Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Los Libertadores Bolívar y Miranda

de Isidora Aguirre

Segunda parte

Cae un haz de luz sobre el lecho vacío de Bolívar. José se inclina, como si él estuviera allá, en trance de muerte, mientras vemos, en silueta, a Bolívar vagar por el Parque. Un sacerdote entra y va hacia el lecho. Da su bendición y se retira José y, con gestos naturales, calmados se viste con los atuendos que caracterizan a Francisco de Miranda (se le designa como Miranda cuando actúa como tal). Al quitarse la capa que usa como José, queda con pantalón ceñido, botas (las mismas que usa), camisa blanca al estilo de la época, junto con quitarse la capa se coloca una peluca blanca, con cinta negra en la coleta como se le ve en los grabados). Es decir, el único cambio es colocarse la peluca, bajo la capa ya está con el traje de Miranda, ya que tendrá que cambiar varias veces de un personaje a otro, según lo ve en su delirio, Bolívar. Miranda va hacia el sector prisión, donde la luz deja ver un rústico camastro. Se queda quieto, con un papel y pluma en la mano, en la actitud en que se le muestra en un grabado “Miranda en prisión”. Se escucha en ese momento el ruido del mar que golpea contra un malecón, y unos graznidos de cuervo. De pronto Bolívar se dirige a un extremo de la escena, toma la casaca y la espada de Miranda y va, hacia él, con actitud solemne. Miranda lo ignora.

Bolívar: (Luego de aguardar un momento) Su uniforme, mi general.
Miranda: (Continúa escribiendo, sin mirarlo). ¿Cuál de ellos?. El que llevé en Rusia, en Francia, en...
Bolívar: En su patria, Venezuela, Excelencia, cuando yo era... (Calla)
Miranda: (Lo mira, burlón). ¿Era mi “apasionado súbdito”?
Bolívar: También yo sufrí persecución y calumnias. General Miranda. (Sube el tono, apasionado) Le juro que si fuera posible desandar lo andado. Con lo que aprendí en estos años amargos, yo ... (Calla, sofocado por su emoción)
Miranda: Pero, desgraciadamente, nos dan una sola oportunidad.
Bolívar: De tenerla usted, general ¿volvería a firmar esa capitulación que tanto daño causó a nuestra patria, y a usted mismo?
Miranda: Por cierto, era necesario, Sólo que mandaría fusilar a mis representantes, los que, al agregar ciertas cláusulas, convirtieron esa capitulación digna, ¡en una vergonzosa derrota!
Bolívar: ¿Por qué no se defendió al ser acusado?
Miranda: Del árbol caído, todos hacen leña.
Bolívar: No era usted un árbol caído.
Miranda: Ni tampoco el semidiós que esperaban. Traté de actuar con cordura en un país de locos. (Observa divertido a Bolívar). ¿Qué hace ahí, rígido, con mi uniforme?. ¿Qué quiere de mí, Bolívar?
Bolívar: Que lo vista, Excelencia, y me acompañe. Sí, ya lo sé, usted murió hace varios lustros, y yo estoy en mi lecho de muerte. Sólo existimos... en mi delirio.
Miranda: (Afable) ¿Qué clase de delirio?
Bolívar: Necesito... revivir ciertos episodios.
Miranda: Ah: la segunda oportunidad. ¿Algo como un “Vía Crucis”?
Bolívar: (Con pasión) General Miranda, ¿podrá perdonarme?
Miranda: Usted decide. Es “su” delirio ¿no?. Y no lo culpo por haberme arrestado. Fuimos víctimas de un... “error histórico”
Bolívar: (Angustiado) ¡Yo instigué esa conspiración!. Es más, clamaba por su muerte. El General Monteverde, en premio por haberlo entregado, ¡me concedió un salvo conducto para escapar de Venezuela!
Miranda: Calma. Déjese vivir, Bolívar. Preocúpese más de los acontecimientos del mundo que de buscar culpas en su memoria. He ahí el secreto de la salud mental.
Bolívar: Se burla. (Rabioso tira al suelo la casaca). Siempre se burló de mí.
Miranda: Déme la casaca. En verdad, me enfermaba su tropicalismo.
Bolívar: Y yo ¡cuánto lo admiraba!. Si tenía una duda, me preguntaba ”qué habría hecho el General Miranda en este caso”. Su juicio me importaba más que el de nadie.
Miranda: (Se pone la casaca que Bolívar le ha tendido). Pero Deseó mi muerte.
Bolívar: Porque lo amaba ¡y sentí que me había fallado!
Miranda: (Siempre irónico) ”Fallado” ¿a usted, o a Venezuela?
Bolívar: (Sin atender a su ironía, continúa, con apasionamiento). Me complacía tener que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. ¡Qué porte el suyo!
Miranda: Bolívar ¡me abruma usted!. Me recuerda a mis enamoradas. Cuestión de temperamento, supongo. ¿Y, sabe?. Se necesita uno como el suyo para imponerse en un país de salvajes. Jamás hubiera yo conseguido lo que usted logró, ya que estamos por cumplidos. (Soñador) Mientras me trasladaban de una prisión a otra, me enteré de sus hazañas. Supe que dejó el destierro de Jamaica para dirigirse a Nueva Granada. Que, con un puñado de canoeros semi desnudos, remontó el Magdalena, cruzó los picachos andinos ¡y entró victorioso a Caracas!. Entré ese día con usted, créamelo. Aclamándolo, uno más mezclado al gentío que desbordó las calles. (Cambio) Y bien, Libertador ¿por dónde empieza su Vía Crucis?
Bolívar: (Alegre) Picadilly. Su casa en Londres. Tendré que vestir mi uniforme. (Sale de prisa)

Miranda se retira. Estallan los compases de una contradanza. Dos actores traen elementos salón. Un gran espejo con pié y un par de sillas doradas. Entra Bolívar y arregla su casaca ante el espejo. Una pareja cruza al fondo danzando. La música se detiene al entrar Manuela. Luce muy bella en su traje de fiesta, escote bajo, hombros descubiertos. Al colocarse detrás de Bolívar, él la ve en el espejo y se detiene en su gesto, asombrado:

Bolívar: ¡Santo Dios! Manuela... ¿Qué haces aquí?. ¡Aún no entras en mi vida!
Manuela: Siempre estuve en su vida, Bolívar... ¿o dejó usted de amarme?
Bolívar: Te amo y te necesito más que nunca, pero cuando trato de abrazarte, ¡te desvaneces! Vete, debo presentarme en casa del General Miranda. Londres, año de 1810.
Manuela: Miranda puede esperar. Si no se atreve a abrazarme, haremos el amor... como aquella primera vez, la noche en que nos conocimos.
Bolívar El baile, en Quito...
Manuela: Para celebrar su entrada victoriosa. (Retoma la música de la contradanza y la pareja que bailaba, entra y pasa muy cerca de ellos, los miran un instante y siguen). Bolívar, creo que estamos siendo observados. Invíteme a bailar. Le lancé una corona de laureles desde mi balcón ¿lo recuerda?
Bolívar: (Se inclina como invitándola a bailar, pero sin toarla). ¡Cómo podría olvidarlo!. Nunca pensé que me coronaría una diosa de verdad... ¡y tan bella!. El destino no pudo imaginar mejor premio. ¡Mi título de Libertador por una de sus sonrisas!
Manuela: Ya me habían dicho que era así de galante.
Bolívar: Esta noche, a más tardar te estrecharé entre mis brazos...
Manuela: ¡Y así de fogoso!. Olvida que tengo marido.
Bolívar: Ese inglés que ahora mismo nos vigila. Entonces, ¿esta noche?
Manuela: No creo que sea posible.
Bolívar: Pero, ¿lo deseas?
Manuela: ¿Cómo negarlo?. Lo deseo. Y mucho.

Se han quedado en primer plano, inmóviles mirándose a los ojos.

Bolívar: Quédate quieta, y cierra los ojos. (Ella obedece). Quiero amarte, ahora. Aquí. Atraigo tu cuerpo hacia el mío, te tengo ya en mis brazos. (Siguen hasta el final del parlamento inmóvil sin tocarse, sólo en la expresión del rostro. Ojos cerrados, demuestra ella que siente lo que él le dice). Mis manos están ahora ciñendo tus caderas... Ya suben, lentamente, rodean tu cintura, modelan tu cuerpo, ahora rozan tus hombros... ¡qué suaves! Ah, la tibieza de la piel desnuda... ¿Sientes mis manos acariciándote?
Manuela: Sí... Quiero más estrecho su abrazo. Más, más... sus manos son firmes, pero tan delicadas...
Bolívar. Tus labios rozan los míos, ceden al beso. Sostengo tu cabeza en mis manos, hundo mis dedos en tu cabellera de azabache... ¡Qué bello rostro, la tez es albura de porcelana!. Te amo, te amo, hermosa hembra... Palpo todo tu cuerpo entregado, tu piel suave, y tu alma hermosa... Sí, también estoy tocando tu alma. Es milagroso, y tan dulce tenerte así, ¡entregada a mis abrazos!
Manuela: Usted me enloquece ¡deténgase, se lo ruego! (Abre los ojos, suspira hondo). ¿Se da cuenta del escándalo?. Hicimos el amor en medio del salón. ¡Qué descarados!. Y en su fiesta, Libertador. Con tantos ojos vigilándonos... (Pausa. Le sonríe). Debo aprender a decir “amor mío”.

Sube  la música que se ha mantenido muy suave, Bolívar y Manuela llevan el ritmo sin tocarse, sale la otra pareja.

 

Bolívar: Esta noche, aunque el mundo ase venga abajo, dormirás en mi lecho.
Manuela: No tengo más voluntad que la suya... Aunque el mundo se venga abajo. Ojalá ocurra, para morir de tan bella muerte. ¡Juro amarlo hasta el fin de mis días!
Bolívar: ¡Me colmas, deliciosa criatura!



(Quiere tomarla en sus brazos, ella se desliza y escurre,se aleja retrocediendo como si su imagen de pronto se desvaneciera). ¡Manuela!

 

Oscuro Al volver la luz, Bolívar sigue en el mismo lugar, los actores se han llevado el espejo

Dejan las sillas. Entra Miranda.

Miranda: (Tomando familiarmente a Bolívar del brazo) Bienvenido a mi casa, “Excelencia”. (Hacia a las sillas, presentándolo a imaginarios invitados). El señor Bolívar Palacios, primer embajador de la América Hispana en Inglaterra. Un compatriota venezolano. (A Bolívar, indicando las sillas). Mi casa es modesta, pero la visita gente valiosa gente que ha sufrido persecución y cárcel por amar la libertad. Y ese es su capital.
Bolívar: Entiendo que también el suyo, señor Miranda.
Miranda: (Ríe) Y ¿qué se dice del “señor Miranda” en Venezuela?
Bolívar: Unos dicen que es un aventurero a escala imperial.
Miranda: (Hacia las sillas) “A escala imperial”, ni por haber guerreado en Rusia, sino por haber sido, “dicen”, amante de Catalina la Grande. No por servir en la revolución Francesa, sino por codearme con Napoleón. ¡Mi patria es una aldea!
Bolívar: Pero los miembros de la Junta de Gobierno, me prohibieron frecuentar en Londres al “exaltado y rebelde señor Miranda!”.
Miranda: Porque ahora, señores, tenemos Junta. Nuestra patria nace a la libertad. ¿Recuerda usted el “juramento”?
Bolívar: (Recita, con ironía) “Juro al pueblo soberano verter mi sangre por nuestra santa religión, por nuestro querido rey Fernando y por la libertad de la patria.”
Miranda: “Voilà ”: El “querido” rey Fernando en la misma frase que la libertad de la patria. Pero el señor Bolívar sólo habló ante el Parlamento inglés del yugo de España, (Ríe) ¡No entiendo cómo lo nombraron embajador!
Bolívar: Porque podía pagarme el viaje, y los gastos de representación.
Miranda: Alta sociedad caraqueña!. También yo vengo de arriba, pero hoy mi fortuna asciende a... treinta mil pesos.
Bolívar: No es poco.
Miranda: Es el precio que han puesto a mi cabeza. Con ella sobre los hombros ¡no puedo cobrarlos! Y bien ¿qué efecto produjo la dichosa Junta?
Bolívar: Se promulgó en el acto la división entre realistas y patriotas. Y los patriotas, a su vez, en moderados y exaltados.
Miranda: ¿Y la plebe, que no sabe leer ese juramento?
Bolívar: (Apasionado) ¡La integraremos!. Nuestra tarea será darles la convicción. Abolir la esclavitud: todos, negros, zambos, pardos, llaneros ¡serán ciudadanos con iguales derechos, y formarán el ejército de la patria!
Miranda: Al menos que los españoles los recluten primero... (Le sonríe). No haga juicio de mis sarcasmos. Pero, dijo usted que venía a visitarme con un propósito, “señor embajador”.
Bolívar: Como lo de la Junta es una farsa, vine a rogarle que regrese a Venezuela, ¡y proclame la verdadera independencia!
Miranda: ¡Me fusilarían al desembarcar!. Dios veces lo intenté: los patriotas me miraron como si llegara en un viaje de placer y los realistas me recibieron con sus cañones.
Bolívar: ¡Pero los patriotas de hoy lo llaman “El Precursor”!. No es un secreto que ha inspirado usted a los caudillos que hoy luchan en todo el continente.
Miranda: (Cambiando de Actitud y llevándose las sillas) Bien: se supone que usted me convence, regreso a mi patria. (Con énfasis). Julio del año 1811. Proclamo esa “verdadera independencia”... y nos cae encima el ejército español al mando del general Monteverde. Fin del primer “misterio gozoso”.

Sale Miranda llevándose las sillas. Bolívar, fatigado, se sienta al borde de la tarima. Un rumor de voces. Entra José.

José: Afuera hay unos muchachos, su merced. Aguardan su despertar para rendirle homenaje.
Bolívar: Saliendo de su letargo. ¿Homenaje?
José: Conmemoran su victoria en Boyacá, que liberó Colombia.

Se sitúan a un extremo, como fuera del recinto, tres muchachos con una guitarra y un”cuatro” (guitarra pequeña) y cantan una canción llanera dedicada a Bolívar.

(Hablando) ¡Viva el Libertador, héroe de Nueva Granada!. Va galopando en potro brioso, seguido de sus indómitos llaneros. En marchas y contramarchas, engañando, usando astucias, cruza las altas montañas ¡para hacer de la nada, grandeza!. Como el potro en el escudo. Como el tricolor en el cielo!. En el puente de Boyacá es el encuentro. Santander, Paez y Azoáegui con él. Los andes repiten el grito de victoria ¡viva Colombia!. ¡Viva, Simón Bolívar!. En Boyacá, España se derrumba...
¡Gloria al Libertador!

(Cantando)

Mírele el rostro en la paja
Mírelo, compañero:
Como a las claras garúas
En el terronal seco
Como a la garza en el junco
Como la tarde en los vuelos
Como el cocullo en el aire
Como la luna en el médano

Se han ido retirando, se mantiene lejos, la guitarra.
Bolívar permanece sentado al bode del tarima. José está junto a él.

Bolívar: José, diles que no galopaba en potro brioso, sólo montaba a caballo para entrar en las ciudades después de una victoria. Diles que iba por esas tierras, sucio, hambreado, montando una mula lerda que sufría a la par con su jinete por el endiablado sendero. Diles que iba enfermo, maldiciendo el frío de los páramos, arrepentido de mi decisión de cruzar los Andes...

Se ha puesto de pié y sale, seguido de José. Se escucha afuera la última estrofa:
De bandera va su capa
Su caballo de puntero
Baquiano volando rumbos
Artista labrando pueblos
Hombre retoñando patrias
¡Picando espuelas, tropero!


Entra ahora los tres jóvenes como soldados de tropa y se mueven, al fondo en un ejercicio de cuartel. Sus movimientos son torpes. Afuera se escuchan voces de mando. Entra Miranda seguido de Bolívar Miranda mira a los soldados y mueve la cabeza en un gesto de desaprobación.

Miranda: ¿Esto es lo que en Londres llamó usted, “un ejército patriota”?
Bolívar: Le sorprenderá su arrojo en la lucha, mi general.
Miranda: De poco vale sin la disciplina que da el entrenamiento. Usted mismo, ¿qué formación tiene?
Bolívar: (Con pudor) Mi padre era coronel de milicias de Aragua. A los 15 años me correspondía el grado de subteniente... Luego, la Junta me nombró Coronel para aquella misión en Londres.
Miranda: Su padre. La Junta. “Incroyable”... Se burlan porque se me escapan palabras en francés, y mis oficiales franceses son mal mirados. Sin embargo, todos aquí tienen puestos sus ojos en Europa. Las leyes las copian de Inglaterra, la cultura de Francia. Cuando leo mis proclamas, los oficiales criollos sonríen, los de la tropa bostezan. “Merde” (Los soldados se alejan) ¿Sabe cuantas batallas me costaron mis galones de coronel?
Bolívar: No lo tome a mal, pero ¡quisiera renunciar a los míos!
Miranda: ¿Uno de sus grandes gestos, Bolívar?
Bolívar: Le ruego que me permita entrenarme bajo su mando, Reconozco que los grados deben ganarse en la acción... O en un buen entrenamiento de cuartel.
Miranda: (Que se ha sentado al borde de la tarima, se levanta) Bien, termina el segundo misterio gozoso, “soldado” Bolívar. (Se relajan de su rol) ¿Y? ¿Seguimos con el próximo?

 

Bolívar asiente. Se quedan en un extremo y entran los soldados de tropa con la guitarra y entre ellos, Simón (Bolívar joven) como soldado. Sube a la plataforma con la armazón de caballo y empieza a hacer unas piruetas como si se bajara y montar al galope, mientras los otros cantan;

Como la brisa en las palmas
Como el águila en el ceibo
Como el cuatro en el alero
Como el toro en el rodeo...


Callan ante la voz de Miranda, que se muestra, airado:

Miranda: ¡Carajo!. ¡Qué pasa aquí? (Simón se retira con la armazón de caballo)
Un soldado Es el señor Bolívar, mi General. ¡Nadie lo aventaja en las piruetas ecuestres!
Miranda: ¡Preséntese, soldado Bolívar!. (Avanza Bolívar poniéndose la casaca del uniforme). ¿Está en sus cabales, soldado Bolívar?. ¿Qué cree que es esto? ¿un circo?. Si tiene algo que alegar en su favor, adelante.
Bolívar: Los de la tropa son en su mayoría, llaneros indómitos, señor. Montados recuerdan a los centauros.
Miranda: Y también son díscolos, insubordinados, capaces de dejar la acción para beber o apostar a los gallos.
Bolívar: Lo que quiero decir es... que sólo siguen a un jefe que sea tan diestro como ellos en su cabalgadura.
Miranda: ¿Tan diestro y “tan salvaje”como ellos ¡no es así?. Y ¿qué ocurre si un jefe realista lo supera a usted en las “piruetas ecuestres”. ¡Dejarán el ejército patriota para seguir a ese jefe español!. Bien, por esta vez no hay castigo.

Dejan sus roles en”el delirio”, se relajan, y se sientan al borde de la tarima

Bolívar: ¡Y estaba en lo cierto!. Los llaneros desertaron para seguir a ese salvaje de Bobes...
Miranda: continuemos. ¿Próximo misterio gozoso?
Bolívar: (Con algo de pudor) La acción en Valencia.
Miranda: Por cierto: su heroico comportamiento... Soldado Bolívar (Bolívar se levanta y se cuadra, volviendo a tomar su rol). Su acción en el motín e la localidad de Valencia fue, digamos, osada, intrépida. ¡Qué carajo!. Se comportó usted como un suicida.
Bolívar: ¿Es una falta?
Miranda: No necesito héroes, necesito soldados “vivos” y eficientes. ¡Por qué se arriesgó de esa manera?
Bolívar: (Luego de un silencio, vacilante). Tal vez no lo comprenda. Deseaba que se sintiera orgulloso de mí.
Miranda: No sea infantil. Si se ofendió por aquello de ganar los galones sin batallas, consiguió su objetivo. En una sola acción recuperó sus galones... “Coronel Bolívar”. Felicitaciones:
Bolívar: Gracias. (Se cuadra, y agrega en un tono íntimo). Créame que hablo con la verdad: me importa que se sienta orgulloso de.... “su discípulo”. ¿Puedo considerarme como tal?. ¡De usted hay tanto que aprender!
Miranda: Vamos... me derrota con su gentileza. ¿Aprender, qué?
Bolívar: Entre otras cosas ¡la mesura!. ¡Su increíble dominio de sí mismo!
Miranda: ¡Usted y sus cumplidos, Bolívar! El dominio de uno mismo no se adquiere en unos cuantos meses de entrenamiento. A mí, al menos, me costó 60 años, bien vividos. (Con picardía) “Sesenta y cuatro”. Alteré la cifra en mis documentos Pero, digamos que ese dominio lo posee usted ante el peligro. Y “la mesura”... me temo que jamás llegue a adquirirla. (Paternal) Sí, me agrada tenerlo como discípulo, Bolívar. Es más, usted es aquí el único oficial de quien espero algo. (Detiene con el gesto un impulso afectivo de Bolívar). ¡Por favor no me lo agradezca!. ¡Ni me diga que me ama!
Bolívar: (Contiene apenas su emoción) Y ¿qué espera de mí, general Miranda?
Miranda: Ah, ¡entramos en los grandes temas! (Se instalan ambos en el borde de la tarima). América está ante nosotros como un niño por nacer. O más bien como un niño malcriado que ha recibido el peor de los ejemplos. Doblo su edad, Bolívar. Cuando mi vida se detenga, usted tendrá que seguir adelante. ¿Sane de qué le hablo?
Bolívar: ¡La unión de estas repúblicas!. Un sueño que será realizado ¡se lo juro!. ¡Un sueño en el que yo creo!
Miranda: Bien. Pero antes de pensar en la unión, debemos pensar en la “organización” interna de los países. He ahí una tarea ingrata. Temo que tropiece con el peor de los escollos, con el peor enemigo del hombre... ”el hombre”.
Bolívar: (Apasionado) ¡Entiendo!
Miranda: Aún no. Cuando lo entienda, será con mucho dolor. Hay que dominar las malditas divisiones: por una parte, los “conservadores” que desean seguir gobernando con los mismos vicios de quiénes los tiranizaban. Por otra, los que quieren llevar a cabo la verdadera revolución. Entonces, las energías se gastan en luchas intestinas y no en la formación de un gobierno fuerte. Y sobre todo, Bolívar... ¡desconfíe de los generales victorioso!
Bolívar: ¿Quiere decir que son ellos los llamados a gobernar?
Miranda: Tienen el prestigio, pero no saben de leyes, ni de instituciones. No lo bastante para guiar una república. Dijimos que para guiar a los llaneros indómitos se precisan generales “tan salvajes” como ellos. Cuídese de esos generalito. El poder los emborracha y se tornan peligrosos. (Se levanta) En qué estábamos? Ah, sí: recuperó su grado de Coronel.
Bolívar: (Se levanta, sin decidirse a entrar nuevamente en el juego). ¡Ojalá no fuera una ilusión!
Miranda: ¿Qué dice?
Bolívar: creo que jamás me habló usted así...
Miranda: Claro que lo hice. O bien intuyó usted mi pensamiento. Sí, de ese modo ocurrieron las cosas. (Con reproche) ¡Deje ya de atormentarse!. Más de una vez le demostré mi estimación. No olvide que fui su maestro. Y para quién lleva mucho camino andado, recibiendo en buena o mala forma las enseñanzas de la vida, es grato hallar un bien discípulo. Un excelente discípulo.
Bolívar: (Aire ausente) Sí. Eso lo dijo en una ocasión.
Miranda: Ya lo ve: en esta segunda oportunidad que nos brinda su delirio, hemos llegado a entendernos. ¡Uy! basta por ahora. Descanse. (Se quitas la peluca y va hacia el dormitorio, poniéndose su casaca, como José)... Señor, es hora de su medicina

José se inclina sobre el lecho, luego sale de escena. Se escucha un música romántica: entra Manuela en tenida casera, cepillando su cabello. Trae Una carta, pluma y tintero.

Manuela: (Leyendo la carta) ¡No más, hombre por Dios!. ¿Cree usted que después de ser la predilecta del General Bolívar... ? (Calla al ver a Bolívar. Le sonríe y explica): Mi esposo me ha escrito y le estoy contestando.
Bolívar: ¿”No más hombre por Dios?”. ¿Sin un querido James?” o un “estimado mister Thorne”?
Manuela: Me pide que lo deje a usted para regresar a su lado. (Lee la carta que ha escrito) Respondo: “Cree usted que después de ser la predilecta del general Bolívar por más de siete años, con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la esposa del Padre, del Hijo, o del Espíritu Santo?. ¿Me cree con menos honra por ser Bolívar mi amante y no mi esposo?. Sepa que no vivo con preocupaciones sociales, inventadas para torturarse mutuamente. ¡Déjeme usted, mi querido inglés!. O si quiere, volvamos a desposarnos, pero... ¡en el cielo!. Llevaremos allí una vida angelical. Es decir ¡monótona.
Bolívar: (Con reproche) Manuela... (Se le acerca, ella se aleja)
Manuela: (Sigue le yendo) Monótona. En amores, quiero decir. Porque ¿quiénes son más hábiles que los ingleses en el comercio, o en la marina?. Pero el amor les acomoda sin par, la conversación, sin gracia. Formalidades divinas. Pero ¡qué mal lo pasaría yo en el cielo!... O en Inglaterra. No, jamás volveré con usted, pues, (Mira a Bolívar) ¡estoy amando a otro!. No ha impedimento más fuerte que ése. Su invariable amiga... Manuela. (Sale de escena)
Bolívar: ¡Manuela! (Intenta ir tras ella, se desanima.)

Ha entrado Miranda. Bolívar, ausente, aún preocupado por Manuel, luego reacciona y arregla su casaca

Bolívar: Creo que empiezan “los misterios dolorosos”.
Miranda: Falta su brillante actuación en aquel Jueves Santo, el día del terremoto, Abril, 1812.

Miran ambos hacia la Plataforma que se ilumina, ellos quedan en penumbra. Música religiosa.Un cura, junto a la escala de cuerdas, alza un crucifijo y se dirige a unas personas que se ven al fondo en silueta:

El cura: ¡Un castigo como el de Sodoma y Gomorra!. ¡Arrepentíos... todos de rodilla!. Habéis insultado a vuestro rey con esta rebelión y el brazo del Altísimo cae, iracundo, sobre vuestras cabezas!. Hay miles de muertos, la ciudad de Caracas, en ruinas... ¿no es ésta catástrofe de la naturaleza un claro signo de la cólera divina?

Entra de prisa Simón (Bolívar joven), y trepa por la escala de cuerdas.

Simón: (Voz vibrante) ¡Ciudadanos!. ¡Demasiado tiempo nos han tenido sometidos, escudándose en un dios que sólo se cuida del rey de España!. Un Dios que está de parte de los poderosos y de los tiranos. Os juro que si la naturaleza se opone a nuestros designios ¡lucharemos contra la naturaleza hasta doblegarla!
El cura: ¡Hereje!. Los soldados que envió el rey no fueron castigados: se encuentran en la región que no sufrió daño. Y aquí, donde están los rebeldes, ¡sólo hay muerte y desolación!

(Se pierde su voz al subir la música religiosa que se mantenía en sordina) Oscuro en la plataforma. Luz sobre miranda y bolívar, sigue la escena interrumpida:

Miranda: En verdad, Dios parecía estar de parte del ejército español... ¡Cuántos desertaron de nuestras filas, creyendo en aquel castigo!. (Pausa. Entrando nuevamente en el juego de la evocación del pasado). Año de 1812, año funesto, Coronel Bolívar...
Bolívar: (Se cuadra) Mi General, escucho sus órdenes.
Miranda: Me preparo para combatir al general español, Monteverde. El país está infestado de realistas, unos en armas, otros, aguardando en las sombras nuestra derrota.
Bolívar: ¿Aguardando en las sombras?. ¿Se refiere acaso a algunos oficiales patriotas, prontos a traicionarnos?
Miranda: Hay, por desgracia, muchas deserciones, Los negros no saben aún a quien seguir. Y lo más grave, los desertores pasarán a engrosar las filas realistas. Coronel Bolívar, irá usted con una pequeña dotación, a vigilar la fortaleza de Puerto Cabello. Hay allí prisioneros españoles que podrían alzarse.
Bolívar: ¿Vigilar una fortaleza con prisioneros?. ¡Esperaba entrar en acción en sus filas, mi general!
Miranda: “Generalísimo”. No se lo hago notar por vanidad, sino para que comprenda mi enorme responsabilidad. La situación no sólo es confusa, ¡es grave!
Bolívar: ¡Una misión pasiva mal se acomoda de mi temperamento!
Miranda: Su temperamento, ¡joder!. Las órdenes no se discute, Coronel Bolívar. Lo que importa ahora, no son los actos de arrojo, sino la acuítela. Controle pues, su temperamento, y parta sin delación, y vigile día y noche la fortaleza. No podemos perder esa plaza.
Bolívar: (Angustiado). ¡Tendré que estarme ahí, sin hacer nada, mientras usted se enfrenta a Monteverde!
Miranda: (Airado). ¡Cuídese mucho de “estar ahí sin hacer nada”, Coronel Bolívar!.

(Da vuelta la espalda a Bolívar mostrando su desagrado y se retira)

Bolívar, saliendo del rol de la evocación, se sienta en el borde de la Plataforma. Música que anuncia a Manuela. Esta vez entra leyendo una carta que ha recibido. Él la mira, desconcertado.

Manuela: (Riendo) ¡Una carta suya, Bolívar!. Acaba de llegar. (Se instala, coqueta, a los pies de Bolívar, le tiende la carta). Se adelantó al correo, así es que ¡por favor léamela usted mismo!
Bolívar:
(Desconcertado, vacila, luego empieza a leer). “¡Mi encantadora Manuela, todo en ti es amor. También yo me consumo en esta fiebre que nos devora.” (Para sí) Es la verdad. Aunque la frase no es muy feliz.
Manuela: Ahórreme los comentario. Continúe,
Bolívar: Resulta incómodo leer a su destinataria lo que se ha escrito en un momento de exaltación amorosa... Hay pudor en decir en voz alta lo que se escribe...
Manuela : Lea.
Bolívar: (Obedeciendo) “Me pides que te diga que no quiero a nadie. ¡Por Dios!. A nadie podría amar pues el altar que habitas jamás será profanado por otro ídolo.”
Manuela: ¡Cínico!. ¡Adulador!. Frases Bonitas para ocultar sus pecados. Mire lo que hago con su carta. (La rompe) Sí, señor, no faltó la buena amiga que vino a decirme: “por lo mucho que te estimo. Manuelita, te prevengo que tu Bolívar... (Acercándose, furiosa a golpearlo). ¿Cómo se llama esta vez?, ¿Julia, María, Bernardita?, ¿Cuántas van ya?
Bolívar: (Sujetándole las manos) Calma, hermosa fiera. ¡Sólo a ti puedo amar!
Manuela: ¡Miente!. ¡Quisiera matarlo!. (Intenta arañar su rostro, luchan, caen al piso, entrelazados, él siempre reteniendo sus manos)
Bolívar: Escucha: sólo tengo otras mujeres cuando me dejas para volver con tu inglés.
Manuela: (Deja de luchar, llorosa). Y yo que sólo vivo para usted... y para amarlo. Presente o ausente, ¡lo es todo para mí!. (Él la mira, incrédulo, ella se abandona en sus brazos). Siempre salgo en su defensa, no he llevado el uniforme de oficial para presumir ¿no? (Él, conmovido, la acaricia). Si alguien trata de manchar su nombre, esgrimo la espada, y si muere... ¡le juro que seguiré luchando en defensa de sus ideales!. Ay, mi Bolívar ¡no se me muera usted nunca!. Porque tendría yo que matarme... Quizá lo haga como la reina de Egipto, mordida por una víbora.
Bolívar: ¡No hables de morir! (Repite la frase de la carta con énfasis). “¡Mi encantadora Manuela, todo en ti es amor!” (Compases de música, suave). Dime que no estoy soñando, que ¡al fin te tengo en mis brazos!

Al tomar conciencia de tenerla se rompiera el hechizo, Manuel se desliza de su abrazo y
sale retrocediendo, se desvanece su imagen en las sombras.
Entra Miranda por un costado y se sitúa en parte delantera, mirando hacia público. Bolívar
se levanta y queda a su espalda, inmóvil, expectante.
Miranda tiene en sus manos un papel (parte de guerra)

Miranda: Cinco de Julio de 1812: celebro con mis oficiales el primer aniversario de la Independencia de mi patria. Me entregan el parte de guerra que me envía el Coronel Bolívar desde Puerto Cabello. El parte dice...
Bolívar: “Excelencia, uno de mis oficiales se apoderó a traición de la fortaleza, uniéndose a los prisioneros españoles, y desde allá dirige los cañones contra la guarnición del Puerto. Si Vuestra Excelencia no ataca enseguida ¡perdemos esta importante plaza!
Miranda: “Venezuela est blessée au coeur”, herida en el corazón... (Hablando hacia imaginarios oficiales). Señores, esta parte de guerra es una muestra de lo que sucede en todo el país: sublevaciones, deserciones, traición, ¡el caos!. El parte del Coronel Bolívar tiene fecha 1 de Julio, y estamos ya a 5. Y el sol se ha puesto. Veremos qué se puede hacer mañana. Pueden retirarse.
Bolívar: (Siempre a sus espaldas) Y no se dio usted el trabajo de leer la carta que le envié luego desde Caracas.
Miranda: (Se vuelve, lentamente hacia él) La leí. Pedí usted una tregua, porque la vergüenza le impedía mirarme a la cara... ¿Cómo cree que me sentí al leerla?. Me desplomé en el sillón de mi escritorio y le escribí: “Querido amigo, estas cosas nos enseñan a conocer a los hombres...”
Bolívar: Su carta decía: “Estoy aprendiendo a conocer a los hombres”, y no escribió “querido amigo”, sólo Bolívar, a secas. No sabe cómo me hirió eso de estoy aprendiendo a conocer... Se refería a mí ¿verdad?
Miranda: ¡Por supuesto que no!
Bolívar: Porque Le fallé al perder Puerto Cabello!
Miranda: Dejemos Eso de “me falla usted, le fallé yo”... “Merde”
Bolívar: Puso en mí su confianza y no supe responder. (Se quiebra) Estuve cinco días esperando los refuerzos. Luego partí a Caracas, furioso conmigo mismo...
Miranda: Y yo pagué las consecuencias de su furor.
Bolívar: En Puerto Cabello, después de tomar un baño de mar, me sentaba a contemplar la puesta de sol: estallidos de luz, fuegos fatuos, el cielo incendiándose, los púrpuras y los corales, y de pronto ¡la oscuridad!. ¿Le sorprende que le hable de las puestas de sol en Puerto Cabello?. Es que las miraba cada tarde, rabiando por no estar a su lado combatiendo al general Monteverde, Entonces, tronaron los cañones de la fortaleza. Le pedí auxilio en un parte de guerra. El que al parecer le llegó con retraso. Pero sólo supe entonces que no había respuesta. Desesperado partí a Caracas... y allí me dan la noticia de su capitulación “vergonzosa”.
Miranda: ¿No pasó por su mente el que se tratara de una “vergonzosa calumnia”?
Bolívar: (Encogido y avergonzado, balbucea)... de su capitulación y de la masacre de soldados patriotas como consecuencia, y de usted, en el puerto de la Guayra, a punto de embarcarse con un baúl con oro para pasar bien sus últimos... (No puede continuar)
Miranda: Bolívar, ¡de pié!. Parece usted un hombre de rodillas. Escuche, eso de “aprendiendo a conocer a los hombres”, lo escribí por el oficialito que lo traicionó a usted en Puerto Cabello, y por todos los que se pasaban a las fuerzas enemigas. Jamás puse en duda su valor, menos aún, su lealtad. (Bolívar inicia una retirada). Aguarde (Lo detiene con el gesto). Hay que ir hasta el fin. De otro modo de nada le serviría su “Vía Crucis”.

Bolívar vacila un instante luego se dirige a sector dormitorio y se deja caer en la mecedora, Miranda quitándose la peluca y casaca, en su personajes José se le acerca.

Bolívar: José, ¿recuerdas ese aire limpio, puro de la sierra? (Se ilumina la Plataforma de las evocaciones y suben dos campesinos y Simón (Bolívar Joven) cubierto con una vieja ruana). Estamos en los faldeos, dejamos atrás el calor agobiante de los llanos. El frío se soporta mejor. Esos hombres mechudos, bondadosos... José... íbamos hacia Nueva Granada.
José: (Junto al lecho como si desde ahí le hablar a Bolívar enfermo). Sí, señor. Camino de Boyacá, encontramos a dos llaneros. Uno se llamaba Iza...
Bolívar: El otro Barrantes. Cayeron los dos en el ejército de la Gran Colombia.

Oscuro sobre Bolívar y José, pasa la escena a la Plataforma,

Llanero 1: queríamos hablarle a su merced. (se miran, intimidados)
Llanero 2: bueno, que aquí lo hemos visto, mi general... así...
Llanero 1: mal trajeado, mal comido. mi nombre es iza...
Llanero 2: barrantes, para servirlo. háblele usted, compadre.
Llanero 1: queríamos formar parte de su revolución, general bolívar.
Simón: en un país llamado inglaterra, aprendí que la plebe participa en el gobierno, aunque haya un rey. La gente humilde, los campesinos, pueden pensar por sí mismos, son consultados a través de la votación para elegir a las autoridades. Si quieren enrolarse, han de saber que es lo que está en juego.
Llanero 1: (cuadrándose) lo que usted diga, mi general.
Simón: luchamos por la libertad de los países, pero sobre todo por la libertad del hombre. (Indicando). ¿Ven esos páramos? hay que cruzarlos. Son peligrosos, muchos no regresan.
Llanero 1: entonces ¡de allá somos, carajo!. ¡No vamos a permitir que su merced se nos quede “emparamado” en los hielos!


Oscuro en la Plataforma. Sube la luz en el sector prisión. Ahora José, como Miranda, está recostado en el camastro. Bolívar va hacia él llevando su casaca y un sable.


Miranda: (Que escribe, lo mira). ¿Qué hay?
Bolívar: Será breve... (Le tiende casaca y sable)
Miranda: Será lo que fue, Bolívar.

Toma casaca y sable y los deja sobre el camastro. Se levanta y camina unos pasos junto a Bolívar. Se detienen.

Bolívar: (Aire ausente). Cuando firmamos un armisticio para salvar vidas, ¡nos tachan de cobardes!. Si empleamos la autoridad para proteger una revolución, ¡nos llaman dictadores!. Luchamos para liberar a los hombres, pero ellos hacen mal uso de esa libertad. (Se desplazan en silencio. Luego se detienen. Bolívar parece angustiado). ¿Qué podemos hacer, General Miranda?
Miranda: Seguir adelante. (Le sonríe). ¿Qué otra cosa?
Bolívar: Después del arresto ¡lo seguí admirando!. Supe que en aquella apestosa cárcel siguió usted amando la vida.
Miranda: Mis leales amigos no me abandonaron. Estaban siempre preparando mi fuga.
Bolívar: Y siguió usted participando de los acontecimientos, atento a lo que ocurría en su patria que tan mal lo había tratado, escribiendo cartas para influenciar a otros países a favor nuestro. Continuó la lucha sin perder nunca la fe, su maravillosa fe en sus ideales de libertad, de igualdad, y más que nada ¡en la unión de nuestras repúblicas!. ¡Qué gran lección nos daba a los que habíamos reído en las calumnias que lo tenían en esa horrible prisión! (Pausa). Supe que estaba a punto de huir cuando lo derrotaron esas fiebres
Miranda: La fe... es importante, Bolívar. Nunca deje de creer en los hombres. (Con malicia) Pero ¡cuidado!. Nunca deje de “desconfiar” de ellos... (Pausa) Bien, vamos al último misterio doloroso. (Habla rápido, como resumiendo al repasar los hechos). Luego de firmar aquella capitulación que viciaron mis edecanes, me dirijo al puerto de la Guayra. Mi barco espera en la rada. Llega usted, furioso, desde Caracas y... corríjame, si me equivoco, pide que me fusilen. Pero los oficiales le aconsejan que nada más proceda a arrestarme... Usted...
Bolívar: (Corta, y exclama con pasión) ¿Yo...?, ¿qué?, ¡No, general Miranda!. Yo no. ¡Nada queda en mi de ese pretencioso oficialillo que quería “salvar a su patria”, oi su honor... o satisfacer su rencor ¡inmolándolo a usted!. (Desde hace un momento Simón, desde la Plataforma, observa y escucha. Al verlo de pronto, Bolívar se levanta y lo señala con el dedo). ¡El lo hará por mí!.

Le hace señas a Simón para que se acerque, él desconcertado, obedece. Bolívar se quita la casaca y le indica a al joven que se la ponga.

Bolívar: (Con sorna) Vamos, oficial Bolívar... perdón, olvidaba los galones de coronel obtenidos en su corajuda acción en Valencia... (Miranda observa divertido la escena). ¡Mi juventud me mira y no me comprende!. No me reconoce, ni yo lo reconozco. (En tono de burla a Simón). ¿Recuerdas las esplendorosas puestas de sol en Puerto Cabello, odiando al Generalísimo que no te dejó luchar en sus filas?. Bien, con ese rencor ¡vaya arrestarlo!. (Lo empuja levemente). ¡Hágalo!. Aseguran que traicionó a su patria, y es su deber arrestarlo.

Simón, casaca en las manos, lo mira atónito, y no se mueve.

Miranda: Usted Y sus grandes gestos... Bien, habrá que ir hasta el final.

Se levanta, recoge de algún lugar un pequeño farol, y se dirige hacia un rincón del escenario, al fondo. Se quita la casaca y dobla y coloca como almohada, creando una cama, y  se acomoda para dormir. Deja el farol y el sable junto a él.

Miranda: (Relata, con voz tranquila, alzándose algo, apoyado en un codo). Me sentí frustrado, pero libre de culpa, pues zarpaba a la amanecida junto con mis oficiales, según los términos de una capitulación honorable. Se trataba de un tregua para reponer fuerzas ante la crítica situación por la que atravesaba Venezuela. Ignoraba entonces que mis representantes ante el general. Monteverde habían tergiversado el sentido de las cláusulas. La víspera embarcaron a bordo de mi barco, el Saphyre”, un baúl con oro destinado a la compra de armamentos, imprescindible para que el ejército patriótico pudiese reanudar la lucha. Mi anfitrión en el Puerto, me urgía para que zarpara aquella misma noche: quizás estaba al tanto de las dichosas calumnias. Noté su nerviosismo durante la cena, pero lo atribuí a la caótica situación de nuestra patria... (Recuesta su cabeza en la almohada, deja el pequeño farol encendido junto a él)
Bolívar: Su última cena, general Miranda. Judas acechaba en las sombras, cargándose de odio, como si fuera su deber, a fin de tener el valor de arrestar qa su amado, a su admirado maestro. (A Simón que sigue inmóvil). Vamos Coronel Bolívar!. Ya amanece en la Guayra... es la hora...

Permanece quieto a un costado observando la escena siguiente...
Simón avanza, como un autómata hacia Miranda. El resonar de sus botas despierta a Miranda que se ha dormido. Se incorpora a medias

Miranda: (Restregándose los ojos). ¿Es usted, Soublette?. No veo ni un carajo. ¿Dónde está esa maldita linterna?. ¿Acaso es ya hora de embarcar? (Ha tomado la linterna y las alza, iluminando el rostro de Simón, murmura). Ah, es usted.
Simón: (Voz sorda) Su espada. Está usted arrestado. (Aclara su voz) Su espada. Es usted mi prisionero.
Miranda: ¿Su prisionero?. Ah, ya entiendo: “bochinche” otra vez. Es lo único que saben hacer en este país.

Se incorpora, se pone su casaca, le indica a Simón, para humillarlo, que recoja la espada. Salen de escena, Simón se retira con el sable y el farol. Miranda se quita sus atuendos para volver al rol de José.
José se acerca al lecho que ha estado todo el tiempo con una pequeña luz, donde se supone yace Bolívar moribundo. Bolívar, vaga por el espacio Parque.

Bolívar: José...
José: ¿Diga, mi señor?
Bolívar: Nunca arreglaste los pasaporte para viajar a Jamaica.
José: (Afectuoso, como hablando a un niño). ¿Desea regresar a la isla donde sufrió su destierro, hace ya tanto?
Bolívar: Isla de Jamaica, año de 1815. ¡Hermosos tiempos, José!. Tiempos de obligado reposo y reflexión. Me sentía tal el escultor ante el bloque de piedra sin devastar, imaginando perfecta la obra terminada. El nexo con España, cortado definitivamente, José. ¿Me estás oyendo? (José asiente). Escribí cartas y más cartas, explicando al mundo lo que éramos, pidiendo el apoyo de las naciones fuertes. Cuando el Estado es débil, los hombres vacilan, las pasiones se desatan. Surgen las divisiones ¡y el enemigo aprovecha para sacar ventaja! (Pausa) Jamaica, año de 1815: La historia de América era como una pagina en blanco. (Empieza suave, una música). ¿Me puedes oír, José?
José: (Inclinándose algo más, junto al lecho). Aquí estoy, junto austed señor, lo escucho perfectamente.

Entra Simón, esta vez viste como una estatua, con pátina en la ropa, y rigidez en su actitud. Trae un pergamino y una pluma de la época en su mano (como fijo en el gesto de escribir su famosa “Carta de Jamaica”). Otros actores entran nuevamente con sus atuendos de estatua y se quedan al fondo, o se ven atrás en silueta. Bolívar sigue, parte delantera ya un costado del espacio Parque.

Bolívar: Era el comienzo. ¡Nada podía predecirse aún sobre el destino de nuestros países. “Éramos entonces, como un pequeño género humano. Poseíamos un mundo aparte...
Bolívar: "un pequeño género humano. Poseemos un mundo aparte, cercado por los mares. Somos nuevos en casi todas las artes y las ciencias, aunque viejos en los usos y costumbres de una sociedad...”
Bolívar : “Climas y situaciones diversas dividíannuestra América”...
Bolívar: ... diversas dividen nuestra América, pero ¡qué bello sería instalar un congreso en el Istmo de Panamá. Un Congreso que representara nuestra repúblicas!. Donde se discutieran asuntos de la justicia y la libertad, de la guerra y la paz”...
Bolívar:... “con todas las naciones del orbe, Jamaica, año de 1815”.

Se desata un ambiente onírico como al inicio y junto con los murmullos y silbidos, (frases dichas en sordinas, como si las estatuas repasaran sus frases célebres”, Manuela, Hipólita y Simón Rodríguez se sitúan al pié del lecho donde José está inclinado. Bolívar permanece en su lugar desde donde a intercalado parlamentos con Simón. Un silencio.

Bolívar: General Miranda ¡yo tomé su puesto!... ¿Quién tomará el mío?

Retoma el montaje de sonidos. Sube la música incidental. la luz baja lentamente hasta el oscuro

Fin de la obra


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