Dramaturgos / Neda Brkic Moskovic  

 

 


La gotera

de Neda Brkic Moskovic

La Gotera

de Neda Brkic

 

 

Personajes
Ana:
 Mujer de edad
Marta: Mujer de aún más edad
Hombre: En sus cuarenta o menos

 

Lo que importa son los fragmentos...
Jean-Luc Godard

 

Interiores: Marta está en un sillón algo desvencijado, echada, en actitud física y anímica de alguien enfermo, mirada ida. Ocasionalmente emite ruidos, sorbetea por la nariz, respira con cierta dificultad. Ana está sentada en una silla, remendando un chal. Se escucha un goteo intermitente, como de una llave mala.

 

Escena uno

Ana: Yo tuve un hijo, ¿saben?. O sea, lo tengo. No lo tengo aquí, pero está. Está leeeeejos... Debe estar por llegar. Hoy es mi cumpleaños... estoy arreglando este chal para ponérmelo cuando llegue el Luciano. Se llama Luciano mi hijo, Luciano Mardones. Me mandó este chal hace tiempo, por encomienda, cuando cumplí 60 años. Supongo que seguirá llamándose así. Hace tiempo que no lo vemos. Es decir, lo veíamos una vez al año, en el verano, cuando vivíamos en Los Alerces. Siempre traía, (da una mirada a Marta) me traía chocolates de allá, lejos. ¿No cierto Marta?
Marta: Chocolates verdes para mí... para su abuela... ¡hasta cuándo la gotera!
Ana: ¡Usted no puede comer chocolates!... (Riéndose) eran bien ricos... pronto se nos va a casar, supongo. Tal vez llegue hoy, digo yo. Ha pasado tanto tiempo. A lo mejor traerá a la niña, para conocerla, supongo. ¿Será rubia y alta?. Tal vez no... a lo mejor es morena y robusta, bien de por aquí, y tendrá, supongo, caderas anchas para tener hartos hijos, sí. Hace falta el hombre... para el sustento, el respeto. Si no hacen cualquier cosa con una... más encima viejas...
Marta: Hombres... hijos hombres... nietos hombres.
Ana: Sí, hartos nietos hombres para que lo pasen mejor que nosotras. Para que no tengan que parir y lavar sábanas y planchar manteles y hacer fuego y...
Marta: ... acarrear leña y amasar pan y blanquear estropajos y trapear las baldosas... Solas... las pobres monjitas dentro de los conventos mueren solas...
Ana: ...y para hacerles empolvados con mermelada en invierno, y jugos de fruta en verano. El Luciano me escribía. Es decir, me escribía para la Pascua, una vez al año. A mí no más escribía.
Marta: Yo no más leía.
Ana: Eran unas tarjetas con palabras escritas en letras rojas y verdes, y hartas campanitas doradas en todas partes. Decía Feliz Navidad, supongo. Todas las tarjetas con palabras rojas y verdes dicen Feliz Navidad. Es que fui harto mala en la escuela, para que vamos a decir una cosa por otra, pero ya no me importa. La Ninfa sí sabía leer bien. Ella se sentaba detrás de mí en la escuela. A veces me soplaba.
Marta: ¡Aaaah!... Ay, Mamá... aaaay...
Ana: La Ninfa era re' fea, pero sabía leer. Decían que como era fea, aprendió a leer rápido para olvidarse que era fea. En cambio, yo, como era bonita, no tenía tiempo, ni ganas para aprender ninguna cosa. Pasaba puro... (Se ríe maliciosamente)... bueno, digamos que no me fallaban los pretendientes, la verdad.
Marta: Ni el culo... ¡Aaay, ya no puedo... (Sonido de campanillas).
Ana: Disculpen; ¡Ya voy!. Deje de quejarse tanto, ¿ya? ... ¿Hasta cuándo?... sí... no me faltaban. A ver... (Cuenta con los dedos) el Mario, Roberto, el maestro de oratoria... el car’e pena... el sargento del retén... ¿Cómo se llamaba ese?, Lorenzo, parece. El Luciano es de él. Las mujeres siempre sabemos cuál es el padre. Cuando quedé embarazada se armó la mansa espantadera, oigan. Mi papá me agarró a palos y casi lo pierdo. Tuvieron que mandarme donde una tía, allá, cerca de Concepción, hasta que se le quitara. Pero después que nació andaba para todos lados con él. Siempre pasa así. Primero nos quieren matar y después, cuando ven que nació hombre...
Marta: ¡Nació hombre! ¡Nació hombre!. Denle agüita de tilo para despejarlo.
Ana: Manzanilla, no tilo, Marta... Mi papá le pagó al doctor para que me “arreglara”. Le regaló dos chanchos bien grandes. Dijo que no estaban los tiempos para criar más huachos. El Luciano anduvo bien triste cuando se murió su abuelo. Se murieron hartos ese año con el medio descalabro que pasó... hubo gente que no se encontró nunca más. Como si la hubiera tragado la tierra antes de tiempo. En la mañana algunos habían estado tomando desayuno y en la noche los estaban velando. Otros todavía los están velando, así, en ausencia, como dicen... con fotos que les sacaron en algún paseo o feria de entretenciones... son gente de papel. Porque en el papel no más están... el papel de la foto.
Marta: Arriba de un árbol. Arribita, ahí... sí, entre los pajaritos... los pajaritos... ahí encontraron al finado Sandoval... en el bote aún estaba el tebo y la red. Uuuuuiiiii... ay... ay... (Sonido más fuerte de campanillas)
Ana: Estuvimos encerradas como 17 días aquí mismo, entre paredes y silencios. Al final tuvimos que empezar a ayudarnos unos con otros, no más... solos, como siempre. Los jóvenes de la universidad, allá, en Concepción, empezaron a traer ayuda. Algunos hacían guardia para cuidarnos, supongo. Otros empezaron a traer comida. Como que les quedó gustando y siguieron haciéndolo por mucho tiempo. Algunos incluso venían a enseñarnos cosas, como a curar enfermedades, a leer... igual no aprendí... Otros cantaban, tocaban guitarra... Eran simpáticos. Ahí fue donde el Luciano empezó con sus cuestiones, supongo. Después no vinieron más.

(Campanillas insistentes)

Ana: ¡Acabo de cambiarla hace una hora pues, oiga!. Lo hace para puro molestarme... para ver si me saca de quicio... puchas, ¿qué culpa tiene, también?... si no estuviera yo, ¿quién la vería?
Marta: Si no estuviera yo, ¿qué haría ella?
Ana: Así con el Luciano. Cuando era chico yo pasaba el día entero pendiente de él. Cuando podía, claro.
Marta: Cuando te acordabas.
Ana: ¡Tenía que trabajar también!
Marta: Las dos... las dos trabajamos harto... partimos trabajando hasta para nacer...
Ana: Era bien inquieto el Luciano. Una vez (riéndose con mezcla de ternura y nostalgia), le puso fuego al gallinero. Quería ver cómo arrancaban las gallinas... Debe haber estado en cuarto o quinto año de básica (como dicen ahora), cuando hizo eso.
Marta: Pasaba sólo... si no fuera por mí...
Ana: ¡No es cierto!. Cuando le vino esa tremenda fiebre me amanecí con él. ¿O no?. ¡Tres noches seguidas!. ¡Eran los profesores!. Ellos le metían ideas en la cabeza. A veces nos daba miedo que se les pasara la mano. Pero igual lo pasábamos bien, ¿no cierto, Marta?
Marta: Su cabeciiita... redondita como un meloncito... adentro hay puras estrellas... el Lucianiiito...
Ana: Mientras que ahora, todos los días son iguales, todos los santos días... Me levanto a las cinco y media.
Marta: Te levantas a las cinco y media
Ana: Ya no quiero hacerlo más.
Marta: Ya no quieres hacerlo más... ¡con tu deber cumples no más!... ¿Qué sería de ella sin mí?
Ana: Con mi deber no más cumplo... ¿qué sería de ella sin mí?... ¿Y si me hubiera casado con el Lorenzo?
Marta: No me gustaba nada el tal Garbanzo... mató su madre a palos... ella misma me lo cuenta todas las noches. No tienes idea de la que te libraste.
Ana: Como a las seis enciendo la cocina. Es decir enciendo la leña en la cocina, pongo la tetera que me mandó el Luciano.
Marta: ¡Me la mandó a mí!
Ana: para una Pascua. Luego enciendo el brasero y espero que se caliente la pieza para lavarla. A ella, hay que lavarla entera, (inclinándose hacia el público en tono confidencial) sobre todo en sus partes privadas... ¿no ven que le pueden llegar hongos?. Y eso sí que es fuerte. El doctor me dice que la tengo como una muñeca. Con razón está como está...
Marta: Yo no quiero ser tu muñeca... pero tú...
Ana: Después le traigo el desayuno, es decir se lo doy yo porque nunca apunta bien con la cuchara... a veces le da en la frente, otras en la nariz. Para el almuerzo le pongo los dientes... no sé para qué, si come puras papillas. Pero ella insiste. Luego se come el huevo revuelto con migas de pan; se lo doy con la cuchara de madera que le regalé cuando cumplió sus 98 años... o 71, y le limpio la cara. A veces el huevo está frío... ¡donde se demora tanto, pues!. Ahí lo escupe y mancha la sábana. Si no le hago el quite, a mí también me llega. Ahí sí que me colma, a veces... pero, ¿quién la aguantaría?
Marta: El Luciano.
Ana: Sí, pues... el Luciano. El tiene sabiduría y fuerza.
Marta: El quiere a su abuela. Su abuela también lo quiere. No te olvides de plancharle la camisa para mañana.

(Ana se queda en silencio, mirando a Marta y sonríe)

Ana: Sí, ya puse a calentar la plancha. (Marta tararea una especie de ranchera). Le gusta la música mejicana. A mí no. Yo prefiero la Tuis’, como le dicen... era re' buena para la tuis’, ¡puuuuuf, podía bailar hasta las 5 o 6 de la mañana sin parar!
Marta: Hasta que te tumbaban de espalda...
Ana: ¿Aún no entiende usted?. ¡Acomodadora!. Yo era ¡acomodadora!. Los clientes me hacían el pedido, yo lo anotaba y ellos esperaban que se lo trajeran... yo era simpática con todos, así me daban más propina... la artritis me jodió las piernas y la espalda, y usted es bien pesada. Donde no hace nada, pues... puro esperar que me muera yo... para morirse. Por mientras (se acerca a Marta y le acomoda el pelo), yo soy sus piernas, sus manos... sus recuerdos e ilusiones... supongo. Entre las dos hacemos, quítale o póngale un par de años, como 160 años... o 170. ¿No cierto Marta?
Marta: 230.
Ana: Me gusta jugar con los números. Son siempre los mismos y los reconozco altiro. A veces me gusta tirarlos al aire y ver como bajan despacito, como si fueran plumiiiiitas o burbujiiiitas... con eso me entretengo cuando ella está durmiendo.
Marta: A veces no más cierro los ojos... no confío en ti... capaz que se te ocurra morir... ¡para puro molestarme! (Toca las campanillas), para que no te olvides que estoy despierta. Dejé de dormir de noche, cuando te tuve... después, con el Luciano... menos, poh...
Ana: Poco me dura esa entretención, porque no duerme casi nada. A sus años pasa eso. ¿A ver?. (cuenta con los dedos de ambas manos), nació para el aluvión de... no me acuerdo. ¿Y yo? ... nací en el año... para el... tampoco me acuerdo... Cuando llegue el Luciano se lo preguntaré. Ojalá llegue hoy, a la hora de once... él sabe todas esas cosas. Sabe mucho supongo. ¿No ven que siempre fue muy estudioso?. Hacía todas sus tareas y era bueno para leer. ¡Hasta les discutía a sus profesores!. Fue regalón suyo... ¿no cierto Marta?
Marta: Ni que lo hubiera parido. En cambio a ti se te cayó del culo y seguiste en las mismas.
Ana: ¡No se me cayó!. Lo tuve igual, que es distinto. ¡Usted quería que me hiciera remedio pero no la dejé!... ¡el es mío, mío no más!. Y lo tuve porque YO quise... para que sea alguien importante, para que conozca otras ciudades y calles, alguien más que un hijo de... de... ya, oiga, no diga más tonteras, ¿no ve que puede llegar sin que nos demos cuenta y capaz que nos escuche?. ¿Qué va a pensar?
Marta: Para trabajar la tierra... para eso están los hombres.
Ana: ¿Se acuerda cuando dormíamos en la misma cama?. Hasta grandecito. Yo llegaba tarde del trabajo y lo encontraba durmiendo.
Marta: Bueno para dormir el Lucianito...
Ana: Me acostaba muerta de frío, lo apretaba al pecho y ligerito se me quitaban los dolores... ambos dolores. Porque la añoranza también duele... aquí, en el costado, justo debajo del corazón. Y así durante tiempo... Hasta que un día no llegó a tomar once. Ahí me preocupé... Pensé que podría estar...
Marta: ... galopándose a alguna yegüita.
Ana: me decían riendo. O muerto. Como a las dos semanas apareció, hediondo a pichí, todo tirillento, sucio, como si lo hubiesen arrastrado unos potros espantados. Tenía los ojos tan para adentro que parecía una laucha mirando desde el desagüe. Pidió agua caliente y como en ese tiempo no teníamos calefont, puse todas las ollas en los braseros, hasta las de cobre. Ahí estuvo en la arteza, con el agua casi hirviendo, yo le eché unas hojas de salvia... como una hora estuvo... o tres. Le alcancé a ver las canillas; las tenía todas moreteadas. No quise mirar más. ¿Para qué?, ¿Saber cosas? Para qué escarbar...
Marta: Los potros... galopan... se galopan unos sobre otros también... ¿Cuántas veces te lo dije?
Ana: Algún día me contará en qué anduvo, supongo. A lo mejor me lo cuenta hoy cuando llegue para mi cumpleaños. ¿No cierto Marta?
Marta: El cumpleaños es de Luciano. Te moriste ese día... menos mal que fue hombre...
Ana: (ademán de complicidad) En realidad, ella no se llama Marta, pero así le digo yo. Su verdadero nombre es... mamá. Es que ella nunca me contestaba cuando la llamaba así. Un día, hace mucho tiempo, sí, llamé por la ventana a la vecina del lado (que se llama igual), y grité “Maaaarta, Maaarta (era media sorda), y ahí me contestó ella (señalando a Marta), desde la cocina: “Aquí estoy, oye”... Todavía estaba bien de salud, con su cabeza enterita. Me habría gustado que me hubiese dicho “Aquí estoy, hija”, pero nunca me llamó así. Seguí llamándola Marta. Tal vez entendió que yo grité “mamáa, mamáaa”... porque me contestó, poh. O sea, a lo mejor dijo “hija”, y yo no escuché... cosas que piensa una... Llegué a pensar que no era hija de ella. Pero sí, sí soy. Me condenó la libreta cuando mi papá nos normalizó al Luciano y a mí. Tuvo que nacer el Luciano para que él recordara que tenía una hija. Dijo que ese trámite lo hacía sentirse más joven. Aunque sea hijo de papel no más, para que no se pierda el apellido Mardones, dijo. Como el hijo de la señora del almacén, que se murió para la tremenda tragedia que hubo ese año, en primavera... con el papel que le entregaron, ya no pudo seguir buscándolo... ahora también es hijo de papel, poh.
Marta: Eusebio... Miguel... ¡aaayyyyy!... Leontina... tráiganme la bacinica.
Ana: Y después, como al mes el Luciano agarró sus cosas y se fue. Es decir, se fue al norte. Me dijo que lo necesitaban allá. ¿Quién te puede necesitar más que yo, que te parí?, (le pregunté). Hay mucha gente en otros lados (me contestó), que no tienen comida, ni plata para siembra... No tienen nada más que su hambre, pues, mamá... de eso sí que tienen harto... ha pasado tanto tiempo y nadie hace nada... puras promesas, sonrisas en las ferias y plazas, pero todo sigue igual. Quiero ayudar (me decía mientras empacaba sus cosas en un bolso de lona). ¿Pero cómo vas a ayudar tú, pues, Luciano, sólo? (Le insistí). No estoy solo, (me contestó). Eso fue hace años... como unos ¿a ver?... 20 o 30. No supimos más de él por unos 10 años. Ya lo dábamos por muerto. En algo malo andaba, decía yo. Todavía lo digo. Un día llegó de sorpresa. Andaba con un cabro joven y flacuchento todo vestido de negro. Parecía jote. Un amigo, dijo. Más raro el amigo...
Marta: Se le cae el pelo p’al lado... lleva botas puntudas... Pálido como una neblina... no me gusta nadita... nunca te preocupas con quién anda... labor de madre, pero qué sabes tú de eso...
Ana: ¡Nunca me dejaste! ¡Siempre estabas encima de él, como... como un gato de campo tras los pollos! ¡Ni que hubiera tenido arestín! (tranquilizándose). Estaba mejor que cuando se fue, eso sí. Su pelo negro, con algunas canas... y la barba. Se veía bien, ¿no cierto Marta? ¡Puchas que estaba contenta!. La barba le sentaba bien, aunque, si lo hubiese encontrado en la calle no lo habría reconocido. Por la voz tal vez. Habría tenido que abrazarle la voz, supongo. Nos trajo chocolates y un cartón, como le dicen. Nos contó que había ido a la universidad, y que se había recibido. ¿Y qué haces Luciano? Le pregunté. Escribo en un diario me contestó. Ahí me dio vergüenza, yo todavía sin leer. ¿Y qué escribes? Le insistí, (siempre fui bien preguntona). Sobre lo que sucede en este país, me dijo. Aaaah... sí. Sobre lo que sucede... Y, ¿qué es eso, Luciano? Tú lo sabes, mamá, me contestó, no te hagas la lesa ¿ya?. No quiero que hablemos de eso. Me dio como un estremecimiento al escucharlo, y le dije: no te metas en problemas Luciano, mira que tú eres bien bueno para discutir. ¿Por qué no te buscas una niña y haces familia, mejor?. Podrías encargarte de esta casa... la pintura se está viniendo abajo; hay que reparar el portón de entrada, arreglar la gotera y el desagüe... picar leña para el invierno... ¿Quién se va a encargar de la huerta cuando ya no estemos? Tu abuelo la levantó solo, de cuando era un tierral.
Marta: Y se quedó esperando que llegaran hijos... pero llegó ella no más... por lo menos te parió a ti, Lucianito... haz callar a la gotera...
Ana: ¡Mira que escribir sobre lo que pasa!... habráse visto tamaña pérdida de tiempo, (le dije) habiendo tanto que hacer en la vida, ¡partiendo por traer hijos!. Entonces me miró de una manera bien extraña, como si fuera otra persona... me dijo: “ ya no puedo ser de otro modo, mamá”... Eso fue como hace unos 7 o 12 años. O más tal vez...
Marta: Dios lo quiso así, para probarnos... ese amor lo agarró fuerte... ya todo es inútil.
Ana: ... ¿Qué está diciendo, oiga?
Voz: Mamá... papá... Eusebio... (Jadeos).
Ana: (Se levanta de la silla y se acerca unos pasos a Marta) ¡Déjese de llamar a toda esa gente oiga! No están. ¡Se murieron todos! ¡Todos! No queda nadie, nadie ¿entiende? ¡Jesús María y José acuérdense de mí!... ¿Saben? Todos los días le ruego al señor que nos mande una solución de allá arriba, sí, algo rápido, sencillo y limpio, para que nadie tenga que andar trapeando, algo así como... como... como un infarto, una embolia, ¿sí?. Sin dolor, sin asombro, que sea una sorpresa. Para que descansemos de una vez... ella primero... aunque ella no quiera. Yo sé que no quiere dejarme sola... a lo mejor me quiere un poco, supongo.
Marta: Como dos aceitunas... así tenías los ojos cuando naciste... me mirabas como si quisieras ver por detrás de mis ojos.
Ana:... Hace tanto tiempo que no salgo al parque en las tardes ni ciento el viento en los brazos... ¿Todavía tocará el orfeón a las cinco de la tarde los domingos?. Llevo tantos años al lado de ella. Yo sólo quería que me fiaran un poco de felicidad, lo soñé todos los días y en el empeño perdí el corazón en la orilla del camino... ¡No, debo quedarme! Además, ¿qué diría la gente? (remeda cambiando de voz marcadamente). “La ocurrencia de la Ana, doña Clemencia, morirse antes que su santa madre, después de todo lo que esa señora ha hecho por ella”... ustedes saben como es la gente, habla sin tener idea, después seguro que dirían: “Ni siquiera el hijo vino al sepelio... ¿cuál hijo, doña Mercedes? El de la Ana, pues, el único... Ah, sí, el que anduvo fuera. No anduvo na' fuera, oiga, anduvo adentro más bien... escuché que lo tuvieron, ¿cómo le dicen?, relajado en el norte, querrá decir relegado, doña Mercedes... sí, pues, eso... así escuché yo también... es que leía mucho y le dio por pensar demasiado... malo pensar tanto, las cosas no van a cambiar... además nunca quiso formar familia, ahí está el problema... parece que era medio, usted sabe, extraño... donde estuvo metido en cuestiones raras será... suponemos... la pobre señora Marta ¿quién la cuidará ahora?... ¡Así hablarían!... las estoy oyendo... Me tengo que aguantar no más. Por lo menos hasta que llegue el Luciano. Total el doctor me dijo que con las inyecciones yo iba a estar bien por ahora... ¿Cuánto durará “por ahora”?
Marta: Una tonada.
Ana: ¿Qué anda diciendo?
Marta: La felicidad... dura una tonada.
Ana: Ya está hablando tonteras. Mejor me voy a arreglar un poco. El Luciano debe estar por llegar (se mira a un pedazo de espejo). Una será simple pero tiene su orgullo. Un hijo no debe ver a su madre toda desaliñada, ¡menos si viene de visita con su novia! Una igual es preocupada aunque no sepa leer. Para eso fui acomodadora, como me decían. ¿Y si de verdad llega con su novia? ¿Dónde la hago dormir? ¿Le gustará el cochayuyo a ella? No... Mejor les cocino una gallina con papas, zanahorias, zapallo... pebre con harto cilantro ajo y merkén. Así le gusta al Luciano. ¿No es cierto, Marta?
Marta: (Silencio)
Ana: Y después llegarán con guagua... es decir con hartas guaguas. Para eso se casó con una niña ancha de caderas y tendré que criar más gallinas, para tener hartos huevitos, que no vayan a decir que en la casa de la abuela se pasa hambre. Para el norte se comen puras porquerías enlatadas o congeladas según me dijeron. Entonces vendrán para todas las Navidades y capaz que decidan venirse a vivir acá. ¡Aquí está todo! Estaríamos juntos otra vez. ¡Eso! Voy a arreglar el cuarto de arriba que tiene baño... ay, verdad que tiene malo el desagüe... y esa gotera... ¡pero, Luciano lo puede arreglar! ¿No cierto Marta?... ¿Me oye?... ¿No cierto?... ¡ya pues, Marta conteste! Debe haberse quedado dormida por fin. Voy a prender la estufa... hace frío. (Se acerca al sillón).
Ana: ¡¡Queeee! ¡Pero por Dios! ¡Pero cómo justo ahora! ¡Le dije que todavía no! ¡Todavía noooo! ¿No ve que está por llegar el Luciano? ¿No podía esperar, oiga? Ahora voy a tener que dar puras explicaciones. ¡Y seguro viene con visita! Fijo que me va a echar la culpa. Que no la cuidé; que la dejé abandonada de pura rabia; que me desquité por... ¡Usted siempre con la última palabra! El medio lío en que me mete oiga, pues ma... Marta... ¿Qué voy a hacer ahora?. Ni se alcanzó a arreglar la gotera del desagüe.

(Después de darse varias vueltas pensando qué hacer, mira al público) Disculpen. Pero ¿alguien me puede ayudar?... ¿Señor?

 

Escena dos

(Un hombre baja del techo, viste sencillamente. Lleva un soplete a parafina, una pequeña caja de herramientas, y un letrero que dice “reparaciones varias” colgando del cuello)

 

Hombre: Juan Fulberto Montesinos Andrade, para servirle, señora: carpintero, instalador eléctrico y destapo cañerías, también. Cobro barato. Andaba trabajando al lado y alcancé a escuchar que tiene una gotera. Perdone que entre sin pedir permiso, pero hay que aprovechar la pega cuando se presenta... y este mes ha estado re' mala. Ando sin mi maletín completo, pero igual veamos si puedo ayudarla. ¿Dónde es? (Ana queda mirándolo extrañada, entre sospechosa y desconcertada; no se mueve. El se acerca a Ana) Dígame no más.
Ana: (incrédula) ¿Dónde lo he visto a usted? ¿A veeeer? ¡Luciano! ¿Pero cómo no avisó? ¿Llegaste hace rato? ¿Y la niña? Y yo en esta facha... para más remate a tu abuela se le ocurrió
Hombre: ¿Luciano? No, no; me llamo Juan Fulberto
Ana: Siempre bromeando, mijito, qué alegría verlo, venga, siéntese debe estar cansado ¿quiere tomar once? ¿Trajo ropa? ¿Tiene hambre?. Ya que está aquí por qué no le echa una revisada a la abuela, mire que parece que le dio algo, usted que sabe tanto a lo mejor puede aconsejarme.
Hombre: Disculpe señora, pero yo no soy el que usted nombra, hay una equivocación, yo.
Ana: Ya, ya, ya... deje de hacer bromas y siéntese (lo empuja hacia la silla) ¿Para qué anda con el soplete como si fuera un maestro gásfiter, ¿acaso ya no escribe?. Pero igual hay una gotera en el baño de arriba, desagüe, parece, después lo vemos, ¿quiere un tecito con sopaipillas? (Mirando para el lado y hablando en voz baja). Mire, antes de nada, debo advertirle: la abuela ha estado bien rara y ahora... no sé, es que está tan vieja también y tenía tantas ganas de verlo... a lo mejor si le habla, se le quita y…
Hombre: Señora, yo no entiendo nada de mujeres.
Ana: ¿Cómo que “señora”? Tanta distancia Lucianito, si soy su madre no más.

(El hombre deja el soplete y el cartón que por el otro lado dice “carpintería, destapes, electricidad” en el suelo. Se rasca la cabeza como si estuviese reflexionando. Ana se queda inmóvil, en la posición que estaba)

Hombre: Bueno, ¿qué hay de malo en seguirle la corriente?. Es pura soledad, se ve que llevan tiempo así, una con la otra y la otra con la una... como que se les acabaron las palabras y se están desinflando con las últimas que les van quedando. Eso pasa a veces... como si estuviesen arañando la felicidad, perdida entre los escombros... (Se da media vuelta)
Hombre: ¿Dónde están esas sopaipillas y ese tecito, que traigo pura hambre mamá?
Marta: Al tiro mijito... salude a su abuela, pues, que lo ha echado tanto de menos.
Hombre: (acercándose a Marta) ¡Venga para acá abuelita!
Marta: (recobrando “vida”) Qué bueno que por fin llegó, niño. Ya que está aquí podría encargarse de la gotera en el desagüe.
Hombre: Pero es que no traje mis herramientas, las dejé... allá.
Marta: Bueno, entonces... ¿tiene lápiz?
Hombre: Creo que ando trayendo uno aquí (saca un lápiz de detrás de la oreja), y aquí ando trayendo una boleta para anotar... ya... ¿dígame?
Marta: Hágase una acta de defunción.
Hombre: ¿Cóooomo?
Marta: ¡Acabo de morirme, pues! Me aburrí de esperarlo tanto.
Ana: No le hagas caso, no sabe lo que dice.
Hombre: Cómo no, abuela.
Marta: Anote mijo: Yo, Marta Carvajal Sanhueza
Ana: ¿No ve que está rara?. Se le olvidó que se llama Violeta Eugenia Sepúlveda Mandioca.
Marta: Sepa usted que en mi nuevo... estado puedo hacer lo que quiero: cambiarme de nombre; ser más inteligente; hablar como rica... hasta puedo cambiar el curso de la historia.
Hombre: Ah, claro, abuela no se preocupe... siempre tan bromista... estoy para servirle. Permítame decirle que para estar muerta se ve estupendamente bien. ¿Podría decirme si no es indiscreción, cual fue la causa de su muerte? Es para el acta...
Marta: Ya no la soportaba. No la quise oír más. ¡Me hastió!
Hombre: (escribe en un taco)... oír más... me has ¿hastió se escribe con o sin hache?
Marta: ¡Pregúntale a ella!... ja, ja, ja...
Hombre: Debe ser sin hache... Ya señora, vio abuela. (Condescendiente) ¿Así que estaba aburridita, ¿no?
Marta: ¡Sí, sí!... ya no la aguantaba. ¡No te lo puedes imaginar siquiera!. Todos los días que el Luciano; que los nietos; que ponte los dientes; que sácate los dientes; que hasta cuándo me agobias; que no te mueras, si no ¿qué va a ser mi vida?, y lo único que yo quería desde hace 92 años era morirme pues, mijo... ¡Anota, anota! (El Hombre saca otra boleta de su pantalón para anotar), y todos los días: que es todo tu culpa; que me podría haber casado con el Lorenzo si no fuera por ti; que hasta cuándo te cagas; que córtala con los quejidos;... que déjate de llamar a tu mamá, que no queda nadie; que duérmete, que despiértate, que aguántate... ¡uuuuf! Así que ¿sabes?. Al fin tomé la decisión, ya que ésta nunca se decidió a morir antes... o a matarme... que hubiera sido lo más sensato, en realidad; habría bastado un poco de ese veneno para ratas... es que nunca fue muy ocurrente, la pobre. ¡Tuve que prepararme la mezcla yo misma! ¿Te das cuenta? ¿Con lo que me costaba moverme?
Ana: ¿Y en qué momento fue eso? No sé cómo no me di cuenta... ¿Y acaso no pudo esperar hacerlo por el... el... del (al Hombre) ¿Cómo se dice, Lucianito?
Hombre: Me parece que le dicen “conducto regular.”
Ana: Sí, eso. ¡Yo que esperé tanto tiempo por usted!... ¿Eso es agradecimiento? Toda una vida estuve esperando, deseando que esto se termine pronto, como debe ser... las dos juntas, en un terremoto, o por último en un allanamiento, como el que hicieron cuando el Luciano se arran... se fue para el Norte... nos dejaron vivas para cargar con lo feas y tristes...
Hombre: Permítame, pero me parece que la costumbre, por lo general es que son los viejitos que se van antes y... no creo que sea el mejor momento para...
Ana: ¡Mírela! Mírele la cara, pues... ¡Pero mírela! Incluso muerta sigue igual que... (Marta se muestra visiblemente incómoda, como quien tiene que ir al baño), apuesto que va a pedir la bacinica.
Marta: Ya pues, sigamos. Por cierto, Ana, tráeme la bacinica.
Ana: ¿Delante del Luciano?
Marta: Vea usted, mijito; aún habiendo yo pasado a mejor vida, me discute. ¡La quiero ahora! Estaré muerta, pero soy una mujer de hábitos rigurosos. Y ahora, un último trámite antes de sentarse a tomar once: Anote, mijito, esto le va a gustar: a 31 de cualquier mes, del año que se le venga en gana, yo, Marta Carvajal Sanhueza, soltera, es decir  viuda, sin hijos...
Ana: ¿Cóoomo?
Marta: declaro que cedo todo mis cosas
Hombre: Creo que le dicen bienes.
Marta: Eso, cedo todos mis bienes a mi adorado nieto Luciano Mardones Carvajal, Ya. Listo. Eso es todo.
Ana: ¿Y yo?!!
Hombre: Disculpe seño, abuela Marta, pero si no tuvo hijos cómo es que estoy yo?
Ana: ¿Y yo qué soy?!!!
Marta: Gracias a Dios que me morí, ¿sabes? ¿La ves ahora?. Nunca me he sentido mejor... ¿Qué dijiste, Ana?
Ana: ¿Quién soy yo?
Marta: No sé. Dime tú... ¿Qué hora es? Tomemos once ahora... Que bueno que llegaste para mi entierro, mijito.
Hombre: Abuela, disculpe, pero, está haciendo un poco de calor y usted sabe
Marta: No, no sé.
Hombre: Esteeee... me parece que deberíamos escoger el ca... quiero decir el fe... (carraspea) el ataúd, primero.
Marta: Ah, claro. Bien, esperemos que usted arregle la gotera y luego saldremos todos a buscar el cajón.
Ana: ¿La gotera?
Marta: ¿Cómo me van a velar con esa gota cayendo en el silencio? ¡Un mínimo de respeto!
Ana: ¡Tan llevada de sus ideas, usted, oiga!... Tuvo que morirse justo antes que llegara mi hijo.
Marta: Perdón, ¡mi nieto!... El único hombre Mardones que queda.
Ana: ¡No es Mardones! Es... es Carrasco... Hijo de Lorenzo Carrasco...
Marta: ¡Mardones!
Ana: ¡Carrasco, le digo! Hijo del Lorenzo Carrasco que usted echó de la casa el día que venía a conversar con ustedes dos... usted sabía que quería casarse conmigo, el papá también. De puro odio a ambos me embaracé, también... ¡y de eso estoy bien segura!
Marta: ¡Mardones te digo! ¡Mardones, no Carrasco!... ese tal Lorenzo era un huacho que tiró tu padre por ahí, entre una borrachera y otra. ¿Cómo te ibas a casar con tu medio hermano?... Al final da lo mismo...

(El Hombre se dirige al público, recitando). No fue dueño de fundo, ni marino, ni atorrante, ni contrabandista o arriero cordillerano, y a su amor lo arrasó la muerte...

 

Ana: (Consternada) Lucianito...  yo no sabía nada de eso... Dios mío, qué voy a hacer ahora?... ¿Qué va a hacer usted?
Hombre: Nada, pues, mamá... la vida es así. ¿Para qué se va a hacer problema?
Ana: Pero imagínese, pues. No sólo es mi hijo sino también...
Hombre: No seré el primero, ni el último. Lo importante es que me quiso, ¿o no?
Ana: Tanto...
Hombre: Entonces, pues...
Marta: ¡Qué tanta historia! ¡Por último, la que se murió soy yo! Ustedes tienen que seguir con lo que tienen.
Hombre: Me considero afortunado con lo que tengo.
Ana: (secándose las lágrimas) ¿Cuánto tiempo se va a quedar?
Hombre: Lo que quiera, no tengo apuro... Bueno, abuela... en realidad, tiene razón, así que para seguir con lo que tenemos, como usted dice, permítame un cachito, (saca una huincha de medir) le voy a tomar las medidas ¿le parece?. Siempre me gustó la carpintería... ¿se acuerda? Permiso, quédese quietita un momento... Mamá, ¿puede sostener la punta de la huincha? Ya. Ahora póngase derechita, no queremos que falte espacio, je, je, je... ya. Ahora, alrededor de la guatita... ¡uuy! Parece que la alimentaron bien... ¿Y? ¿Cómo le gustaría su cajoncito?
Marta: Bueno... siempre me han gustado claritos, así como de nogal, pero no podemos, es decir, la Ana no puede costear uno de nogal, así que me conformaré con uno de pino, pino común y corriente, pino simple, con algunos nuditos por aquí y allá, algunas vetas... por aquí hay hartos, han plantado tantos que ya no quedan árboles nobles... cómo me habría gustado uno de roble o pellín, pero qué le vamos a hacer... sí,... pino nuevo, astilloso y húmedo... sin pretensiones, mijito, así como nosotros, que contenga el deseo de un descanso justo... que las hormigas y gusanos hagan lo suyo... ¿no cierto mijito? ¿Luciano? Ana?... ¿Ana?... ¿Anaaaa? (Marta se da vuelta y descubre que está sola)

 

 

Escena tres

Interior: Ana ha retomado el chal y enhebra una aguja. Cose. El Hombre está sentado a horcajadas sobre un ataúd, clavando. Se seca la frente, mira para todos lados, observa a Ana que cose, suspira... sigue clavando.

Ana: Pobrecito. Debe estar muerto de hambre. Todavía no le sirvo onces.
Hombre: En realidad, se me puso largo el diente.
Ana: ¿No ve, pues? Voy a poner la tetera.
Hombre: ¿Sabe? No se preocupe. Me tengo que ir.
Ana: ¿Cóooomo? ¡Pero si acaba de llegar!
Hombre: Descuide. Le voy a reparar la gotera y me voy. Usted sabe que tengo que irme, tengo que hacer.
Ana: Pobrecito. Lo de la abuela lo tiene así, confundido. Más encima que tuvo que hacer el cajón y meterla adentro usted mismo. ¿Por qué no se recuesta en su cama un rato y descansa?. Déjeme subir para abrir la ventana y que le entre algo de aire, ha estado cerrada. Tanto tiempo que...
Hombre: ¡No es mi cama, y no es mi pieza!
Ana: Ay, ya se puso así como la otra vez... yo sólo quería que...
Hombre: ¡Ya se terminó este jueguito! La acompañé; le hice el cajón a su... su mamá; le seguí la corriente...
Ana: ¡Tu abuela!
Hombre: ¡No es mi abuela!
Ana: ¿En qué anduvo, que está tan alzado? Apuesto que son los profesores en la... la universidad.
Hombre: Señora, se está haciendo tarde y estoy cansado; quiero irme a mi casa; me está esperando mi señora y mi hijo
Ana: ¿Te casaste? ¿Tienes un hijo? ¿Cuándo fue eso? ¡No dijiste nada! ¿Cómo es ella?
Hombre: (Se escucha más fuerte el goteo) Mire, le dije que le voy a reparar la gotera y de ahí me voy. Permiso.
Ana: ¡Ah, no! ¿Tendré que esperar doce años otra vez? ¡Aquí se me queda! Que vengan ellos para acá, pues; aquí cabemos todos, pueden quedarse en el dormitorio de la abuela y...
Hombre: ¿Sabe qué más? ¡No arreglo nada tampoco! (Toma el soplete y el letrero y se dirige al frente del escenario. Ana lo toma por detrás y en el forcejeo le arranca una manga)
Ana: ¡Usted se me queda aquí mismo! (empieza a sollozar) ¿Ya no quiere a su madre? Yo que lo esperé tanto... Para todos mis cumpleaños... llegué a creer que de verdad estaba muerto, pero sentía que no, que no era posible... una es la que debe morirse primero... quédese hasta que me muera, ¿ya?... por último... debe faltar poco...

(el goteo ha ido aumentando hasta transformarse en una especie de lluvia fuerte; Ana mira para todos lados y corre hacia el Hombre, como si quisiese abrazarlo, el Hombre la rechaza bruscamente haciéndola tropezar con el ataúd y Ana se cae. Grita...)

 

Escena cuatro

Interior: El Hombre está agachado, clavando el ataúd con cuidado. Mientras clava, habla).

Hombre: En este oficio hay que saber hacer de todo. Llego por una gotera. Y me encuentro con dos almas extraviadas... una muerta que sigue mandungueando y otra viva que parece haber estado muerta toda su vida. Tengo que hacer de hijo, nieto, carpintero... sepulturero... Uno no se espanta ya con nada... si desde que nacemos tenemos olor a tumba, los cuerpos esperan toda una vida para caer sobre la tierra negra y torpe... vidas oscuras de tragedia, huérfanas de sol, buscando luz en los recuerdos para ver dónde se les extraviaron los pasos... alcanzó a mirarme como si quisiera ver detrás de mis ojos y en ese destello me pidió lo único que podía darle: un lugar dónde esperar que llegue su hijo. ¿Cómo negarle eso?

(Sigue clavando, pero más lento. Se detiene. Se escucha el sonido de una gota, luego otra, y otra y otra, hasta que comienzan a detenerse pausadamente, calmadamente, mientras bajan las luces. Silencio.)

 

La gotera por pulso del mundo

 


Author Information:Brkic Moskovic, Neda
Key Words: 

 

 

Cita:
Brkic Moskovic, Neda. La gotera. Dramaturgia chilena contemporánea.



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