Dramaturgos / Neda Brkic Moskovic  

 

 


Cenizas

de Neda Brkic Moskovic

Ceniza

de Neda Brkic

 

Personajes:
Rufina:
 Mujer campesina, 40 años aproximados, siglo xx

Isabel: Mujer mayor, siglo xvi

 

Los dos a un tiempo el sentimiento esquivo,
En este día sepultar concierta,
El muerto al mundo, en mi memoria vivo,
Tú viva al mundo, en mi memoria muerta...
P. Calderón de la Barca


Odio lo inútil y lo vago,

Amo lo fuerte y lo rotundo;
Mi corazón es como un lago
Donde se está cuajando el mundo.

Pablo de Rokha

 

 

Isabel: Fueron demasiadas sangrías... ay, qué fatiga, Dios mío; si no hubiese sido por los fuertes dolores en mi vientre no me habría preocupado... son huellas de una vejez porfiada, me habría dicho. Pero, otros eran los designios del Señor... Sabía que iba a recibir aquella visita, la esperaba desde algún tiempo... nunca pensé que pudiera presentarse de un modo tan singular, como sucedió.
Rufina: Me acerqué un poco al balcón, pero bien despacito. La miré, así, desde afuera, no más... quién sabe con qué cara la miraría yo, con la Miriam en mis brazos... tan enferma desde tantos días... desde que pasó todo.
Isabel: Yo estaba cerca del balcón. Trataba de recobrar la compostura mirando las plantas, después de haber soportado (no, padecido), la embestida de Juana. ¡Acusaciones! ¡Insultos! ¡Juicios absurdos! Mi corazón aún latía en desorden, dolido.
Rufina: La fiebre me la había estado quemando. No habíamos probado ni agua ni bocado ni ná', en tantos días... y ellos... en cualquier momento nos encontrarían, ellos. Yo solo había querido que se fueran, pero sacaron la motosierra... empezaron a cortar una de las vigas debajo de la casa. La casa parecía gritar como animal en el matadero... así la oía yo, poh....
Isabel: Entonces... fue en ese momento que la vi, a ella, entre las sombras del jardín. Se veía sencilla, casi pobre. Llevaba algo en sus brazos, decía cosas, pero yo no le entendía. Su cara estaba dirigida hacia mí... ¿me miraba?. Se aferraba a ese bulto en sus brazos, de dónde parecía asomar una pequeña y blanquísima mano. Se veía extraña, con esas sus piernas enfundadas en un género grueso, como si fuese varón... pensé que estaba extraviada.
Rufina: Ella llevaba rato mirando para afuera. De repente miraba pa' dentro, como si esperase a alguien y luego volvía a mirar pa'l jardín. Como que me miraba a mí. Se me hacía que llevaba harto tiempo sola; hablaba sin que hubiera nadie cerca. Una que ha pasado por eso sabe de esas cosas... se nos pone la mirada, como perdida entre el ahora y el ayer. No habiendo nadie que nos reclame atención ¿de qué otra manera podemos mirar?. Claro que la Miriam sí requería atención en ese momento... es que llevábamos días arrancando; durmiendo en descampado, amaneciéndonos con los pájaros...
Isabel: Salí al balcón; estaba oscureciendo y no veía bien... salvo... salvo sus ojos, hundidos en un tremendo desamparo. Ella se había acercado y seguía hablando... tal vez para no asustarme. Pero, un ser tan desdichado no puede cobijar tropelías, pensé, aunque parezca venido de otro mundo; vestida como hombre, descalza, pálida y delgada como una estaca, con un bulto informe bajo su rebozo negro.
Rufina: Le dije a la Miriam que mejor nos guarecíamos bajo el castaño. Iba a tener que golpearle la reja a esa señora. ¿Quién le cierra la puerta a una mujer sola ya casi entrada la noche?
Isabel: Las palabras de Juana regresaban a mi cabeza como lenguas de fuego: ¡Nunca podré perdonarte! (gritaba), tú y tus beaterías ridículas! ¡Morirás cargando la culpa de mi pérdida!
Rufina: Y de repente nos topamos en la mirada. Fue como si nos atravesó un mismo pensamiento a ambas las dos.
Isabel: Fernando solía acompañarme a esta hora, la hora del Ángelus. (Suspira) Eso fue hace tiempo, antes de que yo hablase con el Padre Jerónimo... yo... tal vez debería haber sido menos precipitada... haber callado... ¿Por qué no confié más en la sabiduría del Señor?... (Cambio de ánimo?). ¡En vez de asaltarme con sus juicios, Juana podría haberme dicho eso mismo!. Yo lo habría entendido mejor... hasta lo habría aceptado. Después de todo, claro, era su padre, no sólo mi hermano.
Rufina: Y entremedio un “¡AH!...” ¿QUÉ JUE ESO?”, O un “!SSSHHHTT!”... y era yo diciendo esas cosas... parecía que juera otra la que hablaba... a veces escuchaba motores de autos, perros... tenía miedo de que anduviesen con linternas...
Isabel: Juana había estado extraña conmigo desde hacía un tiempo... no lograba comprender el motivo. Hasta esta tarde, que apareció como una tormenta. (Cambio de ánimo?) ¡No iba a quedarme de brazos cruzados frente a toda aquella descarga!. Estaba segura que había visto el cuadernillo por aquí la última vez... (tanto tiempo había pasado) ¿cómo podría de acordarme dónde lo guardé?. Por suerte no lo quemé junto con los otros escritos. Dios, en su infinita sabiduría lo dispuso así; Él sabía que este momento llegaría tarde o temprano... El conoce la Juana mejor que nadie... ¡Ahora vería ella!. Bastaría que leyese sólo unas pocas líneas de aquél cuadernillo, sí, ¡con sus propios ojos!. Y yo vería si aceptaba o no sus disculpas... traté de recordar donde lo había visto. Busqué, busqué y removí todo... ¡hasta que lo encontré! (de entre sus ropas saca un cuadernillo y lo deja sobre una superficie como si fuese una alimaña. Se frota las manos mientras lo mira como si hubiese tocado algo despreciable)
Rufina: Claro que, pensé yo ¿cómo iba a llegar, asi como así, a la casa de esa señora, con la Miriam cómo estaba? ¿Blanca y lacia como una flor desganá?. Me puse a buscar por ahí y encontré unas matas de cedrón y otras de tilo. Pero, ¿y agua?
Isabel: ¡Yo, responsable de la muerte de su padre! ¡Yo, en tela de juicio por boca de mi sobrina, una jovenzuela imberbe! ¿Mi crimen?. Haber tratado que su padre (mi hermano) entrase en razón, la que Dios le dio junto con su nombre y lugar en este mundo. Ahí está (indica el cuadernillo). Ella misma podrá leerlo. ¡El tenía quien lo defendiese!. El mismo Santo Oficio le asignó un abogado. Alguien que entendía de la sutileza de las leyes y de la fe. Le rogaron hasta el último momento que abjurara para volver a ser libre. ¿Y qué contestó?. Que no quería ser libre si no podía ser él mismo. Juana, en vez de comprender, me volvió a atacar. ¡De eso hablo (espetó), ¡al delatarlo le arrebataste ese su derecho y me lo arrebataste a mí, de ser mi padre!
Rufina: Ya, pensé poh, no habiendo agua voy a tener que hacer como algunos pajaritos; mascan la comida para sus pollitos y se la dan... así no más lo hice, masqué esas hojas bien mascás y se las puse en su boquita toda reseca y llena de ampollas, así... así... despacito... ya, hijita, trague, le decía... trague, pues...
Isabel: ¡Ni delaté, ni arrebaté nada!. Tan sólo hablé con el Padre Jerónimo para que lo aconsejara. Eli, Eli Nazareno me decía que era su nombre y yo le gritaba. ¡No! Tu nombre es Fernando Maldonado da Silva, hijo de Diego Maldonado da Silva y Leonor Ibieta y Guzmán. ¡cómo yo y Felipa!. Pero él me hablaba más fuerte y se tapaba los oídos gritándome que la ley verdadera es la ley de nuestros antepasados: ¡tú idolatras imágenes de palo, hermana!. ¿Cómo se atrevía decirme eso, Fernando? ¿Había perdido completamente el juicio? ¿Quería arrastrarnos a Felipa y a mí, sus únicas hermanas? ¿Acaso quería que terminásemos todos allá, cómo nuestro padre?... No queríamos esa su salvación que él pregonaba!
Rufina: No sé si tragó o no las hojitas... le escuché como un gemido y tosió... le costaba respirar.

Isabel: Ahí; ahí, en ese cuaderno estaba la otra cara de la moneda; para que Juana se cerciorase directamente, desde las palabras escritas del puño de su padre; ¿qué hermana habría sido yo, de no preocuparme?. El Padre Jerónimo nos conocía desde que llegamos de Argentina, ¿quién mejor que él para escucharlo, aconsejarlo? Pero de nada valían mis explicaciones a Juana sobre mis miedos, en aquellos años de mi juventud... Nuestro padre había muerto en Lima, hacía dos años, en una mazmorra regada de huesos y excrementos secos, junto al cadáver de un hombre como él, muerto hacía tres días antes. Las ratas ya habían empezado su trabajo por los ojos y la lengua, para silenciar definitivamente su agonía. Me lo contó Fernando, meses después de su regreso desde Lima... cuándo decidió hablar nuevamente... ¿Iba yo a permitir que le sucediera lo mismo a mi hermano? Juana me miraba sin pronunciar palabra alguna. Parecía una esfinge.
Rufina: Es que hacía rato que andaban molestando... Primero, ese hombre rondando al otro lado de la huerta, ahí donde están enterrados todos... mi mamá, mi papá, los abuelos... los de antes también... después, estuvo parado como un jote, mirando, aguaitando. Llegué a pensar que era uno de los finados... que estaba ahí porque cumplía órdenes, dijo, como si eso lo explicara todo... órdenes... resultaron ser órdenes contra dos mujeres pobres... iguales a él no más; si él era de por aquí poh, ya lo había visto en el pueblo varias veces... hasta me había sonreído, el muy sinvergüenza...
Isabel: Le conté cómo nos observaban después que nuestro padre fue llevado a Lima... una historia aún más antigua que la que ella me enrostraba. Nuestros vecinos, el zapatero, el aguatero... Sentía sus ojos en la calle, en las misas; los susurros apagándose tras nuestros pasos. A veces escuchábamos ruidos extraños en la noche. ¡Eran ellos, para ver cuál Dios invocaba nuestro miedo!, los comía una perversa curiosidad; si acaso los hijos de Diego Maldonado da Silva (nuestro padre) reconciliado por el Santo Oficio en 1610, no fuesen también infectados de herejía. De nada valían mis confesiones diarias, mis oraciones frente al Altísimo. Ni siquiera dejaron de hacerlo cuando Felipa entró a la Orden, como aspirante a esposa de Cristo...
Rufina: Yo no iba a mirar como una santa bendita, sin hacer nada, pues, no cierto?... ¿qué dirá Dios de todo esto?. Me imagino que tendrá una opinión... Pero Dios nunca dice nada... cómo si sólo nos mirara, sentao allá arriba, viendo las tamañas barbaridades que pasan allá abajo... o sea, acá abajo... tal vez hasta se ríe de tanta lesera. Por eso yo le rezo a la Virgen de la Candelaria, ella ha sido madre, ella sabe lo que es que le duela a uno el corazón cuando ve tanta injusticia y maldad... a las mujeres como que nos llega de otra manera... yo sé que estuvo mal lo que hice... todo estuvo mal... No sé... Tal vez debiera haberlos dejado que hagan lo que quisieran... tal vez, tal vez nos deberíamos habernos ido, de ahí, después de todo, como querían ellos... así, irnos no más; cargar el carretón con algunas cosas, enganchar la yegua y partir, como lo hicieron los otros; la viuda Mardones, los Catrilen ¿pero, dónde nos habríamos ido?... ¿Adónde pues? No teníamos a nadie cerca. Tan sólo los árboles, las gallinas.  Los árboles... le poníamos nombre a los árboles. Florencio el manzano, parecía un rey cuando florecía en agosto... los árboles son como un hermano más, decía mi abuelo, corresponde ponerle nombre...
Isabel: No pensé que podía sucederle algo... Fernando ya volverá a sus cabales, me decía a mi misma.
Rufina:... se le veía en la cara, se le escuchaba en el habla de que él era de por aquí... nacido y criado entre estos cerros igual que todos... que cumplía órdenes decía... que él no nos estaba na' echando, porque cumplía órdenes de otro, repetía... echándole la culpa al empedrado... ¿Acaso no tenía conciencia propia? ¿Que no veía lo que eso nos iba a provocarnos? Yo que él, le habría dicho que no al sargento o al juez, que se busquen a otro, habría dicho yo... Yaaaa, igualito habrían mandado a otro, total, siempre habrá alguien dispuesto a hacer el trabajo cochino por un par de pesos... ¡Pero yo igual lo habría agarrado a chuzazos!
Isabel: El Comisario empezó a visitarnos a las horas menos esperadas: temprano en la mañana... poco antes de nuestras oraciones nocturnas. Negarse a esas visitas, ¡negarse a él! Habría sido una condena. Una sospecha era casi lo mismo que una certeza.
Rufina: Porque la casa, el hogar, digo, lo es todo para uno... ¿no es cierto? ¿De qué sirve el cariño de una madre si no están las paredes de la casa para protegerlo?. Mi abuelo construyó nuestra casa, junto con su padre... Eleazar se llamaba él, así, con sus manos no más... contaba como espantaba a las guiñas cuando estas se acercaban al gallinero en la noche. Después ya no, porque lo ayudaban mis hermanos. Tendían trampas cerca de Ruperto, el membrillo... es rica la carne de guiña...
Isabel: Pero Juana no me creía. Nunca supo de mis dudas y temores, de mi angustia... rodeada de indios, soldados y aventureros, sin defensa ante cualquier infortunio, escudriñada y observada por otros. Insistía que yo era responsable por la muerte de su padre. No atendía mis explicaciones, mis razones. Yo lo escuché hasta que no pude más. El quería convencerme y cuando yo no accedía, me empujaba papeles escritos por debajo de la puerta... Le rogué tanto que no me hablara más sobre sus lecturas. Echaba por la boca palabras extrañas, como un poseído... hablaba cosas que yo no entendía... pensé que estaba loco, que tal vez esos estudios de medicina lo habían trastornado... escudriñando las entrañas de los muertos, sobre una mesa... ¡Me obligaba a escucharlo! ¡Así, así!. Me tomaba de los brazos y me obligaba a sentarme. Que éramos de una sola sangre, decía, que la ley verdadera traía la libertad verdadera... ¡Quiero tu salvación, Isabel! ¡Mi salvación! ¿Acaso no me conocía?
Rufina: (Acuna a Miriam y le canta una especie de canción de cuna) Cuando te mejores nos vamos a irnos lejos, Miriam... a Talcahuano... ¿Te gustaría conocer el puerto donde hay hartos barcos?... hay pescadores... como soy buena para tejer, tal vez me dejen trabajar haciendo redes... no debe ser tan distinto... las mujeres somos buenas con nuestras manos, podemos hacer cosas, cuidar, acariciar... ¿no cierto Miriam?... ¿Miriam?... le repetía pero se había dormido otra vez...
Isabel: Habían más cuadernillos como éste, escritos de su puño y yo los quemé sin siquiera atreverme a desdoblar las hojas... ¡Quemé todas esas palabras, las hice cenizas!. Una vez me dijo que las palabras son más valiosas que las armas y el oro, porque Dios construyó el universo con su palabra y la manifestó al Hombre desde las alturas de un monte. ¡Pero esas mismas palabras sólo han causado destierros y muertes! ¡Hay una sola palabra, una sola verdad! La palabra de nuestro Señor, pregonada por Jesucristo.
Rufina: Se me había ocurrido que hasta podríamos encontrar al padre de la Miriam. Por ahí me dijeron que estaba trabajando en una pesquera en Talcahuano, o Concepción... En una de esas le habría gustado conocerlo, digo yo. Tal vez a él también le habría gustado saber que tiene una hija... con el tiempo se va haciendo falta el cariño de un hijo... es que yo nunca quise seguirlo... los afuerinos son muy ingratos, siempre andan buscando otras tierras donde echar la semilla y ¿qué vida habría sido esa para la Miriam?. De campo en campo, de pueblo en pueblo... Total... Dios da al pobre lo que necesita; a nosotros nos dio un trozo de tierra y unos árboles que dan fruto...
Isabel: Las palabras de Juana eran como puñales: que yo estaba así, enferma, por lo de su padre, que ni mil confesiones iban a serenarme ni reparar el daño; que me merecía todo lo que me estaba pasando y mucho más; que de nada valían ahora mis vacilaciones... (Vuelve a mirar por la ventana del balcón)... si mi hermano... si le hubiese quedado algo de su antigua mansedumbre, de su sabiduría de varón, su antigua cordura, nada de aquello habría pasado. ¿Acaso ya no le había bastado con nuestra historia? ¿Con aquello lo de nuestro padre? Era como si se regocijara en el sufrimiento de nuestros antepasados. Yo quise disuadirlo, traerlo de vuelta a la razón que Dios le dio, junto con la vida. Ay, Dios mío... líbrame de estos recuerdos... ¡Absuélveme de la memoria!
Rufina: ¿Pero cómo se le ocurre que me voy a ir, oiga?, le dije al hombre sentado en el jeep. Aquí nacimos todos, pues señor... aquí mismo me moriré también... ¿corresponde poh? ¿Quién le echará agüita a las plantitas en las tumbas? ¿Cómo vamos a dejar los finados sin agua y sin flores, ah? ¿Por qué tanta alharaca si no molestamos a nadien?
Isabel: El padre Jerónimo me prometió que iba a hablar con Fernando... nada más que eso, escucharlo, conversar con él... eran tiempos tan difíciles, es tan humano perder la cordura, el rumbo... para eso están estos hombres de Dios, para regresarnos desde el extravío... ¿a quién más podía recurrir?. Aún no me explico por qué no lo hizo... es cómo si hubiese querido doblegarlo en vez de escucharlo... ¡someterlo para salvarlo!. No se trataba de eso. Yo confié ciegamente en su sabiduría... nos conocía desde hacía tantos años... Yo sí quería la su salvación... y Juana me escuchaba con el rostro oscurecido, despreciándome... parecía que estuviese reteniendo las palabras en su garganta para que no me saltaran a la cara.
Rufina: ¿Qué vamos a poder hacer en otro lado? Hasta hablan distinto en otras partes... ¿con qué plata íbamos a pagar arriendo? ¿Y trabajo? El hombre me ponía los ojos gueros no más, sin decir na'.
Isabel: Era lo que nos quedaba como familia, nuestro único hermano hombre... el Padre mismo había sido sanado por Fernando cuando vino esa gran peste que mató a tantos indios y soldados... ¡Le debía la vida! Pero llegaron a buscarlo entrada la noche y se lo llevaron sin que me enterara... lo supe al día siguiente, cuando Eusebio nos dijo que Fernando había insistido en que no se nos despertara. Es como si los hubiese estado esperando... y la Inquisición observó calladamente, hasta que decidió aparecer.
Rufina: ¿Y las gallinas? ¿Los perros? ¿Quién los va a cuidar?... así le dije al hombre ese. Ellos nos tienen a nosotras no más poh, nos necesitan. Y el hombre empezó a sonreírse. ¿Por qué se ríe, oiga?... Yo creo que fue eso, fue eso lo que empezó a indignarme, así como un escozor en la nuca... la risa. Como si una estuviera diciendo puras tonteras. “El diente se va a encargar de ellos” (dijo él), y me mostró las ollas que tenía secando al sol, y seguía riendo más juerte y el otro hombre le celebraba la gracia con una carcajada.
Isabel: Al día siguiente, el padre Jerónimo me dijo que Fernando estaba en una celda del convento de los Dominicos, su congregación. ¡El ya lo sabía! he de suponer que era por toda nuestra... nuestro padre, nuestros antepasados expulsados de España... ¡Pero eso había ocurrido hacía más de 150 años!.e Estaba retirándome de su presencia y escuché su voz, la de un desconocido... la sangre herética demora siglos n purificarse, dijo.
Rufina: Me quedé callada, no
ma'... mientras ellos seguían repitiendo que las máquinas iban a demoler todo, como decían ellos, los hombres del jeep "tiene que irse de aquí, no puede quedarse más... vendieron todas estas tierras"... seguí callada. ¿Quién las compraría?, me pregunté para mis adentos. A la semana llegaron de nuevo... esto lo compró una forestal, tiene que irse ya, me decía el bueno pa’ la risa, van a instalar una bodega aquí mismo, para guardar las máquinas; ahora habrá trabajo, decía el otro, van a colocar electricidad. ¡Habrá luz! ¿Qué no entiende? Debería alegrarse. ¡Progreso, señora!
Isabel: Le recordé que mi madre era cristiana vieja; que mi hermana Felipa era novata en la Compañía de Jesús; ¡que él mismo la ayudó a entrar para abrazar los hábitos!. Después de un silencio largo me dijo que me callara y no hablara más del asunto, pues iba a rezar por él. En mi desesperación me atreví a cuestionar el dicho tal propósito. No más terminé de pronunciar aquellas sus palabras que su voz censuró airadamente mi atrevimiento. Me quedé sumida en un espantoso silencio....
Rufina: ¿Y qué haré yo? ¿No ve qué soy sola, con ella?. Ah, no sé, me dijo el hombre ese, el que ya había visto antes, nosotros venimos a limpiar y a desmalezar; así, lo mandó el patrón nuevo, don Jacobo Selebi, dijo, y a él no le gusta esperar.
Isabel: La celda de mi padre es fría y oscura, me escribía Fernando desde Lima, cuando estudiaba. Estaba en una parte del monasterio de Los Dominicos que aún se mantenía en pie, después de un terremoto. ¿Cómo habrá sido la de Fernando?. Trece años duró su juicio; un verdadero duelo de palabras y conceptos. En una de las tres cartas que alcancé a recibir, ya hacia el final, me relataba que los más selectos teólogos y doctores de la fe desmenuzaban sus palabras cómo si fuesen insectos extraños... para luego levantarse sin medir respuesta y entregarlo nuevamente a su carcelero. En su celda, recitaba los salmos y las tablas de la ley en voz alta, para mantenerse lúcido y no flaquear... ay, Fernando...
Rufina: ¡Yo no sabía que la Miriam estaba adentro!. Cuando no la vi afuera, corrí a buscarla. ¿Te acuerdas cómo llegué corriendo para sacarte? ¿Te acuerdas? Sí, ¿no cierto, Miriam? Contéstame, pues, hija... pero aún seguía lacia y callada. ¡Ella debía ver médico!. Yo sabía que había una posta por aquí cerca... ya, iremos... iremos al pueblo mañana temprano, pasada la noche... ellos ya estarán lejos.
Isabel: Yo adoraba a nuestro hermano. Era gentil, cariñoso. Había heredado la dulzura y rectitud de nuestro padre... pero ambos regresaron a la fe perdida de nuestros antepasados, los de allá, en Sefarad. ¿Qué ausencia hallaron en la nuestra fe?. Sólo son palabras... Ay, cómo separan las palabras... pero todo está entero a los ojos de Dios.
Rufina: Yo no quería hacerlo, pero, ¿cómo iba a permitir que se fueran en humo todas nuestras cosas, las fotos, sus zapatitos nuevos... los recuerdos? ¿Qué mujer sería yo, de no querer defender lo mío? Aunque no más sean unas piezas de adobe y palo... es lo único que tenemos, un lugar donde reposar y soñar, a veces... pero las mujeres sólo tenemos nuestras manos para defendernos... nuestras palabras se las lleva el viento...
Isabel: Lo hecho, hecho está... no tengo cómo remediar un acto que se me escapó de las manos. El quiso convencerme, ¡en plena Semana Santa!, de que yo siguiera la verdadera fe, como la llamaba. De haberlo escuchado, yo tampoco estaría aquí... ¿Quién golpea el portón?
Rufina: ¡Estaban echando la puerta abajo! ¿Quién es? ¿Qué quieren a esta hora?. Todavía estaba oscuro, me eché una manta encima y entreabrí la puerta sin soltar del todo la tranca... ¿Rufina Ester Carvajal
Sanhueza?...Tiene dos horas para juntar sus cosas antes de que llegue la excavadora, me gritaron desde tras la puerta (se agita y da vueltas como si tratase de juntar cosas dispersas). Hoy es 15 de agosto de 1991, por si no se acuerda... fue notificada hace un mes, según consta aquí, en la orden de desalojo... sólo cumplimos órdenes... junte sus cosas... sólo cumplimos... órdenes...
Isabel: Hacía tanto frío... no sentía ni los pies...
Rufina: Ya había caído noche... no sentía ni los brazos ni los pies... tan helado que vino el mes de agosto... como no nos ayudará esa señora, pensé que ella me vea a mí no más, y acomodaba la Miriam bajo el rebozo; me presentaré sola primero y luego le diré que andamos juntas, no queremos asustarla... con estas tiras colgándome y ella, tan moreteada. Tenemos más cara de muertas que vivas... tanto tiempo de andar en descampado, poh... Aló...¡ Aló!... señora... ¿Me oye?. Le grité hasta que me miró.
Isabel: ... y seguían los golpes en el portón. ¿Quién llamaba? ¿No serán ellos otra vez?. Y le grité al sambo que los atendiera, porque ya se lo llevaron a Lima... que yo no sabía nada, nada... yo les dije que... y que ya está enterado el Padre Jerónimo... sí, eso, que yo le pedí al Padre Jerónimo que hablara con él, para que lo guiara de vuelta... yo intenté salvarlo, pero no quiso escucharme...
Rufina: Me acerqué bien despacito y la miré, desde afuera eso sí... que andaba con mi hija, que estaba enferma hace varios días, desde que había pasao todo. Que la fiebre me la estaba quemando, no habiendo probado ni agua, ni comida hace tantos días. En cualquier momento me encontrarían... yo sólo quería que se fueran, pero es que sacaron una motosierra y empezaron a cortar.
Isabel: Se veía tan extraña, vestida como labriego, hablando como extranjera.
Rufina: Entonces hubo un ruido tremendo, y la casa empezó a tambalearse, así, por todos lados, creí que era terremoto, y de repente se cayó de costado, así, ¿ve?. Como un animal alcanzao por un rayo. Todo se cayó... ya no parecía, ya mi casa, todo en el suelo y la Miriam gritando, en alguna parte.
Isabel: Una ya no sabe a qué atenerse... estos los tiempos tan extraños, en este país perdido en el confín de la tierra, alejado de la gracia del Rey... sólo indios y forajidos, impíos escapando de sus destinos... una no sabe con quién se topa... tan sólo queda confiar en la voluntad divina.
Rufina: Y yo gritaba como loca; ¡Miriam, Miriam!, pero sólo escuchaba el ruido de la motosierra dándole a la otra viga.
Isabel: Si Dios me había protegido hasta entonces, ¿por qué iba a dejar de hacerlo en ese momento?
Rufina: Nunca nos escucharon, ni antes ni después, nadie. Tampoco nos quisieron ayudar, ni mis hermanos, ni mis tías... llevábamos tanto tiempo durmiendo en sereno, bajo los árboles... ella me miraba como si fuera una aparecida y tuve que empezar a decirle cosas más... más como de una, así como personales, que una no se las cuenta a cualquiera; como que todos nos cerraron las puertas de su casa... por ahí anduvieron diciendo que eso era porque la tuve a ella, así no más... la Miriam, poh, sin cura, ni rezo, sin traje de novia... así no más... pero no me importa, porque ella es mía, sólo mía. Nunca había molestado a nadie, es así, calladita... yo nunca había molestado a nadie tampoco, si me daba no se qué, hablarle a esa señora toa empingorotáa... pero es que yo traía los pies quemados con el hielo... no teníamos adonde ir... y la Miriam, estaba de cumpleaños, más encima. La tuve en un día así, solita la tuve, sobre mi cama. La envolví y le di pecho en cuanto pude lavarme la cara... ella no tenía la culpa de nada... yo no más... yo y mi porfía... déjanos entrar, un ratito no más, hasta que pase la noche, le rogué...
Isabel: Me repetía cosas incomprensibles, es como si... es decir, entendía sus extrañas palabras, pero no lograba comprender su historia... ¿Por qué se disfrazaba de varón? ¿Por qué repetía que nadie la quiso socorrer?. Parecía haber viajado por mucho tiempo, quién sabe desde cuando, quién sabe de dónde... un desamparo tan grande no puede albergar a alguien malvado...
Rufina: La noche no más, hasta que pase la noche, le repetía, porque parece que no escuchaba bien, donde estaba entraita en años, sería... ellos todavía andaban detrás mío...
Isabel: ¿Ellos? ¿También la buscaban a ella?... ¿hasta dónde van a llegar siempre buscando herejes? ¿Cómo no se dan cuenta que ya la vida misma es castigo suficiente?. Y el cuerpo de ella así lo mostraba; desgreñada, harapienta, sucia...
Rufina: El hombre no alcanzó a verme... ni supo quién lo golpeó... yo tenía aún el chuzo en mi mano cuando se apareció el otro hombre...
Isabel: Los dos hombres, hermanados en la oscuridad, en el hurto, se lo llevaron antes del amanecer mientras yo dormía un descanso inmerecido... Fernando quiso irse solo, sin avisar.
Rufina: Y él se desplomó sobre el bidón de bencina. Yo no quería hacerle daño... ¡lo juro por la virgencita de la Candelaria!
Isabel: La miré un rato y ella hizo lo mismo, como si quisiese entregarme su sentir. Entonces le tendí la mano para que subiera al balcón y le pregunté su nombre.
Rufina: Ahí nos quedamos las tres, en la penumbra de esa casa tan extraña, como unidas por un mismo suspiro. Le dí mi nombre: Rufina Ester Carvajal Sanhueza, para servirle y ella aquí es la Miriam, mi hija.
(Vuelve a la carga con su recuerdo) Es que estaba tan desesperada, yo sólo quería asustarlo, alejarlo, así cómo uno espanta un tábano, para que no destruya mi casa, que se fueran lejos... pero la sangre, la sangre brotó de su cuello y empezó a cavar en la tierra, avanzando como un río fangoso...
Isabel: A pesar de su turbamiento, me pareció entenderla... sí, tal vez sólo quería alejar el demonio... extraña coincidencia. La desesperación es mala consejera, qué duda cabe, sus palabras rinden frutos amargos... pero sólo Dios sabe por qué suceden estas cosas...
Rufina: Pero el hombre no alcanzó a verme, ni supo quien fue... tenía el chuzo aún en mi mano cuando se desplomó encima del bidón, dándolo vuelta... la sangre le chorreaba de su boca y cuello... tanta sangre... todo se puso rojo, la ventana, las cortinas... pero ya no era sangre... ¡y la Miriam gritando!
Isabel: No quedó nada, ni un trozo de tela.
Rufina: ¡Miriam, Miriam! gritaba alguien que sonaba igualito a mi. No podía encontrarla, estaba loca buscándola, su voz era cada vez más lejana... hasta que la sangre me guió, la sangre maldita de ese hombre, oscura, deslizándose como una culebra entre las piedras y las florcitas del pasto, su sangre me guió hasta ella... y encontré su manito apretando a Modesta...
Isabel: Dijeron que habían empezado a construir la tarima para el fuego en la plaza de Lima siete días antes... para su construcción se valieron de reconciliados cuyas vidas fueron perdonadas a cambio de trabajo, hasta el día que mueran... dijeron que algunos esgrimían en el cuerpo tenebrosas cicatrices.
Rufina: Yo misma le tejí a la Modesta con restos de lana, para que se durmiera con ella en las noches... son tan oscuras las noches, a veces nos alumbramos sólo con los pensamientos... quién iba a imaginar que ella terminaría apretándola en su manito, debajo de lo que quedaba de nuestra casa, aplastada por la viga partía en dos... (A Miriam) Despierta, hija, que ya estamos adentro hace rato.
Isabel: Entonces, al verla ahí, ya frente a mí, temblando de frío y tal vez de miedo, vi que traía un bulto entre los brazos.
Rufina: El otro hombre tiró por la ventana un diario empapado en bencina y lanzó adentro un cigarro encendido y me quedé como de piedra, mirando como le allegaban fuego a mi casa... ¡Las llamas tan grandes que parecían eucalipto!. Empezamos a correr antes que el fuego se tragara la casa... no quería ver como se iban al cielo nuestras cosas. Así no más quedé poh, con la misma ropa con que iba a desmalezar la huerta más tarde, cuando saliera el sol; con estos pantalones de lanilla que encontré por ahí, se me abrigaban las piernas y no me dolían tanto las várices... tanto frío este mes de agosto, poh, oiga.
Isabel: Y me hablaba de un fuego; que el fuego, el fuego y las llamas... que no quedaba nada, sólo cenizas...
Rufina: Así no ma' fue poh; me había quedado sin na', que el fuego lo había tragao toas nuestras cosas, igualito a ese tal Fernando, como ella estuvo contándome, que le habían hecho lo mismo, un pariente de ella, según entendí. Por Dios los tiempos tremendos, pensé pa' mis adentros...
Isabel: El Padre Jerónimo decía que el fuego purifica, que es luz, calor... nos cocina el alimento, nos congrega alrededor del fogón. Dios nos lo puso a nuestro conocimiento para nuestro beneficio. Pero no siempre es así... porque hace 15 años; 15 de agosto de 1639, en Lima... ya no tengo a nadie... Si yo no hubiese hablado, si lo hubiese dejado con sus palabras, como quien deja a un niño que repita lo mismo hasta que se quede dormido, él estaría conmigo ahora, ambos acompañándonos en nuestra vejez y recuerdos... en mi desesperación interrumpí sus palabras y su vida.
Rufina: Lo que es la casualidad, pensé en ese momento, mi casa también la habían quemado un 15 de agosto,... la quemaron enterita... son tan terribles las quemaduras... dejan unas marcas tan feas que es mejor no seguir viviendo...
Isabel: Dijeron, los que lo habían presenciado, que sus huesos se tornaron grises, como cenizas de papel... que se blanquearon sus dientes, en una sonrisa que se hundió en la eternidad... dijeron que el calor se expandió por toda la plaza del ayuntamiento, y que el humo y sus gritos oscurecieron el cielo...
Isabel: Ella venía de... de, no podía ni pronunciarlo, seguro que era una aldea de indios por ahí, un lugar con un nombre tan extraño, nunca lo había escuchado... tal vez venía de alguna encomienda más al sur. Seguía apretando a la criatura, dentro del ropón, de donde asomaba su mano blanca. Me sonrió por primera vez.
Rufina: Se llama Miriam... cómo la (ubicar personaje bíblico con ese nombre, ¿era la mujer de Lot?). Así le puse yo por mientras... es que no la bauticé todavía.
Isabel: Todo este asunto me parecía demasiado extraño, pero ella se aferraba con fiereza al cuerpo en sus brazos, cuya mano cada vez más blanca se abría en la penumbra de la sala. Súbitamente pensé: ¿peste?. El Señor ya me había salvado dos veces, años atrás.
Rufina: Ahí me armé de valor no más, y se lo largué a como cayera: necesitábamos quedarnos al menos por unos días. Yo sabía que ellos estaban buscándome, uno lo olfatea en el aire, si no ¿cómo, cómo nos defendemos en el campo, con tanto ladrón y pistolero que anda?, pero ni me dejó terminar y me miró como enojada, así, medio ceñuda y de brazos cruzados... ya estaba viendo que no íbamos a poder quedarnos.
Isabel: Sin pedir permiso, puso la criatura envuelta en el rebozo negro sobre la mesa, pero no se movió. Sus ojos temblaron extrañamente, y no pude sino estremecerme al pensar que esta mujer tenía una criatura que en cualquier momento podía morirse sin el sacramento. Todo su hablar era un sendero de palabras extrañas, muecas y gestos descontrolados que me hacían dudar sobre su cordura. Si no fuera por esa criatura que ella había traído, ya la habría hecho marcharse.
Rufina: Un chuzo, poh, eso que sirve para hacer un hoyo en la tierra, como una picota.
Isabel: Con que eso era, aparentemente la perseguían por robo. Cuando así se lo pregunté derechamente, me abrió sus ojos bien grandes, como si le hubiese espetado un insulto.
Rufina: ¿Y con qué me iba a defender?. Yo no tengo pistola ni escopeta, nunca hubo en mi casa, desde que se murió mi papá, que en paz descanse (se santigua). Porque no es lo mismo hacerse justicia con las propias manos si no hay quien la defienda a una... ¿Qué nos queda?. Pero otra cosa muy distinta es tomar lo ajeno, poh, sobre todo si es para trabajar la tierra, que la tierra es de todos... nos pertenece, nos alimenta y luego nos cubre pa'l descanso eterno después de haber trabajado toda una vida. Porque la casa es sólo pa' mientras... pero igual es largo el pa' mientras, a veces y es lo único que tenemos. Entonces está mal lo que ellos hicieron, cuando a mi casa le allegaron fuego. Pa' que me fuera. ¿Qué otra cosa podía hacer yo?. Como no me quise ir, me defendí poh. Sólo quería que se mandaran a cambiar, y me dejaran tranquila a mi y la Miriam. Ellos se lo buscaron, también. Así resulto ser, no más...
Con la cara que me ponía la señora mientras le explicaba, pocas esperanzas me quedaban de pasar la noche en esa casa.
Isabel: A pesar de sus palabras, reveladoras de una acción terrible, empecé a sentir compasión por esa mujer. Estaba muy inquieta, no tanto por ellos, sino por su hija. Despierta, Miriam, despierta, que ya estamos adentro, repetía, pero la niña no respondía. Me temí que todo fuese más grave de lo que ella siquiera imaginase...
Rufina: Pero yo sabía que podía sanarla, como todas las otras veces, para eso me crió una mamá mapuche... sabía todo sobre hierbas... el culén, el muérdago pa' la circulación, el tilo pa' los resfríos, el platero pa' los riñones...
Isabel: Sin pedir permiso, puso la criatura envuelta en el rebozo negro sobre la mesa, pero no se movió. Sus ojos temblaron extrañamente. No pude sino estremecerme al pensar que esta mujer tenía una criatura que en cualquier momento, ni Dios lo permita, podía morirse sin el sacramento.
Rufina: Una hija mujer acompaña tanto... en ella una puede dejarle algo para que su vida tenga más alegría que la de su madre... es como si nos fiaran un pedacito de felicidad, digo yo.
Isabel: Me acerqué al bulto sobre la mesa, y la pequeña mano se había doblado hacia fuera, como si esperase una limosna... ¿cómo podía saber yo, cuánto era cierto, cuánto era invento? ¿Sobre todo si la abrigaba la desesperación?. Estos mestizos, con sus artimañas y brujerías... ay Dios, no hubiese sido verdad, al fin y al cabo mi sospecha de que fuese bruja, con poderes para transformarse en cualquier cosa.
Rufina: Todos tenemos nuestras historias y cargamos con ellas, es cierto... las recordamos, tratando de entender por qué nos paso lo que nos pasó... y qué significó todo eso que nos pasó... supongo que para no repetir los mismos errores, para enseñarle a la Miriam, pa' que sepa algunas cosas; como que a veces no se saca na’ con la porfía, como me pasó a mí al no dejar la casa; aquí estamos ahora, sin na' y sin nadie... lo que tiene que pasar tiene que pasar no más, y entre una pasa y la otra, agarrar algo de felicidad, digo yo.
Isabel: Cuando la alumbré con la vela pude ver que la niña no respiraba y que su rostro era tan blanco como el manto de la Virgen. ¡Madre de Dios, esta criatura ya murió!. Y me quedé ahí, casi sin respirar, sin saber qué decirle o no decirle... esta mujer, que había venido desde quién sabe dónde, para socorrer a su hija... Comprendí que la muerte me miraba desde esos pequeños brazos. Sabía que iba a recibir su visita ya pronto, pero nunca sospeché que se anunciaría así... sólo pude decirle a esa madre que su hija, es decir, la Miriam... estaba mal... muy mal...
Rufina: Me quedó mirando un buen rato... como que no le salía el habla... le tomó su manito a la Miriam y la cerró, tapándosela con el rebozo, y miró así, como pal' lado... seguía callada, y yo como que empecé a sentir un escozor aquí adentro, así, como cuando una se despierta en la noche, con la pesadilla aún recogiéndose en la oscuridad... ¿Miriam?... despierta, hija... ya pues... pero no me respondía, estaba así como blanca, y en sus ojitos medio abiertos se le habían juntado dos lágrimas, pero ¿cómo no la sentí llorar en ningún momento?, y empezaron a bajarse por una mejilla y luego la otra, así, despacito, parecían dos caracolitos... pero ella no se movía.
Isabel: Me acerqué a ella, a ambas, y las abracé y así estuvimos, juntas... ella con su ropa de varón, yo con mi pollera de lana de invierno, en un instante del tiempo imposible de definir, las tres, y comencé a sentir que unas lágrimas se deslizaban por mis mejillas, bajando, hasta alcanzar su frente... hacía tanto tiempo que no había sentido el paso del agua sobre mi cara, hacía tantos años que la sequedad de los inviernos y veranos se había depositado en mi cuerpo, que me sentí como si fuésemos un manantial inagotable.
Rufina: De repente ella empezó a decir cosas que no alcanzaba a entender, como si la hubiera intruseado un pensamiento extraño. Se le veían los ojos inquietos, eso sí, como si estuviese hablándole a varias personas a la vez.
Isabel: Cuando fuese el momento, debía lavarme entera y sellarme en una tela de lino... aunque se parezca a rito marrano... por lo demás, ¿qué tiene un poco de agua sobre un cuerpo podrido? No toleraré que lo haga Eusebio... el sambo está para alimentar a los cerdos... ningún hombre fuera de mi esposo jamás ha visto mi cuerpo... que en paz descanse.
Rufina: La señora no paraba de echar lágrima y la Miriam ahí, conmigo, su carita toa mojada con mis lágrimas y las de esa señora que nos abrazaba cada vez más fuerte, como para que no nos fuéramos a escapar, como pa' decirnos que estábamos juntas, que íbamos a estar siempre juntas, como que éramos las tres una sola carne...

(“suspensión”)

No sé cuánto rato estuvimos las tres así, abrazas... me sentía harto rara... ya había amanecido y cantaban los pájaros mañaneros. Envolvimos a la Miriam en mi chal y le dejamos la pura carita descubierta. La señora le hizo unos rezos y me pidió permiso para ponerla en una cajita de madera que sacó de por ahí. Antes de cerrarla le puso sobre su cuerpo un crucifijo así, chiquitito y también como un candelabro bien boniiito, de porcelana, que sacó de otra caja detrás de un mueble. Traía para siete velas... y yo me lo quedé mirando, porque nunca había visto uno así. Me miró un buen rato y me dijo que para Dios, todo era una misma cosa.



Fin

















Author Information:Brkic Moskovic, Neda
Key Words:Dramas Chilenos. Dramas Chilenos. Siglo XX. Libretos. Obras en un acto

 

 

Cita:
Brkic Moskovic, Neda. Cenizas. Dramaturgia chilena contemporánea.



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