Dramaturgo / Isidora Aguirre  

 

 


Manuel Rodríguez

de Isidora Aguirre

Segunda parte
Escena I
La huida de Marcó
Sonido: Mar, gaviotas. Entran Marcó y Lazcano, el cochero repara una rueda de calesa.

Lazcano: Cálmese, Señoría, sus baules ya fueron embarcados.
Marcó: ¡Qué baúles, ni qué coño!. ¿Y mi persona?. Sí, ya lo dijo: ¡no pudo esperar por mí esa cabrona fragata!. Y no me repita "que me calme", Lazcano: ¡sólo consigue aumentar mis nervios!
Lazcano: Otra fragata lo aguarda en el puerto de San Antonio, Señoría. (Al cochero que repara una rueda). ¡Aprisa, buen hombre!
Cochero: El buen hombre no está dispuesto a destrozar su calesa.
Marcó: Y esa fragata en San Antonio... ¿aguardará?
Lazcano: Sí, Su Señoría. ¡Cochero!. Aquello que se divisa ¿es el mar?
Cochero: ¡No es una posa...!
Lazcano: Es el mar, Su Señoría. (Al cochero). ¿Estamos ya en el puerto?
Cochero: (Burlón) El mar no es el puerto, "sus señoronas"...
Marcó: ¡Despida a ese cochero imbécil!
Lazcano: No sería oportuno...
Cochero: Los caminos están malos: "Sus Señorías", tendrán que seguir a pié. (Sale el cochero)
Lazcano: Cochero... espere...
Marcó: Regrese, ¡en nombre del rey!. Quiero decir... (Suspira, soba sus pies quejoso). ¡Lazcano, estos guijarros me están matando!
Lazcano: (Lo hace subir, ridículamente, sobre su espalda. Indica ha­cia afuera). ¿Ve aquel esquife?. En él alcanzaremos la fragata.
Marcó: ¿Alcanzarla? (Bajando, indignado). ¿Significa que no está anclada en la bahía?. ¿Que aquello que se divisa allá lejos no es una gaviota sino la vela de la cabrona fragata?
Lazcano: No lo mencioné hasta no hallar un medio de alcanzarla...
Marcó: (Indica) ¿A ese montón de tablas podridas llama usted "un medio de alcanzarla"? (Se deja caer al suelo, lloriqueando). ¡Si a algo temo más que a la muerte, es a un naufragio!...
Lazcano: La mar está tranquila, como una taza de leche.
Marcó: Pues, ¡bébasela usted...! (Lazcano lo mira, ofendido). ¡Esto es sinies­tro, Lazcano!... ¡Volvamos a la capital!. (Se levanta)

Se oye un toque de clarín, ambos miran hacia afuera.

Lazcano: Demasiado tarde. Creo que vienen a prenderlo, Su Señoría.
Marcó: (Huyendo por un extremo) ¡Hostias!...
Lazcano: (Hipócrita) No tema... sabré defenderlo...

Sale, desanimado, por el costado por el que se escuchó el clarín.
Escena 2
En el Palacio de Gobierno
Manuel entra, aguarda: entra el general San Martín.

Manuel: ¡General San Martín!
San Martín: Bienvenido al Palacio "Comandante".
Manuel: ¿Comandante?
San Martín: Su nuevo rango... Don Bernardo, a quién reemplazo mientras él asume como Director Supremo, y yo mismo, ¡lo felicitamos por su bri­llante desempeño durante la "resistencia"!. (El agradece con el gesto). Y bien, ahora es nuestro deseo que se traslade cuanto antes a Colchagua, zona rica en trigo y ganado. El ejército debe abastecerse para combatir a los realistas que se rehacen en el Sur. Su tarea será expropiar tierras, gana­do, y cobrar impuestos a los terratenientes que cola­boraron con Marcó.
Manuel: (Impactado) General San Martín. ¿sabe lo que eso significa?.
San Martín: Lo sé... Pero nadie mejor que usted que estuvo en Colchagua en estos años sabe quiénes colaboraron y quiénes permanecie­ron leales. ¡Es un sacrificio que le pide la Patria!. Uno más, comandante.
Manuel: (Luego de un silencio) A la patria no es posible negarle nada. (Pausa) ¿Puedo llevar a mi gente?
San Martín: ¿Su gente?
Manuel: (Con orgullo) Mis montoneros, General. (San Martín calla). Necesitaré ayuda, y ellos ¡necesitan de mí!
San Martín: Ya veo... Quizá, entrenándolos llegarán a ser buenos soldados.
Manuel: Perdone, pero ¡son muchísimo más que "buenos soldados"!
San Martín: Comprendo. Pero antes hay que enrolarlos. (Se lleva la mano a la frente, fatigado) Excúseme... mis dolencias me obligan a retirarme... (Estrecha su mano, luego se vuelve al retirarse para decirle:). En cuanto a "su gente". Se procederá en todo con las formalida­des del caso.
(Se retira)
Manuel: (Murmura molesto) "Con las formalidades del caso"...

Sale
Escena 3
Marcó deportado
Entran Marcó y Lazcano:

Marcó: ¡Indigno, Lazcano!... San Martín me recibe en el Palacio... ¡mi palacio!, con la mayor frialdad. Le presento mi espada diciendo: "la rindo ante un digno adversario". Comenta el cretino: "¡mejor se queda donde está"!. Me enseña un bando en el que se pone precio a la cabeza de Rodrí­guez. Le digo "es asunto de San Bruno". A propósito ¿dónde se metió aquel?.
Lazcano: Fue hecho prisionero en Chacabuco. Estaba junto a un cañón, y no se retiró, dijo, "porque era su deber tomar el puesto abandonado por el cañonero".
Marcó: Víctima de su cabrona disciplina... ¿Que le harán?
Lazcano: Ya se lo hicieron: fue fusilado en la Plaza.
Marcó: ¡Cómo sería aquello!
Lazcano: Macabro. San Bruno oraba. Los fusileros, nerviosos, erraron el blanco: mataron a uno del público antes de darle a él.
Marcó: Macabro, en verdad. Y bien, mi fiel Lazcano, ¡nos han depor­tado a la Argentina!. Otro país de palurdos.
Lazcano: A mí no me deportaron, Su Señoría... (Con un saludo cortés). Que tenga usted buen viaje...
(Se aleja)
Marcó: Lazcano...

Sale tras él, desconcertado
Escena 4
Un cuartel en Santiago

Una mujer del coro: (Anuncia)

Coplas para Manuel
(
Cantando)
Ya empezaron los problemas
¡debes cuidarte,
Manuel
Sólo pesan las palabras
de los que tienen poder

Otra mujer: Quitarle las tierras al rico es asunto peligroso y lo menos que se arriesga ¡es un triste calabozo!
Ambas en coro: ¡Te lo advertimos, Manuel... ! (Salen)

Entra Manuel, excitado. Luego el Coronel De la Cruz.

Manuel: Perdone Coronel De la Cruz que me presente de improviso, ven­go de Colchagua, quise hablar sin tardanza con el Direc­tor.
De La Cruz: El me encarga que lo atienda, Comandante Rodríguez.
Manuel: Ah... el señor O'Higgins no desea verme, ¡luego de enviarme esta car­ta! (le pasa la carta). ¡Me destituye así, sin más!. ¿Sabe él lo que significa lidiar con terratenientes soberbios que se creen due­ños del país? (Pausa). Hubo quejas, supongo.
De La Cruz: De exce­derse en sus atribuciones.
Manuel: Pro­ce­dí en forma estrictamente legal.
De La Cruz: (Conciliante) Don Bernardo piensa que, dentro de lo legal, con­viene usar cierto criterio...
Manuel: En suma... ¿de qué se me acusa?
De La Cruz:  De no distinguir entre los que colaboraron con el régimen de Marcó y los que se mantuvieron leales.
Manuel: ¿Y qué esperaba?. ¡"Todos" fueron leales, Coronel De la Cruz!. Ahora me acusan a mí para enemis­tar­me con don Bernardo, por­que ¡aún no se atreven a volverse contra él y sus decretos de expro­pia­ción!. Y... ¿cuál es esa "atención más digna de mi talento y virtu­des" que menciona en su carta?
De La Cruz: Un cargo diplomático en los Estados Unidos.
Manuel: ¿Diplomático, yo, que tan mal domino mi temperamento?
De La Cruz: (Incómodo) Mientras llegue la goleta, se hospedará en Valpa­raíso. Lo acompañará una escolta digna de su rango.
Manuel: ¿Una escolta...?. Me manda usted detenido al Puerto?
De La Cruz: ¡Suerte, Comandante! (Se despide con el gesto)

Ambos salen
 
Pasa calle, Cantando uno del coro:

Sueños rotos de justicia
enlutan al guerrillero,
a su capitán de milicias
¡la Patria lo ha olvidado!
Lástima de sus hermanos
vagando por los caminos:
No se cumplen las promesas
en la Patria liberada.
No se hable de libertad
mientras no se haya gana
¡los pobres que son los más
siguen siendo esclavizados!


Escena 5
En la Posada de doña Josefa
Llega Manuel. Josefa va a su encuentro, preocupada:

Josefa: ¡Al fin se aparece, niño... !. ¿Es verdad que lo tuvieron preso en una cárcel del Puerto?
Manuel: Sí, mama Josefa. Bartolo se las arregló para hacerme escapar.
(Pausa, deprimido). ¡Les fallé... a mi gente, mama Josefa!
Josefa: Bendiga. ¡Y los de arriba le fallaron a usted!. ¡Miren que me­terlo preso como si fuera un delincuente!
Manuel: No estar de acuerdo ¡es ser un delincuente!. Mis valientes montoneros vagan en andrajos por los caminos... Yo les había prometi­do... (Calla, angustiado) Mama Josefa, ¡vi a Neira colgar de un árbol! (Ella se santigua). Neira, el capitán de milicias que se la jugó valientemente por la revolución de independencia!
Josefa: Jesús... ¿cómo pudo ser?
Manuel: Me dice el Comandante Freire "Después de muchos perdones se le juzgó y fue fusilado por sus bien probados crímenes. Se procedió en todo con las formalidades del caso...
Josefa: Con "las formalidades del caso". ¡Así lo llaman ahora!
Manuel: Y los podero­sos señores que colaboraron con los tiranos ¿fueron juzgados?. La traición a la patria, ¿no es un crimen mayor que el de los bandidos que roban animales?
Josefa: La guerra trae tantísima desgracia, niño.... Déle tiempo al tiempo. No se puede ir tan a prisa.
Manuel: ¿Y los terratenientes no se dieron prisa?. Con falsas acusa­ciones me enviaron a la cárcel... (Pausa) La tiranía cambió de rostro, mama Josefa. Bien decía Neira: mande el español o el criollo, pa'nosotros no hay "diferien­cia"...
Josefa: Bueno, pero no hace tanto que asumió don Bernardo.
Manuel: Pero ya firmó decretos sobre títulos y blasones, y cementerios laicos. ¡Los muertos tie­nen libertad para escoger su tumba!
Josefa: ¡Miren con las ocurrencias! (Observa preocupada a Manuel) ¿Qué es lo que no está bien, niño?. Yo poco entiendo...
Manuel: No está bien que una persona tenga en sus manos los destinos de todo un pueblo, mama Josefa. Que sólo haya una voz que hable fuerte. Si este país quedara bajo mi sola autoridad, y nadie protes­ta­ra...
(se queda pensativo)
Josefa: Sí, ¿qué haría usted?
Manuel: Creo que me levantaría contra mi mismo... ¡Sí!. ¡Me derroca­ría, mama Josefa" (Ella ríe). Hablo en serio...
Josefa: (Saliendo con él) ¡Benaiga, niño, cómo iba a ser...!

 

Escena 6
"Las Cartas"
Dos actores anuncian: Las cartas". Por turno van leyendo dirigiéndose directamente a público la corres­pondencia entre O'Higgins y San Martín.

Actor 1: Del Director O'Higgins al General San Martín: "Recibí su car­ta solicitando que levante la orden de arresto contra Rodrí­guez. El sujeto es de temer. No me parece oportuno enemistar­me con los terratenientes que abastecen el ejército. Usted que bien conoce a Rodríguez... ¿qué me aconseja?"
Actor 2: De San Martín a don Bernardo: "Estimado amigo, me escribió Rodríguez con exageradas protestas de su lealtad. Asegura que en nada se excedió en las expropiaciones a los terratenien­tes. Lo creo sincero. Afectuosa­mente, San Martín."
Actor 1: Responde el señor O'Higgins: "Acusan a Rodríguez de querer rehacer sus montoneras. Es persona díscola y atrabiliaria."
Actor 2: "De Rodríguez ¿qué es lo que teme usted, don Bernardo?..."
Actor 1: "Temo lo peor: contactos con José Miguel Carrera, el que se prepara para derrocar este gobierno."
Actor 2: "Don Bernardo, ¿tiene usted pruebas?"
Actor 1: "No, no tengo pruebas."
Actor 2: "Estimado don Bernardo: No sería decoroso mantenerlo bajo arresto, ¡se jugó con valentía en la revolución de Indepen­dencia!. Le prometí ser garante de su palabra."
Actor 1: "General, estoy confuso. Haré lo que usted, que mejor conoce a Rodríguez, me quiera aconsejar".
Actor 2: Hagamos de él un ladrón fiel!. Déle su libertad y estemos a­tentos a su conducta. Si cae en rebeldía, ¡habrá que darle el golpe en términos que no lo sienta!. Con afecto, San Martín".

Se retiran los dos actores.
Escena 7
Cita en la Plaza de Armas
Campanadas: como saliendo de la Catedral, se muestra Elisa y su criada ("tapadas"). Hay algunos del Coro como barrendero o vendedor.
 Manuel se acerca:

Manuel: Mi querida Elisa recibí tu mensaje. (Besa su mano). ¿Cual es esa "importante noticia"
Elisa: Don Bernardo te iba a enviar a la India, ¡pero la goleta zar­pó antes de lo esperado!-. Se lo dijo don Rufino a mi padre.
Manuel: ¡Disponen de mi persona como si fuera un baúl!: ¡lugar de des­tino, La India, Norte América, Buenos Aires!
Elisa: Manuel, pensé que aceptarías el cargo en Buenos Aires... Si no te agrada salir del país, ¿por qué no doctorarte en leyes?. Además, dicen que tienes talento como escritor.
Manuel: Echar barriga sentado ante un escritorio redactando mis me­morias... ¡mientras todo aquello por lo que hemos luchado se va a los infiernos!. ¿Así me quieres ver?
Elisa: ¡Te quiero vivo, Manuel!
Manuel: Vivo... para ti.
Elisa: ¿No tengo ese derecho?. Siempre pasando angustias: esperaba que con la paz compartíamos un hogar... Pero tú sólo piensas en ese ideal que persigues. ¿No echamos ya a los invasores?
Manuel: La libertad y la justicia siempre están en peligro.
Elisa: ¡Tú no me amas!
Manuel: Te quiero demasiado como para casarme contigo.
Elisa: ¡Vaya..!. ¿Por qué no podríamos casarnos?
Manuel: ¿Ves en mí un buen partido?. Un tipo sin rentas, irresponsa­ble, bohemio incorregible, rudo y mal hablado... Franco hasta la impertinencia. En suma, ¡una desgracia como marido!. Y supo­niendo que aún así me aceptes, tu padre ¡no!. Y no me pidas que te rapte: ¡mis enemigos tendrían un nuevo pretexto para encarcelarme!
Elisa: ¡Qué fantástica declaración de amor!. Te odio, te odio... ¡no quiero volver a verte nunca más! (Sale, llorando, seguida de la criada que se mantuvo algo aparte)

Los del Coro:vendedor, barrendero y otro se le van encima y lo arrastran fuera con violencia.
Una mujer del coro:
Una vez más a la cárcel
han enviado al guerrillero
¡que mal te pagan Manuel
tus afanes y desvelos!
No se hable de libertad
mientras no se haya ganado:
Por clamar por la verdad
¡vuelta a ser encarcelado!

Las tres mujeres: ¡Ten cuidado, Manuel ten cuidado!...

 

Escena 8


El amor
Alguien estudia el piano. Francisca, atractiva, 35 años. Manuel se detiene al entrar y guarda silencio.

Francisca: (Va a su encuentro) Manuel, me alegra verlo.
Manuel: Francisca, sea cual sea el motivo que la hizo llamarme... ¡bendigo mi suerte!
Francisca: Adelante... (El no se mueve). ¿Qué hay?
Manuel: Supongo que al verla me llené de reminiscencias: su casa, la casa vecina de los Carrera, y el mirador de mi altillo desde donde la veía ir y venir por su jardín. ¡Se me antojaba una reina!. No sabe uno cuánto anda trayendo en la memoria y, de pronto ¡se presenta una visión, llena de luz!. Francisca, ¡la es­toy mirando con mis ojos de adolescente!. Mientras escucho la misma, idéntica, sonatina. ¿Quién le pone música a nues­tros recuerdos?
Francisca: (Ríe) Es mi sobrina: estudia "la misma, idéntica sonatina"...
Manuel: Perdone esta compulsiva evocación de nuestra infancia...
Francisca: De "su" infancia... En aquel tiempo le llevaba unos años, Y los he seguido cumpliendo puntualmente.
Manuel: ¡Hay más juventud en sus ojos que en toda mi gastada persona!
Francisca: Sé que no le han faltado pesadumbres... Ahora mismo lo hacía en la cárcel...
Manuel: La cárcel parece ser mi hogar más seguro, no pueden depor­tarme, ni destituirme, ¡ni arrestarme!. De la primera cárcel, logré escapar, de la segunda, me indultaron. Pero dejemos eso. No rompamos la magia.
Francisca: ¿La magia... ?
Manuel: Hay algo en usted que... me "golpeó" al entrar. Iba a decir "me hechizó". ¿Será que cuando algo empieza ningún término parece justo?... Vaya ¡lo dije! "cuando algo empieza." Se me adelantaron las palabras... Nunca aprenderé la mesura. Entro dando portazos en su intimi­dad, rompiendo la bendita calma que aquí se respira, y usted calla, sonríe. No es común la prudencia en una mujer hermosa.
Francisca: (Con sencillez) No soy una mujer hermosa...
Manuel: ¡Es muchísimo más que eso! Pero... ¡qué modo de comportarme!. Vuelvo empezar. (Regresa hacia la entrada) Francisca, sea cual sea el motivo... ¿es que hubo un motivo?
Francisca: Su novia Elisa vino a pedir mi mediación: Está arrepentida del "nunca más" y quiere reconciliarse... ¿Qué le respondo?
Manuel: (Sonríe) Que no debió escogerla a usted como mensaje­ra.
Francisca: Me dijo "tienes más experiencia que yo aunque no te hayas casado".
Manuel: ¿Por qué, si no Le faltaron pretendientes?. ¿Hubo una razón?
Francisca: Sí. (Vacila) Tampoco yo dejé de pensar en usted. (Un silencio) Quizá por eso "algo lo golpeó" al entrar...
Manuel: Y ¿cómo explica mi prisa por confesar mis sentimientos?
Francisca: ... Tal vez no nos quede mucho tiempo.

Manuel la toma por el talle y salen.

 

Escena 9


Semana Santa en la Plaza
Música sacra. Proyección: Procesión Semana Santa, con cucuruchos. Entran charlando Manuel y Francisco.

Manuel: En este mes de Marzo, una vez más Cristo ha muerto...
Francisco: Debes cuidarte, Manuel . ¡Que no te vuelvan a meter a la cárcel por rebeldía!
Manuel: ¡Qué quieres!, soy un rebelde. Un descontento. No pretendo lanzarme contra el Director, pero no apruebo la forma en que nos gobierna. ¡No sabes cuánto añoro esos tiempos en que sa­bíamos con certeza dónde estaba el enemigo!. Hoy no podemos criticar a O'Higgins, ¡fue nuestro héroe!...
Francisco: Sé que te ofrecieron una misión diplomática en Buenos Aires.
Manuel: Esta vez acepté.
Francisco: ¿Cómo?, ¡te dejas deportar!
Manuel: Nada me queda por hacer en este cabrón país. Perseguía un sueño de locos. Porque la libertad, cada cual la usa a su antojo. La justicia... ¡imposible de alcanzar!. Al menos, en el reino de este mundo. Quiero vivir en paz, hermano... Ver cómo sale el sol y cómo se oculta tiñiendo el cielo de arre­bo­les... Mirar sin inquietud aquella inmensa mole de cimas nevadas que flota, sin peso, al final de una calle...
Francisco: Muy bucólico te encuentro. Y ¿qué hay de la joven Elisa?
Manuel: Me dejó. O nos dejamos. En hacienda de Pumanque, en Colchagua reencon­tré mi amor de la adolescencia, doña Francisca. Posee la mesura que a mí me falta, dice amarme, y me dará un hijo.
Francisco: ¡Increíble, te casaste!
Manuel: No...
Francisco: Manuel te dará un hijo...
Manuel: (Cuenta en sus dedos) Marzo, Abril, Mayo. dentro de 6 meses.
Francisco: En tales circunstancias, una mujer desea casarse.
Manuel: Nunca lo mencionó.
Francisco: ¿No las amas?
Manuel: La amo, mucho.
Francisco: ¡Francamente no te entiendo!
Manuel: ¡Pero ella sí! (Ríen ambos).

Entra Dolores afligida:

Dolores: Manuel, ¡acaban de anunciar en la plaza que el ejército patriota sufrió un desastre en Cancha Rayada!. Y que no hay noticias del General San Martin ni de O'Higgins...

Josefa que entra con otros del coro, como Señores se santigua:

Josefa: ¡Virgen, Santísima!
Un Señor: La gente va al Palacio: hablará don Juan Egaña...
Manuel: (A Francisco) Vamos allá...

Movimiento de escena de Manuel, Francisco, Ramón, y Señores se desplazan en escena como si se trasladaran del sector Plaza al sector Palacio.

Los Señores: ¡Viva el Rey!, Caray... ¿tan mal están las cosas?, ¡Oíd al ilustre señor Egaña!

Un actor sube a una tarima, como "Egaña"

Egaña: "Señores, señoras, compatriotas: el cielo nos envía una muy dura prueba. El encuentro en Cancha Rayada ha sido un comple­to de­sastre, nuestro ejército huye en completa derrota. Pero ¡no todo se ha perdido!. Nos queda la fe en nuestra patrona la Virgen del Carmen. Salgamos a las calles en piadosa procesión lle­ván­dola en andas, ¡para invocar su protección!"
Manuel: Y los que quieran meterse bajo las polleras de sus madreci­tas, ¡también pueden hacerlo!

Salen todos, menos dos de los Señores.

 

Escena 10


Plaza de Armas, 1818
Los dos Señores se instalan en un banco (baúl) y, se quedan mirando a
 Manuel que es el último en salir: comentan con malicia:

Señor 1: El Director Suplente, Coronel De la Cruz, nombró a Rodríguez su ¡Co-director!

(Señor 2 ríe). ¿Qué le parece gracioso?
Señor 2: Que el "depravado Rodríguez", como lo llamaban en sus años de bachi­ller, cuando bebía con los huasos y enamoraba a las chi­nas... ¡escala ahora las altas esferas!
Señor 1 Y anda diciendo estúpidas arengas populacheras...
Señor 2: Lo de "¿aún tenemos patria, ciudadanos?". Quizá ni siquiera lo dijo él.
Señor 1: Pero se lo atribuyen, ¡y la plebe lo mira como a su salvador! (Excitado). ¿Y qué dice del regimiento que formó, esos "Húsa­res de la Muerte", con las ridículas calaveras bordadas?. Y a 24 horas de asumir en calidad de Co-Director, firmó un decre­to sobre tierras confiscadas. (Lee un papel). "Dispongo que dichas tierras se entreguen sin dilación a los soldados y oficiales­"... Vea el detalle, ¡antes los soldados que los oficiales! "que lucharon por la Independencia." ¡Pretende invertir el orden establecido, y atentar contra la propiedad privada!. ¡Entregar tierras a esos palurdos será la ruina de la agri­cul­tura!. ¿Por que no entregar también la mina a los mineros y el comercio a los carretone­ros!
(Indignado se echa aire con su pañuelo, como si el hecho lo sofocara)
Señor 2: Se sofoca usted por nada: una cosa es firmar esos decretos, y otra, mi buen señor, es que cuando el señor O'Higgins, ya repuesto de su herida, vuelva a asumir como Director... ¡los aprue­be!. El sabe muy bien de quiénes depende la buena marcha del país. ¡Nadie osaría atentar contra el derecho de propie­dad!

Entra uno del coro como Pregonero seguido de otros como "Seño­res". luego Francisco con Ramón, que lleva unifor­me de "Húsares" y que se quedan a un costado observan­do.

Pregonero: ¡Vengo de los llanos del Maipo con el parte de guerra del General San Martin:
"A esta fecha, 5 de Abril de 1818, vencimos completamente en la acción contra las tropas realistas en Maipú, ¡vuestra Patria es libre!". Don Bernardo, herido en Cancha Rayada, partió hacia Maipú a abrazar al vencedor!

Sale el Pregonero.

Señor 1: ¡Viva el ilustre herido que partió al campo de batalla!
Señor 2: Esta fecha, 5 de Abril de 1818, ¡pasará a la historia!

Se retiran los Señores.
Ramón, que está en primer plano, le comenta a Francisco:

Ramón: Pasará a la historia ¡como un día funesto!. ¡Acaban de fusilar en Mendoza a Juan José y, Luis Carrera!
Francisco: ¡Cómo!. ¡San Martín y O'Higgins concedieron el indulto!
Ramón: Una mano negra hizo llegar los indultos con retraso: ¡La Lo­gia Lautarina, amigo mío!. ¡El próximo será don José Miguel!

Salen ambos.
Entra una de las mujeres del Coro y recita
:
Mientras en Chile se abrazan
O'Higgins y San Martín.
En Mendoza a los Carrera
los condenan a morir.
Nuestra Patria está de fiesta
día cinco del mes de Abril
a fines del mes de Mayo.
¡Manuel, lloraré por ti!
Se retira.

 

Escena 11
En el Palacio de Gobierno
Manuel: y el Coronel De la Cruz.

Manuel: Coronel De la Cruz. ¿Por qué suprimió el Director mi regimien­to de los húsares?, ¿hubo quejas?
De La Cruz: Contra sus oficiales.
Manuel: ¡Por "carrerinos"!. Enfermedad mortal. ¿Qué sabe usted de la Logia Lautarina?
De La Cruz: Muy poco. Es una institución secreta. Su fin es defender la independen­cia de los paises americanos. A cualquier precio.
Manuel: (Para sí) Asesinato incluido.
De La Cruz: (Luego de un silencio). Espero que, pasada esta situación con­fusa, se le reconozcan sus méritos, estimado amigo.
Manuel: Gracias por lo de "amigo". Me quedan pocos. ¿Qué me aconseja?
De La Cruz: Cuídese de no quedar entre dos fuegos. Se persigue a los "ca­rrerinos", pero también cunde el descontento contra el Direc­tor Supremo. Organizar una república es muchísimo más difícil que organizar las montoneras.
Manuel: Lo sé. Por eso, creo que haría bien en apoyarse en toda la ciudadanía, incluyendo la plebe, tan menospreciada.
De La Cruz: (Con extrañeza) ¿Apoyarse en la plebe?
Manuel: Los enemigos de la plebe y los enemigos del Director, ¡son los mismos, Coronel De la Cruz!. Y los que hoy lo critican ¡mañana lo acusarán de Dictador!. Debe haber mayor participación en el gobierno, ¿no cree?. No se habló de convocar a un Cabildo?
De La Cruz: Ya se convocó. Para el día 16 de Abril. (Pausa) Pocos com­prenden la enorme responsabilidad que pesa sobre el Director: gobernar a todo un pueblo.
Manuel: Pero, ¡sin el pueblo! (Un silencio). ¿Me cree usted loco?
De La Cruz: Más bien, visionario. De los que se adelantan a la historia.
Manuel: (Amargo, sonríe). Algunos han muerto de "eso"...

Salen

 

Escena 12


Cuarto de Dolores (En la Posada)
Manuel y Dolores:

Dolores: ¿Por qué volviste, Manuel?
Manuel: Deseaba estar contigo, Dolores. (La acaricia) Nunca olvidaré lo mucho que contribuiste a nuestra causa. Pocos lo saben.
Dolores: Contigo si que están en deuda, Manuel.
Manuel: En deuda contigo, Dolores y con tantas mujeres que lucharon con valentía. Hubo tan bellos ejemplos de solidaridad, de heroísmo también, que hoy pocos recuerdan.
Dolores: En este país suelen olvidar muy pronto...
Manuel: ¡San Martín debió enviarte un nombramiento!
Dolores: No exageres. Nunca corrí grandes peligros.
Manuel: ¿A no?. ¿Quién me traía los mensajes, quién engañaba a los Talaveras arriesgando la cárcel?, quién...
Dolores: Manuel…Yo también deseaba la Independencia.
Manuel: No seas modesta. (Una rodilla en tierra). Pero yo, el Coronel Rodríguez, ¡te nombro mi Generala!
Dolores: ¿Tan alto grado?
Manuel: ¿Nunca te dije lo mucho que te admiro? (Soñador). Dolores tú y yo compar­timos días felices claros, luminosos. Y estás li­gada a esos hermosos tiempos. O quizá me lo parecen porque los que hoy vivo son muy amargos.
Dolores: Anímate... Sé que doña Francisca te dará un hijo.
Manuel: (Sombrío) No me gusta la hora en que vendrá al mundo.
Dolores: ¡Manuel la fe y la pasión siempre pusie­ron palabras justas en tu boca. ¿Qué fue de ese hombre lleno de amor por la vida que nunca se dejó abatir?. Te hacía feliz con tu nuevo amor... ¡pero veo que tampoco ella te ha dado la felicidad que yo no supe darte!
Manuel: Mujer, nadie da o no da felicidad. Es mi estrella la que ya no relu­ce. Como ves, termino la vida muy fatalista.
Dolores: ¿"Terminas la vida"...?. ¡Siempre hablando de tu muerte!
Manuel: Hablemos de otra cosa. ¿De qué?
Dolores: De amor, por ejemplo... ¡Para mí siempre serás el único!. Amar, como yo te amo ¡es maravilloso!. Y nadie me puede quitar lo más bello que poseo, ¡que es el quererte!. Estés o no estés conmigo... Creo que te amaré hasta el día en que me muera...
Manuel: ¡Otra vez la muerte!
Dolores: De la que tú siempre estás hablando, Manuel
Manuel: A menudo me visita en sueños...
Dolores: Basta de hablar de la muerte: Vamos arriba con los otros...

Salen

 

Escena 13


En la Posada de doña Josefa
Josefa, Bartolo, Francisco y otros. Proyección "cuadro con figura alegórica de la Independen­cia. Un joven de len­tes y le habla los demás, mostrando un libro:

El Joven: En este libro se habla de la Revolución Francesa... (Calla al ver entrar a Manuel y Dolores. Manuel mira la proyección)
Manuel: Cuando todos hablaban de independencia, yo hablaba de revolu­ción. Pensaba que era lo mismo... ¡pero, no!
El Joven: La libertad, señor...
Manuel: La libertad ¿qué?. La libertad ¿cuál?. ¿Hay un término más ambiguo?. ¿Su libertad? (Indica a Bartolo y uno del pueblo), ¿o la de ellos?. ¡Atrévase a decir que es la misma!
El Joven: ¿Por qué me habla en ese tono?. Aún no he expuesto mis ideas.
Manuel: No hace falta, las conozco. (Josefa le sirve una jarra de vino, Manuel
la apura de un trago)
Josefa: Jesús, ¡ni que fuera esponja!
Manuel: (Por Bartolo) Ellos no obtuvieron nada con la Independencia. Sólo un cuadro alegórico de pésimo gusto. La mujer que repre­senta la Indepen­dencia, ¿no parece más bien una prostituta?
Josefa: ¡No sea hereje, Niño!... (Se Corrige). Su merced...
Manuel: (Al Joven) ¡Ella crió este niño!. Su leche es culpable de mis culpas. (Repite) Ella no obtuvo nada con la Independencia.
El Joven: No sé qué esperaba usted. Este libro de un filósofo francés que estaba prohibido...
Manuel: (Cortando) Yo aprendí en otra clase de libros que aún no se han escrito: sus autores irían a dar a la cárcel ¡por el de­lito de "adelantarse a la historia"!. Aunque lo más probable es que seamos nosotros los rezagados. Libertad, Igualdad, Fraternidad. ¿Lo leíste tú, Bartolo?
Bartolo ¿Yo, su merced?, Na' más conozco la letra "o" por redonda.
Manuel: ¿Podrías optar a un cargo público, Bartolo? (Bartolo niega, riendo. Manuel, al Joven). ¿En­tiende de qué le hablo?
El Joven: Lo que entiendo es que usted es un carrerino exaltado. Lo co­nozco, señor Rodríguez. Fue el que dijo: ¡Si nadie me hiciera la revolución, me la haría yo mismo!"
Manuel: Soy famoso, mama Josefa: citan mis frases. (Al Joven) Pero surtió efecto, se celebrará un cabildo para que participe el pueblo en el gobierno. Y en cuanto a acusarme de carrerino, señor, ellos no son los peores, ¡sino ustedes!...
El Joven: (Va a salir, se detiene; con enojo) "Ustedes"... ¿quiénes?
Manuel: Los que son tan ciegos que no reconocen a los verdaderos enemigos de esa libertad, de esa igualdad. Los que para defender sus intereses traicionan a la Patria "en nombre de la Patria", y cometen injusticias "¡en nombre de la justicia!". ¡Aquellos a quiénes la "igualdad" no les conviene para nada!. Siga leyendo sus libros y déjeme en paz.
El Joven: (Furioso) ¿Que lo deje en paz?. ¡Hágame el favor!. ¿Quién empezó esto?. Cuidado con él ¡es un provocador!. Uno que no merece llamarse patriota, ni siquiera "chileno".
Manuel: Si usted lo es ¿cómo podría serlo yo?...

El Joven sale, Francisco y otros se acercan a Manuel tratando de protegerlo y calmarlo:

Francisco: ¿Por qué lo provocas?. Te volverán a arrestar por "carrerino". Y esta vez... (Calla)
Manuel: ¿Me fusilarán?
Francisco: Harán llegar tarde el indulto, o algo así. Y morirás... por un estúpido error. Hay cosas que la Logia y ese personaje siniestro, el argentino Monteagudo ¡no perdonan!. Y ¡ni si­quiera te quedará el consuelo de saber "por qué" mueres!
Manuel: Gracias, Francisco. (Soñador). Me diste la respuesta que me faltaba: No importa saber "por qué mueres"?. Lo que importa es saber... (Alegre por descubrirlo). ¡Para que vives!

 

 

Escena 15


El Cabildo va al Palacio
Entran Señores y Jóvenes, 
Manuel, Francisco y Ramón: visten el uniforme de los Húsares de la Muerte.

Señor 1: No puede sesionar el Cabildo si no se presenta el Director.
Señor 2: Quizá no le interese la opinión de la ciudadanía.
Señor 3: Su respuesta es: "No acepto provocaciones y sólo hablaré con represen­tantes del Cabildo si se respeta el orden."
Joven 1: Abajo la dictadura, ¡viva José Miguel Carrera!
Señor: ¡No queremos "carrerinos" en el Cabildo!
Señor 3: Si el Director se niega a venir, ¡iremos nosotros al Palacio!
Señor 2: De acuerdo. Pero ¡respetando el orden!
Joven 2: ¿Viene usted, señor Rodríguez?
Manuel: Sí.

Se movilizan todos como yendo al Palacio. En un extre­mo, arriba, una luz indica el despacho del Director.

Uno del Pueblo: ¡Viva el Guerrillero!
Varios: El señor O'Higgins está en su despacho, quizá se presente...
El Director no se mostrará.
Pero tendrá que escucharnos.
¡No queremos absolutismo!
Protestamos por el fusilamiento de los hermanos Carrera...
¡Y por la ingerencia de los argentinos en el gobierno!

A Manuel lo alzan entre dos sobre una vara, para insi­nuar que "entra a caballo" al patio del Palacio, y lo dejan sobre una tarima, extremo, derecha público.

Manuel: (Mirando hacia arriba). Rogamos al Director que no considere las críticas que aquí se formulen como una acción subversiva. Confiamos en el criterio del ilustre soldado que luchó en la liberación de nuestra patria y que hoy rige nuestros desti­nos. (Pausa) Hemos venido a solicitar la participación de toda la ciudadanía en las decisiones de gobierno mediante las elecciones. (Voces en sordina, música suave de camión final). Pido, también, por aquellos que no tienen voz, que en la pa­tria liberada siguen en esa esclavitud que es la pobreza y la ignorancia. ¡La Patria no puede olvidar a los que lucharon en primera línea en las recientes batallas!...Señor Director, de­claro públicamente, que no estoy contra su gobierno. No estoy contra nada. ¡Estoy por la verdadera revolución de las América que hará grande a nuestros pueblos!

Un silencio.

Manuel: Bien, ya nos han escuchado. ¡Nos retiramos en orden!

Se van retirando, Manuel vigila, baja de la tarima. El res­to de los ac­to­res, como al ini­cio, se han ido co­lo­can­do en la ram­pa. Uno dice (co­mo "gu­ar­dia­"):

Una Voz: Manuel Rodríguez Erdoiza ¡dése preso!. Por orden del Director Señor O'Higgins.

La música sube de volumen.
Cantan la canción final, coro y arreglo de voces. Manuel luego baja de la tarima y se
mezcla con los del Coro, para cantar con ellos
Proyecciones: Manuel
montado en primer plano, lomas suaves. Y aleján­dose, se pierde entre los cerros.
Cancion de Manuel:
Como un reguero de luces
va quedando en el sendero
es la esperanza del pueblo
cuando pasa el Guerrillero
Su gloria lleva prendida
como una rosa en el pecho
y al anca de su caballo
lleva su muerto al acecho
Ay, Guerrillero del alba
de esa patria que nacía
aunque mil veces te maten
¡tu huella queda encendida!
Ay guerrillero del pueblo
mejor hubieras callado
que por clamar por justicia
vas a ser ajusticiado
Ay Guerrillero del alba
de esa patria que nacía
aunque mil veces te maten
tu huella queda encendida
Ay, Guerrillero del pueblo
la Patria qué mal te paga
Aunque mil veces te maten
¡Tu luz ya nunca se apaga!
ya nunca se apaga
¡ya nunca se apaga!

Fin de la obra





Primera parte | Dedicatoria y agradecimientos | Versión de impresión

 

 


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