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Dramaturgo / María Verónica Duarte Loveluck |
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Juana de Arco
de María Verónica Duarte Loveluck
Entra el Delfín Carlos a la Iglesia de Loches. Lo siguen los consejeros, rezan. Carlos se aparta al confesionario.
Arzobispo: ¿No cree, Tremoïlle, que deberíamos impulsarlo a levantarse y luchar por su reino?
Tremoïlle: No, no lo creo. Para hacer la guerra, se necesita dinero y él no lo tiene.
Arzobispo: Pero, algunas ciudades están dispuestas a contribuir con hombres y comida.
Tremoïlle: ¿Y luego qué?. Recuperaría ciudades destruidas en las que sólo viven mujeres y niños, se convertiría en el Rey de un cementerio. Lo mejor para su prosperidad es aceptar las treguas que Borgoña le ofrece y subsistir con el dinero que le da a cambio de ellas.
Arzobispo: El duque de Borgoña es un traidor y se vendió a la causa Inglesa. Un francés que prefiere ver su país en manos extranjeras no debería hacer tratos con el Delfín.
Tremoïlle: Pero es Borgoña quien paga por sus extravagancias...
Arzobispo: ¿Acaso cree que lo es?
Tremoïlle: ¿Qué? ¿De qué habla?
Arzobispo: El Delfín, un bastardo.
Tremoïlle: Le prohibo que hable de eso, usted sabe el daño que le han hecho esos rumores.
Arzobispo: Le pregunto si es que cree en esos rumores, pues se comporta como si los creyera.
Tremoïlle: Velo simplemente por los intereses del Delfín.
Arzobispo: Unos intereses mezquinos para un heredero al trono: esconderse en una corte diminuta, evadiendo vergonzosamente su carga, gastando el poco dinero que tiene en absurdas fiestas...
Tremoïlle: ¿Y usted, mi querido Arzobispo? ¿Acaso no disfruta de las comodidades de esta corte? ¿Acaso esos intereses que usted llama mezquinos, no son los más convenientes para usted?. No me mire así y piénselo unos instantes, le aseguro que hallará que lo más acertado es lo que hemos hecho hasta ahora.