes, como "arbusto", se instala junto al río. Las vendedoras entran cantando una canción del romancero:

Vendedoras: de los álamos vengo, "maree",
De los álamos vengo,
De ver cómo los menea el aire
De ver cómo los menea el aire...

Se sientan a la sombra de las ramas verdes, junto al río: comen de lo que hay en la cesta, ante la mirada melancólica de Lázaro. Lo llaman al verlo:

Vendedora 1: Ven acá, mocito. ¿Deseas comprar algo? un pollo, pan...
Vendedora 2: ¿Que no es el nuevo criado del escudero?
(Ríen ambas)
Vendedora 1: Eh, tú ¡ven acá! (el se acerca) mira por entre las ramas. El que está en la otra orilla ¿no es tu amo?
Lazarillo: A fe que sí...
Vendedora 2: Retozando con dos mujeres de "aquellas"... (Ríen) ¡Bien se ve que no son del lugar y que no lo conocen! pues ésas espe­ran, de un hidalgo al que conceden sus favores, ¡que él, por lo menos, las invite a almorzar!
(siguen riendo)
Vendedora 1: pero con tu amo van perdidas. ¡Dicen que del aire vive!
Vendedora 2: su porte es gentil y finos sus modales, pero cuando le piden de comer, sufre unos calofríos, y el pobrecillos se retira, pretextando un súbito mal. (ve la mirada de Lázaro, fija en la cesta) carta de hambre tienes. Coge un pan. (el lo hace, le tiende algo, envuelto) y también, esta uña de vaca.
Lazarillo: ¡dios os bendiga, bellas mozas!

Se van ellas y de las ramas, llevándose el lienzo. se alejan cantando la misma canción "de los álamos vengo..." lázaro sale y vuelve a entrar, lleva­ndo la jarra. la luz se ha vuelto lóbrega; el escudero se instala en su cama.

Escudero: vaya, aquí estás. Antes vine, y al ver que no llegabas, comí.
Lazarillo: fui por agua al río, señor. y al encomendarme a las buenas gentes, me han dado lo que veis. no tengáis pena por mí. (Va hacia el rincón y se dispone a comer)
Escudero: come, pecador, que más vale pedirlo a dios, que no hurtarlo. Sólo te ruego que nadie se entere que me sirves. por lo que a mi honra toca. (Se ha levantado y da vueltas a su alrede­dor, mirándolo comer) ay, Lázaro, tienes en el comer una gracia tan divina, que cualquiera al verte, se tienta de probar.
Lazarillo: (aparte) lo que he padecido, me hace bien entenderlo... (A él) señor ¿quisierais probar esta uña de vaca?
Escudero: ¿uña de vaca? no hay manjar que tanto me deleite. y con pan ha de saber mejor. (Se abalanza a tomar ambas cosas, y se sienta a comer junto a él) tu cena me sabe como si en todo el día no hubiese probado cosa alguna! (bebe agua) y ahora ¡a dormir, contentos!
(se acuesta)
Lazarillo: este es pobre, me dije, y nadie puede dar lo que no tiene. El ciego y el clérigo, con darles dios tanto, de hambre me mata­ban. En cambio a éste, pobrecillo, ¡darle ayuda es menester! así es que a él, me holgué yo en bien servir. Sólo me incomo­daba su presunción, y esa fantasía de sentirse gran señor. Los que con ese mal nacen ¡con ese mal han de morir! (pausa) viviendo el escudero tan frugalmente, y en tan oscura vivien­da, un día me pasó un chasco. Iba calle abajo y me topo con un entierro...

Entran los del coro, componiendo un cortejo fúnebre, llevan un muerto y preside el cortejo una mujer envuelta en velos negros, lamentándose:

La enlutada: Ay ay ay... triste de mí... marido y señor mío ¿a dónde te llevan?, ¿a la casa lóbrega y desdichada, donde nunca comen ni beben? ay ay ay, triste de mí...

El cortejo cruza, saliendo de escena y Lázaro corre a la casa del escudero que está leyendo, sentado en la cama.

Lazarillo: ¡Pena y miedo me da de mí... y de vos, señor!
Escudero: ¿Qué hay, mozo? ¿por qué das voces y trancas así la puerta?
Lazarillo: Señor, ¡nos traen aquí un muerto!
Escudero: ¿un muerto, a esta casa?
Lazarillo: calle arriba viene un entierro, y la viuda viene diciendo: "¿a dónde te llevan, marido y señor mío?, ¿a la lóbrega casa donde nunca comen ni beben? (el escudero empieza a reír) no riáis, señor, que ya se acercan...
Escudero: aunque no tengo motivos para reír... ¡no puedo dejar de ha­cerlo... (Riendo más y más) ay, Lázaro... ¡qué gracia!
Lazarillo: no veo la gracia, señor, que ya entraron a esta calle...
Escudero: a esta calle que lleva hacia el mausoleo... (Riendo) más, según la viuda va diciendo, ¡razón tuviste para pensar lo que pensaste! (sale, empujando el camastro)
Lazarillo y así pasaba el tiempo, con mi pobre tercer amo. Aunque aseguraba tener posesiones en valladolid, no podía regresar, decía, porque allá un caballero mal lo miró. O mal lo saludó, y cuidaba él de su honra más que de su vida. Lo cierto es que no tuvo cómo pagar el alquiler y huyó de Toledo. Así es que, esta vez, no dejé yo a mi amo, él me dejó a mí.

Lázaro echa a andar, salen a su paso las dos vendedoras que se anuncian con su canción. lo toman del brazo para llevarlo fuera, mientras dicen:

Vendedora 1: no te aflijas, mozo, que tenemos un pariente que precisa un criado. (Salen y Lázaro vuelve a entrar: trae unas chine­las en su mano. se dirige a público)
Lazarillo: era éste un fraile trotamundos, al que poco le duré. Sólo me dio en pago este par de chinelas, harto usadas... y así lle­gamos a mi quinto amo, el vulneró.
(Se sienta en un extremo, y entran los del coro y entre ellos, el buldero)
Los del coro: vedle aquí, al buldero, un comisario encargado de vender las bulas. (El buldero enseña unos pergaminos enrollados)

son las bulas, escritos que dan indulgencias para ganar el cielo a quién las compra, y provienen de la más alta autoridad de la iglesia.
Buldero: ¿alguien desea comprar?
Los del coro: ¡es un pillo redomado, un sinvergüenza!
¡un negociante!
Buldero: Negocio es, pero ¡cosa santa! con el dinero viven los reli­giosos y los cautivos cristianos. ¿Alguien desea comprar?
Los del coro: un comisario que vende bulas falsas o verdade­ras, pero ¿quién de ellas saca mejor provecho?
¡el, sin duda!
que aunque entregue algo a la iglesia, ha de tener él la mayor parte.
o se las ingenia para fabricar bulas de su cosecha, y siempre anda informándose si los fieles hablan latín, que de no ser así suelta él unos sonidos que lo imitan, adoptando aires píos, para mejor vender las bulas

Los del coro se retiran hacia el fondo,

Lazarillo: en fin, del buldero, mi quinto amo, os contaré algunos casos.
Hallándome en una iglesia de Toledo, lo vi hacer sus acostumbradas diligencias: nadie quería tomar sus bulas y andaba él dado al diablo. Aquella noche cenó con el alguacil y luego, se dieron a reñir a la vista de los que allí estaban.

Uno del coro, como alguacil, acercándose al buldero, lo amenaza con su espada. el buldero toma un palo y pelean

Buldero: ¡os digo, alguacil, que sois un ladrón!
Alguacil: ¡y vos, un falsario, un desvergonzado falsario!

Pelean, más haciéndose el quite que dándose de golpes. Los del coro tratan de separarlos y Lázaro da cómicos brincos para evitar golpes. Finalmen­te, salen, peleándo­se y Lázaro habla a público:

Lazarillo: La mañana venida, mi amo el buldero mandó tañer misa y anun­ció un sermón para "despedir", dijo, la venta de las bulas y el pueblo acudió...

Los del coro traen un telón con gente pintada y se colo­can delante, como fieles, para dar la impresión de un mayor número. el buldero trae un cubo sobre el que sube, a modo de púlpito. Para hablar a los fieles. Lázaro se queda en un costado, estalla música de órgano, religio­sa.

Alguacil: (sube al "púlpito") buenas gentes que habéis acudido a la iglesia, oíd unas pala­bras de vuestro alguacil. (Indicando al buldero), este echa­cuervos que os predica sobre el beneficio de sus bulas, me pidió anoche que lo favoreciese en el nego­cio de las ventas para luego partir las ganancias. (Los fie­les hacen aspa­vientos, dejan escapar unos oh y ah de sorpre­sa) más ágora, vis­to el daño que esto hacía a mi conciencia, y a vuestras bol­sas... ¡arrepentido estoy! y esto declaro: ¡sus bulas son todas falsas! ¡lo juro por mi vara de alguacil!
Unos fieles: ¡no es posible! ¡Miente el alguacil!, ¡fuera el alguacil!
Buldero: (aire piadoso) calma os pido. señor alguacil... ¿algo más queréis agregar?
Alguacil: harto más hay que decir de vos y de vuestra falsedad.  Más, por agora, basta.
(baja del púlpito)
Buldero: (sube al púlpito. ojos al cielo:) señor dios, a quién nin­guna cosa es escondida, tú sabes cuan injustamente estoy siendo afrentado. En lo que a mí toca, lo perdono, más no perdono la injuria que a ti te hace, pues, por culpa de este alguacil, más de alguno que pensaba tomar de estas santas bulas para recibir tus indulgencias, dejará de hacerlo, con lo que per­derá su alma este gran beneficio. muestra aquí que puedes hacer un milagro, señor: si es verdad lo que este hombre ha dicho de mí, ¡que se hunda conmigo este púlpito! más, si miente ¡haced que entre en él demonio!

El alguacil cae al suelo y se retuerce, profiriendo alaridos. Los fieles se acercan para calmarlo, él le da de puntapiés.

Los fieles: ¡el señor lo socorra!
poseído del demonio parece!
ya vimos que era falso este hombre... señor buldero, rogad a dios por él...
sí, presto, hacedlo!

El buldero se le acerca y dice, simulando nobleza:

Buldero: dios manda que no devolvamos mal por mal, ¡de rodillas! cantemos las letanías.

Se arrodillan. En una grabación, se escuchan unas leta­nías como en un murmullo. Habla el buldero sobre el murmullo de las letanías:

Buldero: ¡señor, no queremos la muerte de este desdichado pecador. ¡Védele, arrepentido! dadle salud, para que confiese, públicamente, su pecado. Lázaro, dame una bula. (la recibe y la coloca sobre la cabeza del algua­cil, que sigue en tierra, retorciéndose: en el acto, éste se calma, entra las excla­maciones de sorpresa de los fieles y sus alabanzas: "dios sea loado, se calma, milagro, milagro"...)
Alguacil: ¡perdón, perdón!. ¡Confieso haber dicho, cuánto dije, sólo por haceros daño a vos... (Besa las manos del buldero) ¡y a todos! pues, el demonio se regocija dejando a estas buenas gentes sin las indulgencias de vuestras santas bulas. Perdón, perdón... (Se golpea fuertemente el pecho)
Los fieles: señor buldero ¡perdonadlo!
sí, sí, compadeceos...
perdonadlo, y todos tomaremos vuestras bulas.
Buldero: ¡así sea!, poneos en fila. Lázaro, traed las bulas, y sin atropellarse, que para todos hay.

Mientras ellos se ponen en fila y el buldero les va dando, contra unas monedas las bulas que lázaro le pasa, éste va hacia un extremo. Se escucha, distorsionada la misma música religiosa del inicio. Mientras salen los fieles, habla a público:

Lazarillo: y las vendió con tanta prisa que no quedó ánima viviente sin la suya. Más, luego, vi al buldero y al alguacil reír y feli­citarse por el buen negocio, repartiendo las ganancias.

El buldero y alguacil, se abrazan, riendo, y se reparten el dinero. Sale el alguacil.

Lazarillo: mi amo, ¡espantado me teníais con vuestros poderes!, y ahora veo que el alguacil y vos... (Calla)
Buldero: ¡vaya! ¿Tan bien fingimos que te lo creíste? ay, muchacho... ¡si desde la riña de anoche en la posada, el alguacil y yo estábamos de acuerdo. ¡Y a fe que nunca coloqué tantas bulas!, y no te parezca, Lázaro, que el engaño es pecado, por ser las bulas cosa santa. Pues, siendo también, negocio ¡hemos de usar el ingenio! (cordial, poniendo su mano sobre el hombro de Lázaro, que lo mira con recelo), mira tú cómo estos fieles, que se dicen buenos cristianos, pretenden ganar el paraíso sin que nada les cueste. Más pecan ellos por incrédulos e indiferentes a las cosas de dios, que yo por usar algunos ardides.
Lazarillo: de modo que, mi amo... (empieza a reír, contagia al buldero, ríen por un momento. luego el buldero le hace señas que le mantenga el secreto, llevándose los dedos a sus labios. el asiente, sin dejar de reír. sale el buldero. Lázaro vuelve a hablar a público). Confieso que me hizo gracia aquel "mila­gro", y por cinco meses anduve ayudándole en su negocio. me daba buen trato, con la sola condición que no delatase sus ardides. Y yo me decía: "¡cuántas de estas farsas han de an­dar haciendo los burladores, a expensas de los inocentes fieles!". (Se retira)

Con una música animada entran los ropavejeros, con unos carritos de los que cuelgan las ropas y otros artículos.

Los del coro: ropa, los ropavejeros, ropa, los ropavejeros, usada está, más aún luce bien...

Lázaro entra y ellos empiezan a vestirlo:

Los del coro: y como Lázaro recibiera del bul­dero un buen pago, tuvo ganancias...  ganancias que al fin, él logró poner a buen recaudo...
Lázaro: con lo que logré al­canzar buena vida, y vestir honradamente... de los ropavejeros (se pavonea con jubón y calzas) jubón viejo, sayo raído, pero de magas trenzadas. ¡y capa!
(se la ponen y le tienden una espada)
Un ropavejero: Es de las primeras espadas de Cuellar. Te la doy mozuelo, casi por nada.

Lázaro paga de su bolsa. Una mujer sostiene ante él, un espejo. Se mira y da vueltas, dichosos, blandiendo la espada. Salen los ropavejeros.

Lazarillo: y desde que me vi en hábitos de hombre de bien, dejé a mi amo el buldero, y me contrató un alguacil para que, gracias a mi honorable aspecto, tomase con él, lo que llaman ¡oficio real!

Se escucha el canto de la madre, al inicio de la obra:

"es por vos si tengo vida
si muero vos lo causáis
Pues, muerte y vida me dais,
Ved con cuál sois más servida..."

Lazarillo: (embelesado) ¿estoy soñando?, (se pellizca) la canción de mi bendita madre... (Entra la criada, una hermosa muchacha que trae una cesta con ropa. Lázaro la mira embobado). ¡Qué hermo­sa!, mi madre me la envía para que tiente con ella fortuna, (se le acerca y toma la cesta para ayudarla) bella moza, permitid que...

Criada: dame acá! (se la arrebata)
Lazarillo: pesa mucho para vos.
(La vuelve a tomar)
Criada: (quitándole la cesta) de nadie me fío... ¿quién eres?
Lazarillo: lo mismo te iba a preguntar. Pero, sólo sé que mi madre te envía. (ella intenta seguir su camino, él se le pone delante), di ¿tienes marido?
Criada: eso ¡sólo a mí me incumbe!, apártate que voy a lavar al río.
Lazarillo: aguarda: lo pregunto con sana intención. Deseo casarme.
Criada: allá tú.
(Quiere salir, él le cierra el paso)
Lazarillo: no has entendido.
Criada: pues... marido no tengo, pero sí, un amo. (Voz dulce, enamor­ada) a quién respeto, y quiero.
(sale)
Lazarillo: ¡oye!. ¡Un amo no es un marido! (sale tras ella. luego vuelven a entrar ambos por el otro extremo, mientras alguien del coro tiende el lienzo azul para el río), ¡espera, moza!­ tengo vein­tidós años cumplidos, un cargo que me honra, salud no me falta...

Ella se esconde, él la busca, mientras le habla, ella ríe y cuando él sale a buscarla, entra y se instala junto al río y empieza a lavar ropa de la cesta.

Lazarillo: y no soy tan mal parecido, si sabes mirar... en fin, que esto te digo y me debes escuchar, luego. ¡Lo tomas o lo dejas!
Criada: lo que digas ¡que sea pronto!, tengo prisa.
Lazarillo: soy hombre que pudo salir de adversidades y peligro ¡y que logró llegar a buen puerto! pues, dios me quiso alumbrar: supo guiarme hasta el alguacil. y él me convirtió en hombre "de justicia"... ¿me escuchas?
Criada: no me pregunta el arroyo si quiero oir sus aguas correr, pero igual lo escucho.
Lazarillo: ya veo ¡eres desdeñosa!. ¿Y, te pregunta el arroyo si le quieres bien?
Criada: ¡aléjate!
Lazarillo: (al público) esquiva es la moza. Y seria. Mi madre bien supo escoger. (A ella) te digo que me procuré "oficio real". ¿Qué me dices?
Criada: pues... bien está. Que sin oficio real, ¡no hay quien medre!
Lazarillo: vaya si la impresioné... (A ella) y vivo en paz, y al servi­cio de dios... (Con una reverencia) ¡Y de vuestra merced! a eso ¿nada dices?
Criada: digo que así tan fino hablan los hombres ¡antes de tomar esposa! ¡Luego de palos le dan!
(retoma el lavado)
Lazarillo: ¡dios me guarde de ello! si con los hombres soy rudo ¡con las hembras, dulce!
Criada: y ¿cuál es aquel oficio real?
Lazarillo: pregonar los vinos que en Toledo se venden. También pregono las cosas perdidas. Acompaño a los que persigue la justicia, proclamando a voces sus delitos. En buen romance, bella moza, mi oficio es el pregonero.
Criada: no está mal. Pero, no es demasiado.
Lazarillo: en mi caso, sí. Pues todos los asuntos que a este oficio tocan ¡por mis manos pasan!
(le toma una mano, fingiendo que le ayuda a retorcer los paños)
Criada: pero no pasarán por ellas mis dedos ¡atrevido!. (lo golpea con el paño que retuerce. Se levantan ambos para salir)

Lazarillo:
perdona, ¡no me percaté de ello. En fin, te decía, que aquel que quiere vender su vino, o lo que fuere, si Lázaro de Tormes (se indica y saluda) no entiende de ello, ¡provecho no sacan! (lo dice con tanto orgullo que mira ante sí y no se percata que ella se esfuma. mira, desconcertado, luego excla­ma) ¡vete con dios... o con el diablo, moza arisca!

Entran los del coro y preparan la escena siguiente: instalan una mesa y dos escaños

Lazarillo: triste me quedé, sin saber que mi madre velaba por mí, pues cuando entré en casa del señor arcipreste, que me mandó llamar, escuché nuevamente su canción...

Se escucha la voz de la criada, que ahora llamaremos Catalina, cantando, la estrofa siguiente de la canción:

Escoged, pues, escogida
Vida o muerte, cual queráis.
Pues muerte y vida me dais
¡Ved con cual sois más servidos!

Entra el arcipreste, y se instala a comer, en la mesa. Lázaro lo mira desde un extremo. lo ve el arcipreste:

Arcipreste: Lázaro de Tormes, acércate. (Le indica el escaño frente a él, Lázaro se sienta. el escucha atento, el final de la canción,) he visto, mozo, tu buen vivir. Noticias de tu persona tuve por el alguacil que te tiene en gran estima. Sé que mis vinos pregonas. Me han hablado de ti, pero quisiera oír algo de tu boca. (Ha entrado Catalina, él la mira). ¡Lázaro!
Lazarillo: ¿sí, señor arcipreste?
Arcipreste: digo que quisiera oír algo de tu boca.
Lazarillo: ¿sobre qué, señor arcipreste?
Arcipreste: sobre tu persona
Lazarillo: ¡no faltaba más!. (Sigue pendiente de Catalina, que con gestos de desprecio, sirve la mesa al hablar la mira a ella), mucho me honra, vuestra merced. En pocas palabras, siempre me arrimo a los buenos, para que el señor... y las gentes, me quieran bien. Pues gente arisca y desdeñosa... abunda.
Arcipreste: ¿a quién serviste, antes de entrar a este oficio real?
Lazarillo: a dos o tres amos, que no muy buen trato me dieron. tanto así que el hambre me perseguía, pero debo decir que: ¡de todos, mucho aprendí!, así es que ágora estoy en mejor camino.
Arcipreste: con la ayuda de dios, hijo mío. (ha salido Catalina)
Lazarillo: lo iba a decir, su merced: con la ayuda de dios.
Arcipreste: mi criada parece ser de tu agrado.
Lazarillo: (hipócrita)... ni siquiera he tenido lugar a verla, señor, por atender a vuestras palabras.
Arcipreste: hijo, mírala bien, pues si te hice venir, es porque con ella deseo casarte.
Lazarillo: (se atora y vuelva el vino que bebe) ¿ca... asarme?, ¿con aquella que entra y sale, sirviendo la mesa?
Arcipreste: ¿no os place?
Lazarillo: señor, de una persona tan santa como vos ¡sólo puede venirme bien y favor!, ¿quién soy yo para negarme? más... ¡está la mo­za de acuerdo?
Arcipreste: por fuerza habrá de estarlo. ¡Catalina! (entra Catalina. trae una bandeja, se queda quieta, ojos bajos) este es el marido, del que hoy, temprano, te hablé.

Ella deja caer la bandeja: Lázaro se inclina y la ayuda a recoger, buscando sus ojos, ella esquivándolo. Sale

Arcipreste: (levantándose), dispuesta está la moza... bastará una breve ceremonia. Y cuanto antes, mejor. ¡Catalina! (vuelve ella entrar), ¡Lázaro!, tenéis desde ya mi bendición conoceos de prisa el uno a otro. Para ello ¡solos os dejo! (Sale)

Mientras los del coro retiran mesa y escaños, Catalina y Lázaro se quedan quietos al centro, inmóviles. Luego él intenta coger su mano, ella lo esquiva. el lo vuelve a intentar, ella se deja. el vuelve la cabeza, lo mira, nuevamente se quedan quietos, frente a frente:

Lazarillo: ¿Cómo te llamas, moza esquiva?
Catalina:... mi señor. (El la mira, sorprendido) señor mío...
Lazarillo: pues yo te llamaré "esposa" (dichoso, toma sus manos), ¡a fe que bien me ha casado el señor arcipreste... y la madre mía!, juro que no me he de arrepentir, ¡que sea lo que dios quie­ra!

Simulando una ceremonia de boda, los del coro entran, le ponen a ella velo y corona, cantando su canción:

Es por vos si tengo vida
Si muero, vos lo causáis
Pues muerte y vida me dais
Ved con cual sois más servidas
Escoged, pues, escogida
Vida y muerte, cual queráis
Pues muerte y vida me dais
¡Ved con cual sois más servidas!

Estalla una música de baila de la época y danzan en torno a los novios, animadamente. Luego salen todos, menos Lázaro que se adelanta para hablar a público:

Lazarillo: y ansina, para bien o para mal, dichoso me casé con ella. Con más prisa de la que entender pude, se hinchó su vientre y algo se agrió su carácter. Más no estoy en modo alguno, arre­pentido. Allende de ser mi esposa buena, diligente y servi­cial, tengo ágora, en mi señor arcipreste, gracias a ella por haber sido criada suya, todo favor y mucha ayuda. Siempre en el año, le da él una carga de trigo por sus pasados servicios le corresponde, otros alimentos y las calzas viejas que a mí bien me calzan.

Los del coro han dispuesto la mesa y escaños a otro costado, para la casa de Lázaro. Entra Catalina y dispone la mesa, Lázaro se sienta a comer. Asoman dos vecinas y cuchi­chean a es­paldas de Lázaro, Catalina que algo escu­cha, saca un pa­ñuelo y llora.

Lazarillo: ¿qué quieren esas vecinas, mujer?
Catalina: a mí se allegan, esposo, para hacerme sufrir
Lazarillo: ¿cómo así?
Catalina: Vienen a contarme, cada día, que la gente murmura, porque mi señor arcipreste nos alquiló esta casa, contigua a la suya...

(el llanto le impide continuar) 

Lazarillo: no has de prestar oído a lenguas necias.
Catalina: es que dicen que no está bien que domingos y fiestas, comamos en casa del señor arcipreste.
Lazarillo: murmuradores sobran, Catalina.
Catalina: es que ¡hasta la posadera ha dicho mal de mí, esposo!
Lazarillo: vaya ¿y qué tiene ella que decir?
Catalina: pues, que no-sé-qué, y que-si-qué...
Lazarillo: ¿que, qué... ?
Catalina: vergüenza me da.
Lazarillo: dilo.
Catalina: (con temor, de pié tras él) dicen que, siendo yo casada con­tigo, y no ya sirvienta de mi señor arcipreste, no está bien que siga entrando a su casa para tenderle la cama o servirle a la mesa. (Rápido con no disimulada satisfacción). ¡Por mucho que él tenga de mí costumbre, y por otra no quiera ser servi­do! (con voz lastimera otra vez), que no soporto las maledi­cencias... ay, cuidada de mí!
Lazarillo: no temas: yo, contigo, contento estoy, cata. (Ella, conten­ta, sale. Lázaro se adelanta. a público). Aunque en este tiempo, la verdad, siempre he tenido una que otra sos­pecha. y he habido unas malas cenas por esperarla... y cier­tas noches ¡hasta los laúdes!, pero no me aflijo por tan malos pensamientos, seguro que el diablo me los procura, por verme mal casado y no sacar provecho de ello, pues ¡pues no maldi­go de ella, ni de mi casamiento, porque...
(entra Catalina)
Catalina ¿por qué, mi esposo... ?
Lazarillo: porque, allende ser tú buena mujer, mi señor el arcipreste mucho me ha prometido y sé que cumplirá. Ante ti me dijo: Lázaro, quién ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará. Vivirá solo amarguras.
Catalina: y añadió: digo esto, Lázaro, porque no me maravillaría en modo alguno, que vieras entrar y salir de mi casa a tu mujer... y recuerda que ella entra muy a tu honra y a la suya. Por tanto no mires a lo que digan, sino a lo que a ti te toca, esto es, a tu provecho.
Lazarillo: sí, lo recuerdo. lo dijo porque, en verdad, mis amigos, por no menos de tres veces, me han certificado de que, antes que conmigo te casaras...
(Calla)
Catalina: ¿por qué enmudeces? anda, di...
Lazarillo:... habías parido tres veces.
Catalina: (chillando) ¡ay de mí... ay de mí! ¡y ay de ti, Lázaro, que a repetir tan monstruosa calumnia te atreves!. ¡Maldito el día en que mi señor arcipreste me casó contigo!

Entran las comadres con sus ventanas y abriendo los postigos, preguntan:

Comadre 1: ¿qué ocurre, dios santo?
Comadre 2: ¿se han disgustado?
Lazarillo: vosotras, ¡fuera! que no dejáis vivir...
Comadre 1: ¿la golpeaste, mal nacido?
Comadre 2: que tuvo amores con el arcipreste, ¡calumnia es! ah... el señor arcipreste de su casa sale... (cierran postigos y se alejan)
Arcipreste: (entrando) ¿qué ocurre?
Catalina: (se echa a sus pies y besa su mano) ¡socorredme de las calumnias, mi señor!, le han contado, y él ha dicho que le han contado... que antes de casar con él yo... ¡parí tres veces!

   (llora a gritos)

Arcipreste: ¿eso te han dicho, Lázaro?
Lazarillo: ¡antes quisiera verme muerto, que haber soltado esas palabras, señor!
Arcipreste: calma, niña: ya ves que de lo dicho se desdice. Sabemos como cunden las malas lenguas. Pero él te quiere bien. (Acaricia su cabeza con ternura), y no tiene queja, que yo sepa. ¿La tienes, Lázaro?
Lazarillo: (triste y resignado) dios me guarde de tenerla, señor.
Arcipreste: y lo oyes: manso y sabio es tu marido. Dale, presto, la mano.
Catalina: antes jura que nunca en su vida lo ha de volver a men­tar.
Lazarillo: lo juro.
Arcipreste: ¿no le das tu mano, Cata?
Catalina: no.
Lazarillo: ¿qué de hacer, entonces?. Ya juré.
Catalina: di también que te honra el que entre y salga, de noche o de día, de casa de mi señor, pues seguro estás de su bondad.
Lazarillo: lo juro y vuelvo a jurar, si así quedamos todos contentos, y si viniese algún vecino a meterme mal con mi mujer, ¡que es la cosa que en el mundo yo más quiero, y la amo más que a mí... le diré que me hace dios con ella, mil mercedes y más bien del que merezco!. Que puedo jurar sobre la hostia... (Ve a Catalina mirando con amor al arcipreste)... y sobre la hostia...
Catalina: (voz suave) ¿qué ocurre "sobre la hostia", esposo?
Lazarillo: (desanimado) sobre la hostia, juro que es tan buena mujer... como vive dentro de las puertas de esta ilustre ciudad de Toledo, y ahora vamos a proseguir con la cena antes que más se enfríe... si no se opone el señor Arcipreste.
Arcipreste: más, si no os incomoda, quisiera que antes me sirviera ella la comida, Lázaro. Pronto estará de vuelta.


Sale, ella lo sigue. Entra un vecino y se acerca a Lázaro. Antes que el hable, él se levanta, enfurecido:

Lazarillo: ¡prudencia, vecino! a quién de mi mujer sospeche porque entre y salga, de día o de noche, de la casa del que fuera su amo, ¡yo me mataré con él! (el vecino huye, asustado. calmado, se adelante, al público), de este modo logré tener paz en mi casa, y no volví a oír cosa alguna del asunto, de lo que ocurra o pudiese ocurrir, pues... dios sabrá. ¡Date prisa, Catalina!
Voz de Catalina: ¡pronto llego, mi esposo, en cuanto termine de vestir a mi señor... que una gran fiesta se avecina!

Empieza a entrar la gente del coro, con atuendos para la la fiesta: traen póster del emperador Carlos quinto y el escudo de armas de Toledo, entonces ciudad principal.

Lazarillo: una fiesta para celebrar la entrada a Toledo, de nuestro se­ñor, victorioso en las guerras, el emperador Carlos quinto. Ya que en esta ciudad, tuvo él su corte.

Música de corte de la época:

Se inicia, muy animado el baile, en esta escena final, y cata baila con el arcipreste, muy enamorada. Lázaro la toma y baila unos pasos con ella, la deja para adelan­tar­se a hablar a público, vuelve ella con el arcipreste.

Lazarillo:... hubo aquí grandes regocijos y yo entre ellos anduve, pues me hallaba en mi prosperidad. Con energía y con maña... y con un poco de sabiduría (da una rápida mirada a Catalina y al arcipreste que al bailar se acarician) ... y no poca sabidu­ría, ¡­­­llegué, al fin, a buen puerto!, tanto que me creció una inci­piente barriga. (Saca barriga) lo que os prueba que cuan­do al pobre le llueven cuitas e infortunios ¡por fuerza ha de aprender... de quién lo maltrata! y si al­guien lo pone duda, ¡que den ellos testimonio por mí! (indica a los del coro)

Retoma la música (que ha bajado de volumen mientras él habla), para el canto y coreografía final. Cantan todos, con algunos solos, y par­tes habladas.

Coro: juzgadlo, pues al cuidado
y decidnos si a buen puerto
sin pecar, él ha alcanzado
y así ¡vivo está, y no muerto!
Lázaro: juzgad con benevolencia
Si antes hambre no hais pasado
Pues sabed que mi concien­cia,
mis astucias no han mellado
Coro: que ser pillo y caradura
Lazarillo no aprendiese
si a ello el hambre y vida dura
Empujado no lo hubiese.
Uno del coro: el que hereda noble estado
Aunque no háyalo ganado
Sin pedir
Tiene siempre, y de sobrado
¡Sin sufrir!
En cambio, el necesitado
Toma todo de prestado
¡Qué decir!.
Tiene en la cuna anunciada
¡Mal vivir!
Uno hablado: si tenéis fortuna adversa
Devolved maña por maña
y remad pronto y con fuerza
Antes que ella más se ensañe
Lázaro: (habla) por consejo de mi madre
Dos lemas me repetí:
Uno ¡arrímate a los buenos!
Otro ¿válete por ti!
Coro: más. No hay noche sin mañana,
¡No perdáis el buen talante!
¡No hay mal que dure cien años,
Ni habrá tontos que lo agua­nten!

Lázaro se echa al suelo y dice a público:

Lazarillo: y ya que a buen puerto he llegado ¡ágora me echo a dormir!

Los del coro lo levantan y lo van empujando, cantan:

El coro: ay, cuidado, por dios, ¡te­ned cuidado!
Que el que se echa a dormir
¡Pierde todo lo ganado!
Ay, cuidado, ay cuidado ¡por dios tened cuidado!
Uno y coro: cuídate de aquesto de­cir
Has de seguir alertado
No es cosa fácil vivir
Cuidado, cuidado, cuidado
que muchos están despiertos
y aprovechan tu dormir
Animo y sigue remando
Cuidado, cuidado ¡cuidado!
Lazarillo y de lo que aquí, en adelante, me sucediera... oportunamente os tendré informados... ¡por si a vosotros os pudiera servir
(guiña un ojo al público)

 

 

Fin de la obra


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